La crisis de precios energéticos trastocó todos sus planes, pero a la vez le sirvió de salvoconducto para hacerse valer en los pasillos de una Comisión a la que siempre aspiró a costa de dejar a Pedro Sánchez sin uno de sus pilares desde que llegó a Moncloa
17 sep 2024 . Actualizado a las 11:48 h.Pocos actores políticos han sido tan fieles como Teresa Ribera (Madrid, 1969) al presidente del Gobierno no solo en los seis últimos años de Gobierno desde la moción de censura a Mariano Rajoy, sino mucho antes, cuando Pedro Sánchez pugnaba contra todos por la secretaría general del PSOE. Fue una de las caras menos conocidas del primer Consejo de Ministros socialista en el 2018; entonces, encumbró su poder medioambiental asumiendo una entonces casi residual tercera vicepresidencia y Ministerio de Transición Ecológica; y la crisis energética por la guerra de Ucrania le valió de pasaporte para moverse por los pasillos de Bruselas y aspirar a un puesto en la Comisión.
Ya lo ha conseguido: una aspiración sobre la que nunca ha cerrado la puerta, ni siquiera cuando fue elegida por Sánchez como cabeza de lista a las elecciones europeas del 9 de junio. Aunque siempre supo que la discreción era la mejor baza para conseguir aunar los apoyos necesarios en las negociaciones del Ejecutivo comunitario. Ribera se encargará de las labores en la que ha lidiado en los últimos años: medio ambiente, ecología y cambio climático, su verdadera obsesión; energía, por su experiencia en la negociación del nuevo marco europeo; y competencia. Otra megacartera como la que asumió cuando desembarcó en el Consejo de Ministros de Sánchez a mediados del 2018.
La vicepresidenta tercera abandona en España los cargos que ha asumido como responsable energética de un Consejo de Ministros en el que fue ganando un poder político que ha fraguado de la forma más discreta posible, lejos de los focos en España y siempre más cerca de Bruselas. Porque es allí, en los despachos comunitarios, donde Ribera ha conseguido moverse como pez en el agua.
A pesar de su discreta posición durante toda la legislatura -no ha protagonizado grandes titulares ni algaradas parlamentarias ni confrontaciones políticas- Pedro Sánchez siempre ha ratificado su confianza en Teresa Ribera. Ha sido una de sus más fieles escuderas no solo en España, sino en la Unión Europea. De la ministra para la Transición Ecológica partió la titánica iniciativa de romper el status quo del mercado eléctrico europeo, con la excepción ibérica. Y después de una compleja negociación con los 27, lo consiguió. De ella surgió la iniciativa para reformar ese sistema, y lo logró en plena campaña electoral de las elecciones generales de julio con un acuerdo que apenas dos años antes nadie daba por posible.
Histórica militante socialista, esta madrileña bregada en la batalla ecológica (fue secretaria de estado de Medio Ambiente con Zapatero) sorprendió a propios y extraños al arremangarse ante la cita del 23 de julio para participar en mítines del PSOE, animando como muy pocos ministros a los simpatizantes a subir los ánimos. Nunca se sabrá si en aquellos actos era consciente de que las encuestas de los últimos días de campaña impulsaban a Sánchez. Ahora, con la perspectiva de los meses transcurridos, no extrañan los aplausos e impulsos que la propia Ribera daba a una angustiada militancia en los polideportivos en los que los socialistas no conseguían llenar.
Varios altibajos
Más allá de esa defensa política, Ribera ha pasado por varios altibajos a lo largo de los últimos años. Nunca le gustó que le recordaran una de las frases con las que se estrenó como ministra: «El diésel tiene los días contados». La prensa la malinterpretó, según aclara ella misma cada vez que se la recuerdan. Lo cierto es que el tiempo le ha dado en parte la razón. Las restricciones a los vehículos de gasóil por su contaminación son cada vez mayores. De hecho, suya es la propuesta de instaurar zonas de bajas emisiones en las ciudades de más de 50.000 habitantes. Tenía el respaldo de las élites de Bruselas, pero el vuelco electoral en las pasadas municipales ha comenzado a paralizar buena parte de esos proyectos.
Pero ha sido con la factura de la luz cuando más le ha impactado la furia social de la última legislatura. Los precios de la energía no solo no han parado de subir sino que han alcanzado niveles récord, en muchos casos inasumibles para millones de hogares. La vuelta a la normalidad tras la covid y la guerra de Ucrania explican buena parte de esta crisis. Con las familias rozando la desesperación, Ribera apostó por plantear a Bruselas una excepción al sistema de formación de precios, que fuera aplicable en España y Portugal. El mecanismo ibérico, para el Gobierno. El timo ibérico, para la oposición. Su activación no rebajó drásticamente los precios pero sí impidió que subieran menos que en el resto de Europa. Y esta explicación nunca llegó a ser fácil ni didáctica para hogares y empresas.
La ministra de la «plancha por las madrugadas» -en referencia a los tramos horarios para elevar la demanda en las horas más intempestivas del día- tuvo que recular ese proyecto por la crisis energética. De hecho, dio un triple salto mortal al proponer inesperadamente a Sánchez la rebaja del IVA de la luz (del 21% al 5%), el impuesto eléctrico o los de generación que pagaban las empresas. Todo por reducir un recibo que sigue dopado a la espera de lo que decida el Gobierno antes de fin de año.
La del medio ambiente ha sido una de las batallas que más fervor ha causado en su mandato. La cuestión verde se ha convertido en uno de sus caballos de batalla en los dos procesos electorales que España ha vivido en el 2019 aprovechando el negacionismo de otros partidos como Vox. El presidente no solo no quiere perder esa carrera sino liderarla con una de sus más fieles aliadas políticas, ahora encumbrada a los altares de Moncloa.
El cambio en la denominación de su Ministerio fue una primera señal a mediados de 2018 al aglutinar las competencias de Medio Ambiente -escondido en Agricultura- y Energía -integrado en Industria-. El protagonismo que ha tenido esta jurista y profesora le ha jugado más de una mala pasada en sus postulados climáticos, algo que le ha valido reproches empresariales.
Para Teresa Ribera, este es un compromiso vital. Lo ejerce desde hace años. No solo cuando fue secretaria de estado de Medio Ambiente en el último Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. También por su presencia en los grandes foros. Desde el 2001 ha faltado en escasas ocasiones a las cumbres de la ONU sobre el calentamiento global. Intervino en las negociaciones del último Acuerdo de París (2015). Y sobre ella quiso el presidente Pedro Sánchez que recayera el protagonismo de las negociaciones e intervenciones públicas en la Cumbre del Clima COP25 de Madrid a principios de diciembre de 2019. Otra declaración de intenciones que ahora se ve materializada en una posición más que determinante en el escalafón de Bruselas, donde siempre aspiró a llegar.