La playa en invierno

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LA VOZ DE LA ESCUELA

Chris Paul

Puede que en invierno las olas no nos dejen ver el mar, pero a poco que nos fijemos podremos descubrir la vida que en él habita

05 dic 2012 . Actualizado a las 13:33 h.

Las primeras luces del alba revelan una playa blanca y brillante. Acaba de granizar. El viento del norte sacude las gotas de agua helada de las matas de barrón que crecen en lo alto de las dunas. Para la nutria, el denso rumor de las olas suena a invitación. Cruza el arenal de una carrera y sin pensárselo dos veces se lanza entre la espuma para nadar más allá de los rompientes. Luego se desplaza en paralelo a la orilla, impulsándose con su fuerte cola y sus patas palmeadas. Cuando llega al lugar que tan bien conoce, toma aire y se zambulle. Allí abundan los múgiles. Uno de ellos se convierte en su primera pieza de desayuno. Regresa con él a la superficie, lo mastica con fruición y luego desciende a por otro. Así, varias veces. Luego regresa a la playa.

Con un largo estremecimiento se libra del agua salada que empapa su espeso y lustroso pelaje. Luego echa a corretear, como quien antes de ir a trabajar hace un poco de footing para entrar en calor y mantenerse en forma. Entonces un olor fuerte llama su atención. Se sube a una roca y busca su origen. La brisa agita sus largos bigotes. Regresa luego a la arena y se acerca a una oscura y alargada silueta que el mar acaba de depositar en la orilla, que ahora brilla dorada al amanecer invernal.

Es un delfín muerto. Le falta la cola. La nutria no lo sabe, pero probablemente fue fatalmente atrapado en una red de pesca, y se ahogó. Para extraerlo de la red sin estropearla los pescadores le cortaron la cola. Luego, con pena, arrojaron su cuerpo al mar. Lo olisquea con curiosidad mientras unas cuantas gaviotas descienden rápidamente del cielo. Las ve llegar con el rabillo del ojo y abandona el delfín. Las gaviotas pueden llegar a ser muy cargantes cuando quieren.

Trepa entonces por la ladera de una duna, y desde su altura se vuelve para mirar al océano. Va a llover o a granizar, otra vez. En un instante el sol volverá a ocultarse tras una inmensa nube de la que cuelga un plomizo cortinón que ya oculta el horizonte.

La nutria va regresando a su secreta madriguera. Para descender por el lado opuesto de la duna se desliza como por un tobogán. Luego se pierde entre unos juncos y los primeros sauces. Justo en ese momento aparece en la playa un fotógrafo.

HUELLAS EN LA ARENA

También él se acerca al delfín muerto. Para disgusto de las gaviotas, que se alejan dando voces. Descubre en torno al cadáver las huellas de la nutria. Maldice su suerte. Lleva días intentando descubrirla para hacerle unas fotos. Estudia la arena para saber por dónde se ha ido. Cuando comienza a seguir las inconfundibles huellas se le echa encima el aguacero. Abre su paraguas y se queda mirando cómo la lluvia borra el rastro del animal. El viento lo sacude con fuerza, como exigiendo todo el espacio para sí. A pesar de ello, el fotógrafo está contento. Con un día tan frío y lluvioso, nadie más bajará a la playa.

En cuanto deja de llover y regresa durante un rato el sol, su cámara encuentra desde la orilla hasta el horizonte multitud de motivos en los que entretenerse. La luz es casi perfecta.

Buceadoras aladas

Es muy difícil llegar a ver una nutria en la playa, pero en ella viven en invierno otros grandes animales muy fáciles de observar que a menudo pasan desapercibidos.

Igual que, como dice el refrán, a veces los árboles no dejan ver el bosque, en la playa a veces las olas tampoco dejan ver el mar. Si son muy altas, por ejemplo con motivo de los temporales de otoño e invierno, es mejor observarlas desde lejos. Entonces apenas nos van a dar oportunidad de asomarnos tras ellas. Para eso deberemos aguardar a los días de calma, que también los hay en estos meses fríos. Son la mejor ocasión para descubrir que la aparente uniformidad de esa extensión líquida y azul no es real. Gracias a los prismáticos no solo se revelan entonces pequeñas embarcaciones de faena y boyas. También aparecen aves. Bajo la superficie.

Son varias las especies que pasan el invierno frente a nuestras playas, al otro lado de los rompientes. Algunas prefieren los arenales más expuestos al mar abierto, mientras que otras son más de rías y estuarios. Estas son solo tres de ellas.

EL ALCATRAZ ATLÁNTICO, cuya envergadura alar es de metro y medio, pesca de una forma espectacular: se tira en picado desde una altura de hasta 40 metros, y llega a entrar en el agua a una velocidad de 100 kilómetros por hora.

EL ALCA. Por sus colores es probable que te recuerde a un pingüino, aunque es mucho más pequeña. Es una experta buceadora que nada bajo el agua impulsándose con las alas como si fuesen aletas. La verás sola o en pequeños grupos.

EL NEGRÓN COMÚN. Es un pato marino. Forma pequeños y grandes grupos que se zambullen al mismo tiempo para bucear en busca de alimento. Durante sus migraciones se desplazan en apretadas bandadas o largas hileras cerca de los cabos.

«CSI» en las playas

En invierno llegan a nuestro mar abierto multitud de aves oriundas del norte de Europa. Muchas de ellas, como los frailecillos, las pequeñas gaviotas tridáctilas o los araos, pasan estos meses en pleno océano, lejos del litoral. Cuando alguno de estos ejemplares se debilita y muere, las mareas lo arrastran hasta la costa. Si es hallado por un naturalista en una playa, este apunta en su cuaderno de campo, como un especialista de la serie CSI, todos los detalles acerca de la edad o el estado del plumaje del ejemplar.

Esta información es muy importante para saber más acerca de aves con costumbres tan difíciles de estudiar.

MAMÍFEROS VARADOS

Lo mismo sucede con los delfines, marsopas, calderones o ballenas. En Galicia es la Coordinadora para o Estudo dos Mamíferos Mariños (Cemma, www.cemma.org) la entidad encargada de estudiar estos restos. De hecho, cuenta con su propia unidad móvil para acudir con la mayor rapidez a cualquier varamiento de este tipo. En ocasiones han de ocuparse de recoger focas o tortugas vivas, de su tratamiento urgente y de facilitarles su recuperación antes de devolverlas al mar.

Explorando la orilla

En Estados Unidos existe un nutrido grupo de entusiastas de la búsqueda de tesoros traídos por las olas. No se trata, por supuesto, de tesoros de valor económico, sino de objetos con interesantes historias. Estos aficionados se denominan a sí mismos beach combers, algo así como los peinadores de playas, y organizan sus fines de semana en función de los vientos imperantes los días anteriores. De ellos, y de las corrientes marinas, depende que los residuos que ensucian el mar lleguen a una u otra playa. Uno de sus más famosos hallazgos recientes fue el de un trozo de muelle flotante arrancado por el tsunami de Japón del 2011 que apareció hace pocos meses en las costas de Oregón. Sus hallazgos son de gran interés para saber más acerca de las corrientes marinas y la contaminación de mares y costas.

Llamamos arribazón a ese conjunto de residuos de todo tipo que orla las orillas de las playas. Buena parte de ellos son de origen natural, y fundamentales para el ecosistema de la arena, del que dependen multitud de pequeños organismos. Es el caso de plumas, ramas y hojas, algas, restos de conchas y de animales marinos? Con ellos llegan infinidad de restos plásticos, botellas de vidrio, trozos de redes sintéticas y muchos otros residuos contaminantes.

Una actividad interesante para estudiar la arribazón comienza por tender a lo ancho de la playa, en perpendicular al mar, una larga cuerda con una piedra atada a cada extremo. A continuación, en un cuaderno, toma nota de todo cuanto encuentras en cada metro de cuerda, algas incluidas. ¿Qué diferencias hay entre la parte alta y la baja de la playa? ¿Y entre diferentes zonas de la playa? ¿Y entre diferentes playas? ¿Cuál es tu explicación?

Apúntate esta página web: http://www.ollalomar.org/ En ella encontrarás abundante información sobre la arribazón en Galicia.

La escala Douglas

Esta escala, que puedes consultar en la Wikipedia, clasifica el estado del mar sobre la base de la altura de las olas. Fue creada en 1917 por Henry Percy Douglas, vicealmirante británico que por entonces dirigía el Servicio Meteorológico de la Royal Navy. Guárdate esta ficha y llévala contigo en tus paseos junto al mar. Existe una escala similar, basada en la fuerza del viento. Es la escala Beaufort. Busca información acerca de ella y compáralas.