La condesa ucraniana Eveline Hanska irrumpió como un vendaval en la vida del escritor. Lo hizo mediante un anónimo que llegó a manos de Balzac y fue el detonante del romance entre ambos. «La Extranjera» -así firmaba sus notas- era una guapísima y rica mujer casada que residía en Ucrania. Su historia de amor fue larga en el tiempo, ya que la condesa, hasta que no muriera su marido enfermo y mayor que ella, no pretendía nada serio con el joven escritor. A la muerte de su esposo retomaron su relación y mientras ella permanecía en su lujosa casa en tierras lejanas, Balzac la añoraba, como deja traslucir en su correspondencia. Su historia de amor fue intensa y pasional al principio, aunque, una vez hicieron oficial su compromiso, ella se mostró con él mucho más comedida y discreta. Puede ser porque era una reciente viuda y había que guardar las formas, tratándose especialmente de una condesa.
En 1850, tras una serie de problemas económicos y de salud, y la prohibición expresa del zar ruso, Balzac contrajo matrimonio en Wierzchownia (Ucrania) con la condesa Eveline, con la cual se trasladó a vivir a una espléndida residencia a las afueras de París. El viaje de regreso empeoró la delicada salud de Balzac, que padeció graves crisis y recaídas hasta su muerte, cinco meses después.
EL PANEGÍRICO DE VÍCTOR HUGO
El día de su muerte había sido visitado por su amigo y gran admirador Víctor Hugo, quien se encargó de ofrecer el famoso panegírico sobre el escritor. Balzac fue enterrado en el cementerio de Père-Lachaise, de París, y su figura se conmemora mediante una monumental estatua encargada al escultor Auguste Rodin ubicada en la intersección de los bulevares de Raspail y Montparnasse.
Frente a su tumba, y ante un gran gentío, entre el que figuraban los principales artistas y escritores franceses del momento, Víctor Hugo pronunció las siguientes palabras en su honor: «A partir de ahora los ojos de los hombres se volverán a mirar los rostros no de aquellos que han gobernado, sino de aquellos que han pensado».