Portugal discute «A Portuguesa»

Brais Suárez
Brais Suárez OPORTO

INTERNACIONAL

Brais Suárez

La última propuesta de cambiar el himno fue hace 25 años

23 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

A Portuguesa estaba allí sentada, bastante tranquila, escrita, pero en silencio. Como alguien a quien no le queda mucho más que ver la tele, hacer un par de llamadas para felicitar la Navidad o comerse un yogur caducado. Tarareándose a sí misma, más como mantra que como reivindicación, suponía que los tiempos cambian, pero no sabía muy bien hacia dónde. De vez en cuando, le llamaban a la puerta para ofrecerle unas muletas. Pero, asumámoslo, a su edad una ya convive con sus errores, se deja ir. Y los vecinos, el hijo que vive en Tokio y el gato también la dejan estar. Le dicen que sí como a las locas. Y ella también les dice que empezó su dieta, pero para qué quitarse la sal a estas alturas.

De repente, A Portuguesa, en cursiva y con mayúscula, vuelve a tener una atención que no se esperaba. En una de esas ultrasesiones de tele, se encontró con un cantante, Dino D’Santiago, que decía que «es momento de tener un himno menos bélico, que incentive menos a las guerras», que sea «más inclusivo» y que toca proponer una «emancipación más espiritual». Las palabras la sacaron del duermevela. Esto es mucho peor que dejar la sal.

Pero si muchos ya ni me recordaban, fue lo primero que pensó. «Es producto de un tiempo», gritaron sus herederos. Sí, su tiempo era 1890, cuando fue entonada como una marcha de reacción al ultimátum británico. Londres se oponía a las pretensiones lusas en África y acabó provocando un movimiento social y político de exaltación patriótica y contestación al rey Carlos I, al que acusaban de ceder a las intimidaciones británicas. Así que lo que luchaba contra las ambiciones británicas era también una forma de ambición portuguesa.

Sus hijos, como esos que vienen a reclamar un tesoro desconocido, dicen que A Portuguesa debe ser entendida como memoria, como una especie de piedra fundacional. De hecho, en estos 133 años, va por su tercer régimen, cada cual más distinto, y supo adaptarse. Ahora sobre todo la molestan cuando juega Ronaldo. Es decir, a pesar de su significado denotativo, las connotaciones cambian y pocos la asocian ya a aquel ambiente bélico, colonial. Los himnos se readaptan y cobran nuevas interpretaciones, dicen quienes la quieren tal y como está. Pero si es tan representativo, también tiene una responsabilidad que debe asumir, una influencia innegable en el imaginario portugués, les responden.

De hecho, en estos 133 años, élites culturales de distintos países aprendieron a hacer el ejercicio de deconstruir el poder y el imperialismo latentes en distintas formas de expresión cultural. Cuando preguntan demasiado, otros los desprecian llamándoles woke, canceladores o revisionistas, pero eso no anula la necesidad de discutir, de realizar un autoexamen imprescindible para vivir en un mundo donde no saber dónde acaban tus fronteras tiene condiciones trágicas. Que se lo digan a Rusia, que cambió su himno por el soviético. O a Inglaterra, que cambia su himno según el género de su monarca. O a Australia y Canadá, que lo hacen para ser más integradores con sus pluralidades. A los sudafricanos, que no les convencía seguir con el himno del apartheid…

La identidad nacional es una construcción, no es innata. Un estado, en beneficio propio, tiende a explotarla y reforzarla con símbolos para adueñarse de la nación. Como otros elementos, los himnos representan valores de un sistema en un momento determinado, que es proyectado para (casi) siempre. Pero tanto la identidad como los símbolos son dúctiles.

A Portuguesa apaga la tele y recapacita. Piensa que para cambiarla a ella deben cambiar la Constitución, un proceso ya empezó hace unos meses en la Asamblea de la República, abordando cuestiones quizá no tan espirituales, pero igual de delicadas. Será la octava reforma del texto. El país sabe hacerlo.

Así que no le queda otra. A Portuguesa se levanta y se asoma a la ventana a ver qué pasa y acordándose de que lo difícil no es hacer la revolución, sino decidir qué viene después. Echa una sonrisita. Ahora vuelve a cobrar sentido su estrofa más criticada: «¡A las armas!». ¿O a los claveles?

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