Lo mejor de la poesía española e hispanoamericana

La Voz

LA VOZ DE LA ESCUELA

La antología poética que La Voz de la Escuela ofrece cada mes amplía su ámbito a los más destacados creadores de allende el Atlántico

12 feb 2014 . Actualizado a las 13:01 h.

Continuamos la serie poética iniciada a principios de curso y que mes a mes trae a las páginas de La Voz de la Escuela una selección de poemas de la literatura hispanoamericana.

Aquí te irás encontrando con esos poemas que no solo debemos conocer, sino que de ellos deberíamos recordar versos y estrofas y saber el nombre de sus autores, porque han pasado ya a las páginas de oro de la literatura universal.

Para que este recorrido sea más fructífero, os propongo un sencillo método de trabajo en la clase de Lengua y literatura Castellana:

1. Leemos, uno a uno, todos los poemas.

2. Escogemos el que más nos haya gustado, por la razón que sea: por su contenido, por su forma o por ambas cosas a la vez.

3. Lo copiamos en el cuaderno de Lengua.

4. Analizamos la rima del poema (asonante, consonante o libre).

5. Analizamos la medida de los versos y las figuras literarias que reconozcamos.

6. Explicamos cuál es el tema principal o el contenido del poema.

7. Leemos el poema varias veces hasta aprenderlo. Después, siguiendo las indicaciones del profesor, lo recitamos en clase.

8. Recogemos información sobre los autores de estos poemas y redactamos un breve informe sobre cada uno. Se puede utilizar el libro de texto de Lengua Castellana y Literatura o recurrir a Internet.

9. Algunos de estos poemas han sido musicados por cantautores. Los buscamos en YouTube y los escuchamos.

10. Comprobamos las variaciones que se han producido y, sobre todo, disfrutamos de ellos.

Hay un día feliz Nicanor Parra (Chile, 1914)

Estamos en el centenario de un poeta que, felizmente, lo celebra en vida. Su poesía es rompedora, con la fuerza del creador que no cesa de buscar nuevas formas estéticas. Su prestigio literario en su país es muy alto, sobre todo después de haber sido galardonado en España con el premio Cervantes en el 2011.

A recorrer me dediqué esta tarde

las solitarias calles de mi aldea

acompañado por el buen crepúsculo

que es el único amigo que me queda.

Todo está como entonces, el otoño

y su difusa lámpara de niebla,

sólo que el tiempo lo ha invadido todo

con su pálido manto de tristeza.

Nunca pensé, creédmelo, un instante

volver a ver esta querida tierra,

pero ahora que he vuelto no comprendo

cómo pude alejarme de su puerta.

Nada ha cambiado, ni sus casas blancas

ni sus viejos portones de madera.

Todo está en su lugar; las golondrinas

en la torre más alta de la iglesia;

el caracol en el jardín, y el musgo

en las húmedas manos de las piedras.

No se puede dudar, éste es el reino

del cielo azul y de las hojas secas

en donde todo y cada cosa tiene

su singular y plácida leyenda:

hasta en la propia sombra reconozco

la mirada celeste de mi abuela.

estos fueron los hechos memorables

que presenció mi juventud primera,

el correo en la esquina de la plaza

y la humedad en las murallas viejas.

¡Buena cosa, Dios mío! nunca sabe

uno apreciar la dicha verdadera,

cuando la imaginamos más lejana

es justamente cuando está más cerca.

Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice

que la vida no es más que una quimera;

una ilusión, un sueño sin orillas,

una pequeña nube pasajera.

Vamos por partes, no sé bien qué digo,

la emoción se me sube a la cabeza.

Como ya era la hora del silencio

cuando emprendí mí singular empresa,

una tras otra, en oleaje mudo,

al establo volvían las ovejas.

Las saludé personalmente a todas

y cuando estuve frente a la arboleda

que alimenta el oído del viajero

con su inefable música secreta

recordé el mar y enumeré las hojas

en homenaje a mis hermanas muertas.

Perfectamente bien. Seguí mi viaje

como quien de la vida nada espera.

Pasé frente a la rueda del molino,

me detuve delante de una tienda:

el olor del café siempre es el mismo,

siempre la misma luna en mi cabeza;

entre el río de entonces y el de ahora

no distingo ninguna diferencia.

Lo reconozco bien, éste es el árbol

que mi padre plantó frente a la puerta

(ilustre padre que en sus buenos tiempos

fuera mejor que una ventana abierta).

Yo me atrevo a afirmar que su conducta

era un trasunto fiel de la Edad Media

cuando el perro dormía dulcemente

bajo el ángulo recto de una estrella.

A estas alturas siento que me envuelve

el delicado olor de las violetas

que mi amorosa madre cultivaba

para curar la tos y la tristeza.

Cuánto tiempo ha pasado desde entonces

no podría decirlo con certeza;

todo está igual, seguramente,

el vino y el ruiseñor encima de la mesa,

mis hermanos menores a esta hora

deben venir de vuelta de la escuela:

¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo

como una blanca tempestad de arena!

La monja gitana Federico García Lorca (Granada, 1898?1936).

Este poema, perteneciente a «Romancero gitano», refleja a la perfección el gusto de su autor por lo onírico y lo que subyace en el subconsciente, propio de su tendencia al surrealismo poético. La monja gitana se debate entre un presente de silencio y enclaustramiento y un pasado de pasiones amorosas y de libertad. Y todo ello expresado por un incontenible y brillante manantial de imágenes y metáforas, muy propio de García Lorca.

Silencio de cal y mirto.

Malvas en las hierbas finas.

La monja borda alhelíes

sobre la teja pajiza.

Vuelan en la araña gris,

siete pájaros del prisma.

La iglesia gruñe lejos

como un oso panza arriba.

¡Qué bien borda! ¡Con qué gracia!

Sobre la teja pajiza,

ella quisiera bordar

flores de su fantasía.

¡Qué girasol! ¡Qué magnolia

de lentejuelas y cintas!

¡Qué azafranes y qué lunas,

en el mantel de la misa!

Cinco toronjas se endulzan

en la cercana cocina.

Las cinco llagas de Cristo

cortadas en Almería.

Por los ojos de la monja

galopan dos caballistas.

Un rumor último y sordo

le despega la camisa,

y al mirar nubes y montes

en las yertas lejanías,

se quiebra su corazón

de azúcar y yerbaluisa.

¡Oh!, qué llanura empinada

con veinte soles arriba.

¡Qué ríos puestos de pie

vislumbra su fantasía!

Pero sigue con sus flores,

mientras que de pie, en la brisa,

la luz juega al ajedrez

alto de la celosía.

Segundo monólogo de Segismundo Calderón de la Barca (Madrid, 1600-1681)

Seguramente estamos ante el soliloquio más famoso del teatro español. Ocurre al final del primer acto de «La vida es sueño» y en él Segismundo reflexiona sobre la vida y sobre su suerte. Una perfecta combinación poética de forma brillante y contenido de peso.

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Sueña el rey que es rey, y vive

con este engaño mandando,

disponiendo y gobernando;

y este aplauso, que recibe

prestado, en el viento escribe,

y en cenizas le convierte

la muerte, ¡desdicha fuerte!

¿Que hay quien intente reinar,

viendo que ha de despertar

en el sueño de la muerte?

Sueña el rico en su riqueza,

que más cuidados le ofrece;

sueña el pobre que padece

su miseria y su pobreza;

sueña el que a medrar empieza,

sueña el que afana y pretende,

sueña el que agravia y ofende,

y en el mundo, en conclusión,

todos sueñan lo que son,

aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí

destas prisiones cargado,

y soñé que en otro estado

más lisonjero me vi.

¿Qué es la vida? Un frenesí.

¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra, una ficción,

y el mayor bien es pequeño:

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.

Poema 15 Pablo Neruda (Chile, 1904-1973)

Político, militante del Partido Comunista, diplomático, precandidato a la presidencia de su país y poeta: uno de los veintiséis más importantes e influyentes del mundo de todos los tiempos, según el crítico literario Harold Bloom, opinión que comparten también escritores de cualquier confín, entre ellos, el propio García Márquez. Fue premio Nobel de Literatura (1971). Este poema pasa por ser uno de los más logrados de su famoso libro «Veinte poemas de amor y una canción desesperada».

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,

y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Parece que los ojos se te hubieran volado

y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma

emerges de las cosas, llena del alma mía.

Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,

y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.

Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.

Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:

déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio

claro como una lámpara, simple como un anillo.

Eres como la noche, callada y constelada.

Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.

Distante y dolorosa como si hubieras muerto.

Una palabra entonces, una sonrisa bastan.

Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

El ángel bueno Rafael Alberti (Puerto de Santa María, 1902-1999)

Este poema pertenece al libro «Sobre los ángeles» (1929), que supone un cambio drástico en la poesía de Alberti: el abandono del clasicismo y el ingreso en un mundo surrealista, de verso libre e imágenes oníricas, que habrán de enriquecer no solo su propia poesía, sino la de toda su generación.

Vino el que yo quería

el que yo llamaba.

No aquel que barre cielos sin defensas,

luceros sin cabañas,

lunas sin patria,

nieves.

Nieves de esas caídas de una mano,

un nombre,

un sueño,

una frente.

No aquel que a sus cabellos

ató la muerte.

El que yo quería.

Sin arañar los aires,

sin herir hojas ni mover cristales.

Aquel que a sus cabellos

ató el silencio.

Para sin lastimarme,

cavar una ribera de luz dulce en mi pecho

y hacerme el alma navegable.

La noria Félix Grande (Mérida, 1937?Madrid, 2014)

Este poeta, que podríamos situar como puente entre la generación poética de los 50 y los novísimos, acaba de fallecer en Madrid. Su obra, que fue evolucionando desde la influencia machadiana hasta un gran cuidado lingüístico, pasando por una fuerte preocupación social, queda en un alto lugar dentro de la poesía contemporánea española.

Tal como están las cosas

tal como va la herida

puede venir el fin

desde cualquier lugar

Pero caeré diciendo

que era buena la vida

y que valía la pena

vivir y reventar

Puedo morir de insomnio

de angustia o de terror

o de cirrosis o de

soledad o de pena

Pero hasta el mismo fin

me durará el fervor

me moriré diciendo

que la vida era buena

Puedo quedar sin casa

sin gente sin visita

descalzo y sin mendrugo

ni nada en mi alacena

Sospecho que mi vida

será así y ya está escrita

Pero caeré diciendo

que la vida era buena

Puede matarme el asco

la vergüenza o el tedio

o la venal tortura

o una bomba homicida

Ni este mundo ni yo

tenemos ya remedio

pero caeré diciendo

que era buena la vida

Tal como están las cosas

mi corazón se llena

de puertas que se cierran

con cansancio o temor

Pero caeré diciendo

que la vida era buena:

La quiero para siempre

con muchísimo amor.

Enseña cómo las cosas avisan de la muerte Qevedo (Madrid, 1580-1645)

Una vez más aparece un soneto de Quevedo en esta antología. Es que se trata de un poeta extraordinario que nos ha dejado composiciones de una gran altura. En este, reflexiona sobre el devastador paso del tiempo, que todo lo arruina y lo acerca a la muerte.

Miré los muros de la Patria mía,

si un tiempo fuertes, ya desmoronados,

de la carrera de la edad cansados,

por quien caduca ya su valentía.

Salíme al Campo, vi que el Sol bebía

los arroyos del hielo desatados,

y del Monte quejosos los ganados,

que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi Casa; vi que, amancillada,

de anciana habitación era despojos;

mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,

y no hallé cosa en que poner los ojos

que no fuese recuerdo de la muerte.