Benito Pérez Galdós, la naturalidad de narrar

LA VOZ DE LA ESCUELA

Benito Pérez Galdós
Benito Pérez Galdós

Nos seguimos ocupando de escritores europeos y americanos que llevaron la literatura a un nivel de gran calidad. Ni la poesía ni, sobre todo, la novela actuales serían las mismas sin la aportación literaria de cada uno de ellos. De este modo queremos rendir un homenaje a su memoria y ayudar a que sean un poco mejor conocidosLos «episodios nacionales» diseccionan la vida diaria de la gente normal en el Xix

18 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Fue para muchos escritores, críticos y profesores de literatura el más grande narrador español después de Cervantes. También el más notable representante del realismo en España e iniciador del naturalismo en nuestras letras, por todo lo cual tuvo fervientes seguidores entre los novelistas españoles posteriores a él, que no han dudado en proclamar la enorme importancia que para ellos tuvo el magisterio de don Benito. A modo de ejemplo, sírvannos estas palabras de Rafael Chirbes, el gran novelista valenciano, muerto prematuramente hace un par de años: «Galdós no es un narrador tradicional, sino un narrador total, un maestro que, eso sí, se sitúa en el polo opuesto de los escritores que convierten su trabajo en espectáculo. En las novelas de Galdós las cosas fluyen sin dar nunca la impresión de que son fruto de un gran esfuerzo. Se diría que el escritor no existe, que todo nace inocentemente, con extrema facilidad. Hasta ahí llegan su respeto por el lector y su elegancia».

FORMACIÓN Y PRIMEROS PASOS

Benito Pérez Galdós nace en Las Palmas de Gran Canaria en 1843. Es el décimo y último hijo de un coronel del ejército y de una vasca de mucho carácter. Desde pequeño se aficiona a los relatos históricos que escucha de boca de su padre, que, como militar, había participado en la Guerra de la Independencia. Estudia bachillerato y destaca por su buena memoria y por sus aptitudes para el dibujo. Al terminar estos estudios, llega a su entorno familiar una prima adolescente, Sisita, que desequilibra emocionalmente al joven Galdós. Para evitar males mayores, su madre lo envía lejos, a Madrid, para que curse la carrera de Derecho, año 1862. La distancia hace que su ardor amoroso se aplaque, y se va introduciendo en la vida académica y cultural de un Madrid muy vivo y revolucionario, en los últimos años del reinado de Isabel II.

Conoce a intelectuales importantes del momento, como al fundador de la Institución Libre de Enseñanza, Francisco Giner de los Ríos, quien lo anima a escribir y a interesarse por las ideas krausistas. Frecuenta los teatros y el Ateneo, al que acude a leer aquellos libros que no podría comprar, y a escuchar conferencias literarias. En una de ellas conoció a Leopoldo Alas, Clarín, con el que mantendrá para siempre una profunda amistad. No destacó como alumno en las aulas de Derecho, porque su mayor interés estaba en las tertulias, lecturas y paseos por una ciudad que lo deslumbró desde su llegada. Empezó, también, a colaborar en periódicos y revistas. Así, en 1867 hizo su primer viaje al extranjero, como corresponsal en París, para dar cuenta de la Exposición Universal. Volvió con las obras de Balzac y de Dickens y tradujo de este, a partir de una versión francesa, su obra más cervantina, Los papeles póstumos del Club Pickwick, que se publicó por entregas en La Nación. Toda esta actividad supone su inasistencia a las clases de Derecho, por lo que, en 1868, acabarán dándolo de baja en la Facultad. Este año es el de la caída de la reina Isabel II, y Galdós va a seguir en primera línea los acontecimientos revolucionarios de la Gloriosa. Está en Madrid cuando la ciudad es tomada por los generales Serrano y Prim. Durante el año siguiente escribirá crónicas periodísticas sobre la nueva Constitución que se está elaborando.

Poco a poco se va convirtiendo en un escritor, que vive de escribir (colabora, y luego dirige, la Revista de España, colabora en el periódico El Debate) y que empieza con mucho brío su carrera literaria (publica su primera novela, La fontana de oro, 1870).

En 1873 empieza a publicar Los episodios nacionales, que son una colección de cuarenta y seis novelas históricas, redactadas entre 1872 y 1912. Están divididas en cinco series y tratan la historia de España desde 1805 hasta 1880. Son obras que se pueden leer en cualquier momento de la vida porque reflejan no solo hechos históricos importantes, sino porque nos diseccionan la vida diaria de la gente normal en España a lo largo de todo el siglo XIX.

VIDA INTELECTUAL Y FÍSICA TRANQUILA

Su vida en Madrid es organizada y cómoda. Primero con dos hermanas y luego en casa de su sobrino José Hurtado de Mendoza. Se levanta muy temprano, escribe hasta las diez de la mañana y después sale a pasear por las calles de Madrid, a observar a la gente y a escuchar sus conversaciones, cuyos giros y variedades luego traslada a sus novelas. Por la tarde lee mientras se fuma un buen puro canario, y sus autores favoritos son los clásicos castellanos, ingleses y griegos: Cervantes, Lope de Vega, Shakespeare, Dickens y Eurípides. También dedica un tiempo por las tardes a escuchar música, otra de sus aficiones, hasta el punto de que durante un tiempo hace crítica musical en los periódicos. Se acuesta temprano y esa regularidad le permite escribir a razón de cien páginas por mes.

Es un asiduo de las tertulias literarias y políticas que abundan en el Madrid de la época. Suele acudir a la del Café de la Iberia, a la de la cervecería Inglesa y a la del viejo Café de Levante. A partir de 1872, Galdós escapaba de los atosigantes veranos madrileños y se iba a Santander, en donde llega a comprar una casa en El Sardinero, la conocida como finca de San Quintín, visitada por muchos escritores en esos días de verano, especialmente por el santanderino José María Pereda, un buen amigo suyo, a pesar de tener ideologías muy distintas.

España y Madrid en las novelas de Galdós

En Galdós, especialmente a raíz de las llamadas novelas contemporáneas (La desheredada, 1881; El amigo Manso, 1882; El doctor Centeno, 1883; Tormento, 1884; La de Bringas, 1884; Lo prohibido, 1885; Fortunata y Jacinta, 1886-87; Miau, 1888; La incógnita, 1889) y las conocidas como novelas contemporáneas del ciclo espiritualista (Ángel Guerra, 1890; Tristana, 1892; La loca de la casa, 1892; Torquemada en la cruz, 1893; Nazarín, 1895; Misericordia, 1897; El abuelo, 1897; Casandra, 1905), se puede decir que Madrid es un personaje más de esas novelas. Hay estudios realizados sobre el plano de Madrid de 1883 en el que se recogen más de 150 localizaciones citadas por Galdós que comprenden domicilios, cafés, comercios, salas de espectáculos, lugares públicos e iglesias. La mayoría de estos edificios ya no existen, aunque hay algunos que sobreviven a la furia de la pala destructora que ha invadido la mayoría de las ciudades españolas: Almacenes El Botijo, en la calle Toledo, Lhardy, en la carrera de San Jerónimo, o el restaurante Botín, en la calle Cuchilleros (donde dicen que trabajó Goya de camarero) son lugares que se mantienen vivos y en pie, como la literatura de Galdós.

Además de reflejar como ningún otro en la literatura la vida y la gente de Madrid, se podría decir también que es el mejor novelista que retrata la vida de España. Una España, la que él vivió, muy conflictiva y en constante proceso de renovación de ideas y costumbres, pero se puede afirmar que para estudiar y conocer esa época de la historia de España las novelas de Galdós son tan necesarias como las crónicas de los periódicos y los estudios propios de los historiadores.

Las novelas de Galdós se mueven constantemente por la geografía madrileña y española. Lo resume muy bien Rafael Chirbes, por volver a citar al novelista más galdosiano entre los contemporáneos: «El lector de Galdós entra en cualquier parte, visita los cuartuchos malolientes del Rastro madrileño; los comedores, cocinas y dormitorios donde discurre la vida de la clase media; los vestidores, los despachos, los salones aristocráticos en los que se celebra una fiesta; los cafés: el aire cargado de humo y su vibrante agitación. Recorre de la mano del narrador los encinares y los campos de olivos de Toledo y de Córdoba, ve desplegarse desde la ventanilla de un tren los campos “trasquilados y amarillos” de Castilla, las tierras yermas, las borrosas imágenes de los campesinos pobres, un paisaje que es cristalización de una historia de injusticia».

En sus novelas Galdós nos muestra cómo se hizo una nación, cómo España fue adquiriendo hechura y cómo los españoles fuimos comprendiendo el sentido de nuestra propia historia. Por si estas cuestiones no estaban claras, vinieron a esclarecerlas las películas que se hicieron sobre algunas de sus obras más importantes: Fortunata y Jacinta, de Angelino Fons o la extraordinaria posterior versión televisiva que llevó a cabo Mario Camus en 1980, Tristana, de Luis Buñuel, y Tormento, de Pedro Olea.

Vida sentimental agitada

 No obstante, y a pesar de permanecer toda su vida soltero, Galdós tuvo una agitada vida sentimental. Tuvo muchas amantes, reconoció ser el padre de una hija (María Galdós Cobián, nacida de su relación con la modelo Lorenza Cobián González), pero nunca llegó a vivir con ninguna mujer. Era un solterón empedernido, con unas ideas un tanto arbitrarias en cuanto a su relación con ellas. Por un lado, era un defensor del amor libre y la libertad sexual de la mujer, pero por otro actuaba como el más común de los amantes de entonces: las mantenía en secreto, recluidas en la casa que él visitaba, sin más visibilidad. Por eso es tan llamativa la relación que mantuvo con Emilia Pardo Bazán, escritora ya consagrada y popular, porque fue una relación de igual a igual, en la que las teorías amorosas de don Benito las puso en práctica su amante.

En las letras españolas es difícil dar con una relación tan subyugante como la de Pardo Bazán y Pérez Galdós, que se simultanearon (con otras y otros) y se respetaron como escritores y examantes (actitud bien difícil en ambos gremios). Fueron unos modernos del XIX, que cayeron en un único convencionalismo: la clandestinidad. Entre 1888 y 1890 compartieron horas sin ninguna prudencia ni miramientos: «Le hemos hecho la mamola al mundo necio, que prohíbe estas cosas; a Moisés, que las prohíbe también, con igual éxito; a la realidad, que nos encadena; a la vida que huye; a los angelitos del cielo, que se creen los únicos felices, porque están en el Empíreo con cara de bobos tocando el violín… Felices, nosotros», le escribe en una carta doña Emilia a don Benito. Por cierto, las cartas que la escritora le escribió a Galdós, recogidas en Miquiño mío (editorial Turner), son un ejemplo de desinhibición, que hacen de Emilia Pardo Bazán una moderna feminista. Frases de esta guisa: «Te como un pedazo de mejilla y una guía del bigote», «Yo haría por ti no sé qué barbaridad», «En cuanto yo te coja, no queda rastro del gran hombre» o «En prueba te abrazo fuerte, a ver si de una vez te deshago y te reduzco a polvo» lo confirman. Lamentablemente no se conservan las cartas de Galdós en dirección contraria. «Toda la correspondencia de Emilia Pardo Bazán se ha perdido. O bien su hija Blanca la quemó o, según la leyenda, la destruyó Carmen Polo en Meirás [el pazo coruñés regalado a Franco por forzosa suscripción popular]. Lo más probable es que ocurriesen las dos cosas, que su hija tuviera miedo de la literatura comprometida y que Carmen Polo se cargase lo que hubiese encontrado en los cajones», explica la historiadora Isabel Burdiel.

Su importancia

Galdós es considerado por muchos especialistas uno de los mejores novelistas en castellano después de Cervantes.? Lo avala su obra, con cerca de cien novelas, casi treinta obras de teatro y una colección importante de cuentos, artículos periodísticos y ensayos. Como le ocurriría, en menor grado, a su contemporáneo y amigo íntimo Clarín, Galdós fue asediado y boicoteado por los sectores más conservadores de la sociedad española, ajenos a su valor intelectual y literario. Diversos estudiosos de la obra galdosiana y de su proyección social coinciden en que ese sabotaje de los poderes fácticos, encabezados por una Iglesia tradicionalista y una derecha política retrógrada, se debió a sus ideas anticlericales y sus convicciones políticas republicanas y socialistas?.

Cuando en 1912 Galdós fue propuesto para el Nobel de literatura, «el elemento oficial y reaccionario» (incluyendo la propia Real Academia Española y la prensa tradicionalista católica) vio la oportunidad de vengar por fin las ofensas que, desde su sensibilidad y obcecación, suponían ?por «su serenidad y sinceridad»? la persona de Galdós y su obra.? Y desataron una campaña nacional e internacional que impidió que le dieran el premio no solo en 1912, sino también en 1913 y en una tercera convocatoria en 1915 (cuya propuesta en esa ocasión había partido de una mayoría de miembros de la propia Academia sueca). Una comisión de altos cargos políticos y literarios españoles se desplazó a Estocolmo con la misión de convencer a los académicos suecos de que Galdós no era merecedor de tan alto premio. Uno de los académicos lo contaría más tarde en una entrevista, en la que mostraba su asombro porque, según él, en años anteriores se habían desplazado a Estocolmo comisiones parecidas de distintos países para pedir que le diesen el Nobel al compatriota respectivo. En el caso de Galdós, era la primera vez que una comisión iba a pedir que no se lo diesen a un ciudadano español. Y nuestro gran escritor se quedó sin el Nobel.