Nueve meses después de salir de prisión, fallece a los 86 años el hombre que gobernó Perú antes de ser cercado por casos de corrupción y violación de derechos civiles
13 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Entre 1990 y 2000 Alberto Fujimori representó en Perú una política populista de derechas. No fue el primer populista, pero anticipó de forma excepcional la que unas décadas después se ha convertido en una tendencia política clave en América y en todo el mundo, a veces en una versión izquierdista. Su autoritarismo y restricción de la democracia en los años 90 coincidieron a la contra con el principal período de democratización que ha habido en América Latina, pues por aquella década desaparecieron dictaduras y autocracias, con la excepción cubana.
El expresidente, fallecido este miércoles a los 86 años, nació en Lima, hijo de migrantes japoneses. Fue profesor de agronomía, rector y presidente de la Asamblea Nacional de Rectores. Se presentó a las elecciones de 1990, en las que se enfrentó a Mario Vargas Llosa, futuro premio nobel y entonces representante del neoliberalismo. Apenas conocido —desde luego, mucho menos que su contrincante—, Fujimori tuvo el apoyo inicial de grupos marginales, de pequeños empresarios y de organizaciones religiosas, desarrollando un discurso contra la austeridad liberal. Obtuvo después la colaboración de miembros del Gobierno saliente, conservadores, que fueron fundamentales para su victoria electoral.
Pese a sus promesas socioeconómicas de tipo populista, adoptó una política radicalmente neoliberal y, al parecer, el Plan Verde, que fue elaborado clandestinamente por militares. En aquel momento Perú vivía momentos críticos por su aislamiento internacional, una hiperinflación desoladora y la presión terrorista de Sendero Luminoso, un grupo maoísta de gran capacidad mortífera y desestabilizadora. Fujimori promovió una política radical, con medidas de austeridad que había negado en la campaña. Desarrolló una discutible estrategia antiterrorista, no respetuosa con los derechos humanos. Además, estallaron casos de corrupción.
Al perder el apoyo del Parlamento, dio en 1992 un autogolpe de Estado, iniciando un período autoritario. Inspiró una Constitución de escasa legitimidad democrática que reforzaba los poderes presidenciales. Sin apenas control democrático, en la lucha contra el terrorismo autorizó escuadrones de la muerte secretos y operaciones militares que costaron la vida a miles de inocentes. A su vez, aplicó una drástica política de austeridad. Tuvo éxitos, que inicialmente reforzaron sus apoyos populares: terminó con la hiperinflación y con el terrorismo, especialmente tras la detención a finales de 1992 de Abimael Guzmán, el principal dirigente de Sendero Luminoso.
En realidad, se mantuvo una década en el poder contando con un respaldo social relativamente amplio, conseguido a partir de prácticas populistas. Era un político no profesional en un país que desconfiaba de los partidos y de los sindicatos, lo que le permitía un discurso contra las élites tradicionales. Se le atribuyó durante años una honestidad intachable —una imagen que se vendría estrepitosamente abajo más tarde—, desarrolló programas sociales para algunos sectores, desarticuló grupos que podían realizar alguna oposición y ejerció el control de los medios de comunicación.
Su política populista prometía reducir rápida y drásticamente la pobreza, pero incluyó programa de esterilización forzosa, que afectaron a unas 300.000 mujeres. A finales de los años 90 retornaban las dificultades económicas y saltaban casos de comportamientos deshonestos. Ganó de forma irregular las elecciones del 2000, pero el descubrimiento de graves casos de corrupción, en los que las grabaciones mostraban a su hombre fuerte, Vladimir Montesinos, sobornando a miembros de otros partidos le forzaron a exiliarse.
Detenidos en Chile
Residió después en Japón, que no concedió su extradición por reconocerle la nacionalidad nipona. Sin embargo, fue detenido en un viaje a Chile y extraditado a Perú, donde se le juzgó y condenó a 25 años de cárcel por los actos de corrupción y las violaciones de derechos humanos.
Recibió el indulto en el 2007 por razones humanitarias, aunque tras revocarse el perdón permaneció preso hasta el 2023. Sostuvo hasta el final sus planteamientos populistas, criticando a la clase política y evocando los éxitos de su política macroeconómica. El fujimorismo conllevó el culto a la personalidad que, hacia el 2006, fue transferido en parte a su hija Keiko, diputada del Congreso y dos veces derrotada en las elecciones presidenciales. Sin embargo, el fujimorismo tiene fuerza en el Parlamento, representando en Perú la presión del populismo, con las características habituales en este tipo de movimientos: críticas al poder de los partidos convencionales, la propuesta de satisfacer rápidamente las demandas populares y, en este caso, el recuerdo la gestión gubernamental de Fujimori, pese a los casos de corrupción y de vulneración de derechos humanos.