La reapertura de la frontera entre Venezuela y Colombia obliga a revisar la estrategia de seguridad

Héctor Pereira BOGOTÁ, CARACAS / EFE

INTERNACIONAL

El puente en la frontera entre Venezuela y Colombia, bloqueado con remolques, en una imagen del 2019
El puente en la frontera entre Venezuela y Colombia, bloqueado con remolques, en una imagen del 2019 EDINSON ESTUPINAN | AFP

La reanudación de las relaciones bilaterales lleva a Caracas y Bogotá a diseñar un plan conjunto para actuar contra el terrorismo, el narcotráfico y el contrabando a lo largo de los más de 2.000 kilómetros que separan ambos países

25 sep 2022 . Actualizado a las 09:27 h.

La vigilancia que Colombia y Venezuela hacen de sus 2.219 kilómetros de frontera común está a punto de transformarse en medio del restablecimiento de relaciones bilaterales y la consiguiente reapertura de los pasos fronterizos entre ambos países, lo que supone un nuevo enfoque de seguridad para esta zona limítrofe en la que están presentes el terrorismo, el narcotráfico, la trata de personas y el contrabando.

El afán de los presidentes de Venezuela y Colombia, Nicolás Maduro y Gustavo Petro, de reanudar la cooperación militar y judicial trae consigo una labor conjunta para erradicar o, al menos, mitigar los males que cada uno señala como importados del vecino.

Del lado de Maduro, en lo que va de año, a los llamados tancol («terroristas armados y narcotraficantes colombianos») les han destruido 57 pistas ilegales de aterrizaje y otros tantos laboratorios de drogas en estados como Apure y Zulia. 

Mientras tanto, en la trinchera de Petro, las autoridades luchan contra la megabanda criminal venezolana El Tren de Aragua, que libra una intensa lucha en Bogotá por el control de zonas para el tráfico de estupefacientes a pequeña escala. 

Guerrilla y drogas

La Administración colombiana lleva años acusando a la llamada revolución bolivariana de ser un santuario para guerrilleros, quienes han encontrado al otro lado de la frontera protección y anuencia estatal.

Ahora, con el inédito triunfo izquierdista de Petro, el enfoque sobre este tema será conjunto, hasta el punto de que Venezuela aceptó la semana pasada ser garante en un nuevo proceso de diálogo con la guerrilla del ELN, aún sin fecha establecida para el comienzo de las negociaciones de paz.

El anuncio rompe el tabú que ha mantenido el chavismo sobre el tema, pues lleva meses sin darse por aludido ante las numerosas acusaciones de las autoridades colombianas, según las cuales algunos guerrilleros fueron asesinados en el país petrolero.

Pero también hay un asunto en el que la voz de denuncia la lleva Venezuela: el narcotráfico. Prácticamente a diario los militares y policías reportan el decomiso de drogas que pertenecían a los tancol, a los que se les atribuye la responsabilidad de movilizar más de 30 toneladas de sustancias ilícitas solo este año. 

«Venezuela no produce ni consume narcóticos», una sentencia que resume la culpa achacada insistentemente por el chavismo a su vecino, el «líder mundial» que pretende comercializar drogas a través del territorio más septentrional de Sudamérica. 

Zona caliente

Precisamente para luchar contra estos crímenes, Caracas emprendió en enero una cruzada que no conoce de ideologías en el estado de Apure, donde continúan, con menor intensidad, los enfrentamientos entre militares y grupos colombianos al margen de la ley, entre ellos disidentes de la desmovilizada guerrilla de las FARC.

El fuego ha dejado seis «terroristas neutralizados» según el último balance venezolano (publicado en marzo), mientras que el número de desplazados hacia Colombia supera los 6.000, según estimaciones de organizaciones humanitarias.

Otras 6.155 personas terminaron apresadas en Venezuela, entre las cuales hay un número indeterminado de colombianos.

De cualquier modo, Apure se convirtió en el epicentro de las disputas en materia de seguridad y defensa binacional, sobre todo luego del histórico hallazgo este año de minas antipersona en esa región llanera, algo que Venezuela atribuye, también, a los tancol

Al otro lado, Colombia ha detenido a miles de venezolanos que, si bien representan menos del 2 % de la población carcelaria, cometen «macabros» asesinatos por encargo, un problema que la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, ha denunciado en varias ocasiones.

Pero los delitos perpetrados por venezolanos, según información oficial, se registran en 30 de los 32 departamentos de Colombia, por lo que las autoridades esperan aprovechar el restablecimiento de relaciones para atacar a las bandas que dirigen desde las cárceles del país caribeño redes de extorsión, narcotráfico y trata de personas.

Esta última realidad ha acaparado la atención de la Justicia venezolana en los últimos meses, cuando la Fiscalía empezó a notificar numerosos casos de personas detenidas por estos hechos, relacionados con la migración, que el último quinquenio ha sacado a casi siete millones de personas del país.

Ambas naciones se enfrentarán también a viejos fantasmas, entre los que destaca el contrabando de gasolina, que en Venezuela es mucho más barata, lo que siempre ha sido un caldo de cultivo para estraperlistas, entre ellos agentes de la fuerza pública de las dos naciones que vigilan la frontera.

Los históricos hermanos no podrán olvidar en su plan de seguridad a la población indígena, que habita mayoritariamente algunas de estas zonas fronterizas y han sufrido un impacto diferenciado de los enfrentamientos y la ruptura de las relaciones.