Bruselas se prepara para revivir una pesadilla en el peor momento

Andrés Rey REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Ursula von der Leyen, en una imagen de archivo.
Ursula von der Leyen, en una imagen de archivo. OLIVIER MATTHYS | EFE

Entre llamadas a la unidad, Von der Leyen y Rutte tienden la mano a Trump

07 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando la noticia del regreso de Donald Trump llegó a Bruselas, el sudor frío inundó las oficinas centrales de la Unión Europea. El club comunitario —que no está atravesando su mejor momento— se ve ahora obligado a revivir un déjà vu cruel, una pesadilla que ya ha provocado los primeros llamamientos existencialistas a la unidad. Entre divisiones y rencillas internas, los Veintisiete deben enfrentarse a un escenario incierto, aunque no inédito, que no parece la excepción a la regla de que las segundas partes nunca fueron buenas. 

Emmanuel Macron —quién si no— fue el primero en reponerse del golpe y ayer a primera hora habló con el canciller alemán, Olaf Scholz, para cerrar filas y trabajar codo con codo en favor de una «Europa más unida, más fuerte y más soberana». La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, optó por la estrategia opuesta: tendió su mano y envió una «calurosa felicitación» al republicano, porque la «UE y EE.UU. somos algo más que aliados».

Una afirmación conveniente, pero que se tambalea si abrimos la hemeroteca. El 16 de mayo del 2018, cuando Donald Trump llevaba casi año y medio a los mandos de la Casa Blanca. Aquel día, desde Sofía (Bulgaria), antes de una cena informal entre los jefes de Estado y de Gobierno de la UE, el entonces presidente del Consejo Europeo y hoy primer ministro polaco, Donald Tusk (el «otro Donald», como se hacía llamar en aquella época) soltó toda la rabia que el club comunitario llevaba acumulada por el «maltrato» diplomático que venía sufriendo: «Además de los desafíos políticos tradicionales como el auge de China o la posición agresiva de Rusia, hoy estamos viendo un nuevo fenómeno: la asertividad caprichosa de la Administración norteamericana. Viendo las decisiones del presidente Trump, alguien podría incluso pensar: ‘Con amigos así, ¿quién necesita enemigos?'». Un duro mensaje que seguía al que Angela Merkel, la entonces todopoderosa canciller alemana —y la única que se atrevía a pararle los pies al magnate—, había lanzado días antes en Aquisgrán. «La época en la que podíamos confiar en Estados Unidos se acabó. Europa debe poner su destino en sus propias manos», advertía. 

Un «agujero del infierno»

Dicen que antes de llegar a la Casa Blanca, Trump se refería a la Unión Europea como hellhole (agujero del infierno). Y durante su primer mandato intentó hacer realidad el apodo, durante cuatro años de pesadilla geopolítica y económica para un club que intentaba reinventarse contra reloj. Sobre la mesa de los Veintisiete aparecían prioridades como la «Europa de la defensa», porque la solidez de la OTAN comenzaba a resquebrajarse. «Quien quiera seguridad, que se la pague», había advertido Trump —aún hoy mantiene ese discurso—, que nunca ha soportado que los países europeos aporten mucho menos dinero que EE.UU. a las arcas de la Alianza Atlántica (España, de hecho, es el país que menos destina en relación a su PIB). 

A falta de Angela Merkel, muchos miran con esperanza a Mark Rutte, el nuevo secretario general de la OTAN. Tal vez él, un negociador experimentado que consiguió incluso el apoyo del ultra húngaro Viktor Orbán —un buen amigo de Trump—, pueda rellenar el hueco que dejó la alemana. No por fuerte, pero sí por hábil. Ayer se apresuró a felicitar al republicano y subrayar que está «deseando volver a trabajar con él».

El problema de Europa es que todo se olvida demasiado pronto, a la espera de la próxima crisis. ¿Quién iba a pensar que Trump iba a regresar a la Casa Blanca tras haber perdido en el 2020 contra Joe Biden, «uno de los nuestros»? Pero en la UE hace ya tiempo que impera la maldición de que si algo puede salir mal, saldrá. En efecto, Donald Trump ha vuelto y lo ha hecho en el peor momento para un club sacudido por los populismos y debilitado por la delicada situación económica y política que atraviesa el eje francoalemán. Lo que le queda a Bruselas, por ahora, es cruzar los dedos para que el neoyorquino emprenda una guerra comercial sin cuartel contra China y no mire demasiado hacia el otro lado del Atlántico. Lo mismo que sucedió en su primer mandato.