Una abultada factura de la invasión de Ucrania: de las materias primas o la energía a la cesta de la compra por las nubes

Ana Balseiro
ana balseiro MADRID / LA VOZ

INTERNACIONAL

Que la cesta de la compra se está encareciendo lo comprueban a diario clientes de supermercados y plazas de abastos.
Que la cesta de la compra se está encareciendo lo comprueban a diario clientes de supermercados y plazas de abastos. MARCOS MÍGUEZ

La crisis económica global se suma al mayor drama humanitario que se recuerda desde las guerras mundiales

19 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La invasión de Ucrania por las tropas rusas, el 24 de febrero del año pasado, además de desencadenar el mayor drama humanitario que se recuerda desde las guerras mundiales del siglo pasado, con un éxodo masivo de población, también ha provocado una nueva crisis económica global con la que ningún Estado contaba. Cuando los países todavía se esforzaban por suturar las heridas que la pandemia había infligido a su capacidad para generar riqueza, el inesperado conflicto bélico volvió a poner a prueba su músculo económico, tanto público como privado.

El primer golpe se dejó sentir en los productos energéticos y en algunas materias primas, ya que de Rusia provenía el 40 % del gas que consumía la Unión Europea, casi el 30 % del petróleo y el 46 % de las importaciones de carbón. Aunque España tenía una menor dependencia rusa, otros países —Alemania, por ejemplo— notaron con fuerza el mazazo y Bruselas decidió reducir progresivamente las importaciones, hasta suprimirlas.

Ese incremento de los precios energéticos se trasladó a gran velocidad a los bolsillos de los consumidores. Llenar el depósito del coche —ya fuera gasolina o diésel— prácticamente dobló su coste y obligó al Ejecutivo a tomar medidas, como fue el caso de la bonificación de 20 céntimos por litro de carburante, para aliviar la presión sobre las economías domésticas.

Y si repostar asustaba, no lo hacía menos poner la calefacción o usar el lavavajillas o la plancha, porque la electricidad —como consecuencia del incremento del coste del gas para producirla— también repuntó con virulencia. De nuevo, fue preciso adoptar medidas públicas para aflojar la asfixia de los hogares. En este caso, Portugal y España hicieron frente común en Bruselas para que les autorizara la aplicación de un tope al gas, que se complementó con otras medidas fiscales.

La misma situación de precios disparados se repitió con materias primas y alimentos. En los primeros compases de la invasión, los casos más llamativos fueron el del girasol (el aceite se encareció e incluso llegó a agotarse en algunos supermercados) o los cereales (para consumo humano y animal) importados.

Como una ficha de dominó que cae y arrastra al resto, la inflación escaló mes a mes. A medida que las perspectivas de crecimiento económico se veían cada vez más comprometidas y el fantasma de una posible recesión técnica se hacía cada vez más presente, los precios llegaron a su nivel más alto en cuarenta años. Tanto es así que, en julio, el IPC general frisó el 11 % en España. En Galicia lo rebasó.

Una inflación que se cronifica

Hay que recordar que, en el momento de la invasión, la inflación estaba ya en un elevado 7,6 % como consecuencia de la recuperación del consumo tras la pandemia, los cuellos de botella en la cadena de suministros y el encarecimiento del gas en el verano del 2021. Aunque en aquel momento se esperaba que la subida de los precios fuese transitoria, la guerra acabó agudizándola y prolongándola, sin que hasta el momento, y pese a los paquetes de medidas puestos en marcha por el Gobierno, haya recuperado niveles deseables, que el Banco Central Europeo (BCE) sitúa en el 2 % interanual.

La persistencia de la inflación, que en enero cerró en el 5,9 %, inquieta. Especialmente en lo relativo a los alimentos, que se encarecieron más del 15 % en un año, pese a la rebaja o la supresión del IVA para los más básicos, por lo que el Ejecutivo baraja más medidas de alivio. Pero el mayor quebradero de cabeza es la subyacente, que excluye los alimentos frescos y los productos energéticos, y que está en su mayor nivel en 36 años: el 7,5 %.

Es la constatación de que la subida se ha trasladado a los costes de producción y corre el riesgo de convertirse en estructural, por la dificultad para embridarla.