La cara B de la capital financiera europea

Jesús Carballo FRÁNCFORT

INTERNACIONAL

Jesús Carballo

Bahnhofsviertel, conocido como el barrio rojo de Fráncfort, vive sus peores días marcados por las lacras de la heroína y la prostitución

05 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

No importa si es de día o de noche, las imágenes se repiten las 24 horas. Adictos que se inyectan heroína en las aceras, tráfico de drogas y prostitución abiertamente visible marcan la rutina y la deplorable situación que vive Bahnhofsviertel, conocido como el barrio rojo, a pocos metros de la estación central de Fráncfort, en Alemania.

Un suburbio con el que prácticamente es imposible no toparte si es la primera vez que viajas a la capital financiera de Europa, ya que apenas cinco minutos después de poner un pie en el andén del tren, te encuentras de frente con este distrito, que cuenta con apenas dos manzanas, pero que parece interminable cuando lo cruzas.

La primera calle paralela a la estación ferroviaria ya te enseña los dientes y más si caminas por ella más tarde de las nueve de la noche y con algún objeto de valor a la vista. Yonquis amontonados peleándose por la última dosis, alcohólicos desorientados zigzagueando por la peatonal y prostitutas recorriendo la calle para ofrecer sus servicios en un perfecto español, entre otras lenguas, cuando se trata de sobrevivir a las garras de los chulos que controlan sus derechos.

Pero eso es solo el entrante del infierno que supone cruzar Bahnhofsviertel. Nada más doblar la primera esquina, comienza la quimera total. Jóvenes tirados en la calle, personas de una edad avanzada sentados en sillas de ruedas porque las piernas ya no les dan para sostenerse por sí mismos, y que se pasan el día discutiendo entre ellos, al tiempo que intentan matar el mono golpeándose contra los cristales de los establecimientos porque están totalmente enganchados a la heroína que corre por sus venas.

«El distrito se ha convertido en un auténtico desastre», comenta Frank, un hombre de unos 45 años que ha estado en esa escena durante casi la mitad de su vida y actualmente está en un programa de metadona para ayudar a controlar su adicción a la heroína. «El crac está haciendo estragos entre la gente y esto hace que el ambiente sea cada vez más peligroso y agresivo», comenta.

Un ambiente que genera grandes quebraderos de cabeza también para sus vecinos. Nino, un murciano que llegó a Alemania hace ocho años para trabajar como soldador de coches, añade que lleva tiempo «viviendo en esta región y nunca había visto tanta mierda junta». Por su parte, José, otro español de Jaén que llegó hace una década a Fráncfort como electricista, relata que «vivir aquí es una pesadilla» y que es «incomprensible cómo la policía no hace nada al respecto», cuando a 500 metros se encuentra la zona financiera de la ciudad y la sede del Banco Central Europeo.

Salas de inyección

Al final del barrio, como si se tratara de marcar el límite entre el cielo y el infierno, se ubican las llamadas salas de inyección. Son la respuesta de Alemania a esta problemática. Se trata de establecimientos regentados por educadores y trabajadores sociales donde los drogadictos pueden pincharse sus dosis en unas condiciones mínimamente aceptables de salubridad e higiene. Allí les proporcionan jeringuillas nuevas y material esterilizado. Además, cuentan con personal médico preparado para actuar en caso de sobredosis. Es una medida muy polémica, ya que muchos piensan que, de alguna manera, el Estado alemán invita a los adictos a drogarse en sus instalaciones. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja y menos amable: si no se pinchan allí, lo seguirán haciendo en las calles. Una política en la que la policía germana trabaja desde hace varios años «para lograr que el consumo abierto de drogas pase de las calles a las instalaciones de apoyo», señala la jefa de orden público de Fráncfort, Anette Rin. «Es fundamental que la escena no se extienda simplemente a otras parte de la ciudad», sentencia.