Miah Cerrillo, la única superviviente de la matanza de Texas vio morir a todos sus compañeros

Mercedes Gallego UVALDE / COLPISA

INTERNACIONAL

Miah Cerrillo, de 11 años.
Miah Cerrillo, de 11 años.

La pequeña de 11 años sobrevivió al cubrirse con la sangre de su mejor amiga, Amerie Joe. «Vais a morir», gritó el tirador, Salvador Ramos, a los niños

27 may 2022 . Actualizado a las 19:11 h.

Hasta el martes pasado, las risas infantiles estallaban a diario en la escuela de primaria Robb, en Uvalde, convertida ahora en una gran escena del crimen. La que dejó Salvador Ramos, de 18 años, al matar entre sus muros a 19 niños y dos profesoras. Todas sus víctimas mortales estaban en la misma clase de cuarto grado, de la que se cree que solo sobrevivió una niña de once años, Miah Cerrillo.

La encontraron como a los demás, bañada en sangre y metralla, salpicada de fragmentos de hueso, inerte, con los ojos abiertos de par en par. Al verla su padre entró en pánico. La metieron en un autobús amarillo y la llevaron al hospital donde, al limpiarle la sangre de tantos niños muertos, descubrieron que no tenía ninguna bala en el cuerpo.

La había salvado su mejor amiga, Amerie Joe Garza, en una escena que perseguirá a Miah para el resto de sus días. «Vais a morir», les dijo Ramos. Amerie Joe sacó su teléfono móvil y marcó el número de emergencias 911. «En lugar de quitárselo y romperlo, le disparó», sollozó su abuela en una entrevista con The Daily Beast. «Su mejor amiga estaba sentada a su lado y la salpicó toda de sangre». En los 45 minutos que el asesino estuvo parapetado en esa aula, Miah le vio ejecutar a todos sus compañeros de clase y a su profesora, pero se las arregló para permanecer inmóvil bajo los cadáveres, escondida en una taquilla.

La policía pasó más de dos horas en el hospital intentando entrevistar a la única testigo de la masacre, la segunda más importante en la historia de escuelas de primaria de EE.UU. y la mayor de la última década, pero no logró arrancarle nada. Fue al anochecer cuando estalló en llantos y gritos, temerosa de que la encontrara el hombre del rifle, contó un familiar a este periódico. Se niega a dormir, teme que el asesino la encuentre en la oscuridad del sueño, y se despierta sobresaltada con la menor cabezada. Le inquietan las visitas, está rodeada de demasiados fantasmas y los humanos le resultan multitud.

Ahora que solo los mosquitos pululan bajo un sol de justicia donde antes las niñas querían ser princesas, Miah ha perdido de golpe la inocencia. Uvalde, con sus calles polvorientas y su cruce de coyotes fronterizos, ya no es un pueblecito del que nadie ha oído hablar, sino un cementerio de almas en pena que no acaba de sacudirse la incredulidad de tanta carnicería. Le han visto la cara al mal y ya no podrán olvidarla.

¿Quiénes son las víctimas del tiroteo de Texas?

A la hora del almuerzo, Alfred Garza supo por su esposa que no había podido recoger a la niña del colegio. Había habido un tiroteo y las puertas estaban selladas, le dijo. Se fue corriendo para allí y se pasó todo el día sentado en la acera, esperando para recoger a Amerie Joe, una niña «vivaracha» que acababa de celebrar su décimo cumpleaños hacía apenas dos semanas. «Hablaba con todo el mundo» y «siempre estaba gastando bromas», contó Garza a The New York Times y a la radio pública NPR.

 «Al principio decían que había habido disparos, pero que nadie había resultado herido. Luego, que había algunos heridos», señaló. Y poco a poco el ambiente se hizo más lúgubre y más tenso, con augurios más negros. Con todo, cuando hicieron pasar a su familia a una habitación del centro cívico para decirles que su pequeña se encontraba entre las víctimas, no podía creérselo.

La abuela de Amerie Joe, Berlinda Irene Arreola, contó a un diario local que su nieta llegó a marcar en su móvil el 911, pero antes de que pudiera hacer la llamada Ramos le disparó.

Siete niños de diez años, uno de ocho y dos maestras son las primeras víctimas identificadas por las familias. Todos son de origen hispano. Uvalde es una de las ciudades de paso de miles de migrantes que cruzan desde México.

El primero alumno en ser identificado fue Xavier López, un chicho de diez años al que le gustaba jugar al fútbol y comer hamburguesas. Su madre había estado con él esa mañana en el colegio para la ceremonia de fin de curso, sin imaginar que sería la última vez que lo vería. Fue precisamente la madre, Felicha Martínez, quien confirmó su muerte al diario The Washington Post, y describió a su hijo como un niño divertido, que jamás estaba serio y cuya sonrisa nunca podrá olvidar.

Dos primas

También tenían diez años tres de las otras víctimas identificadas hasta ahora: Rogelio Torres, Jackie Cazares y Annabelle Rodríguez, que eran primas. Jackie había celebrado su primera comunión hacía solo dos semanas. La familia de Annabelle había sufrido varias pérdidas por el covid, «y ahora que la cosa empezaba a pasar, viene esto», suspiró su padre consternado. «Estamos devastados y con el corazón roto», dijo la tía de Rogelio.

La maestra Eva Mireles murió abrazada a sus alumnos tratando de protegerlos. «Eres una heroína, mamá, pero esto no parece real», le lloró su única hija en una carta que hizo pública, y agregó: «Solo quiero escuchar tu voz cuando me despiertes por la mañana, molestarte mientras duermes la siesta y pelearnos por cualquier tontería para luego reírnos juntas de ello. Lo quiero todo. Te quiero de vuelta». Eva llevaba 17 años ejerciendo de docente y estaba casada con un policía de Uvalde.

La otra profesora de cuarto grado fallecida es Irma García. La educadora llevaba 23 años trabajando en el centro escolar y, según su hijo, Christian, se erigió en escudo humano para proteger a sus alumnos. Casada y con cuatro hijos, fue finalista en el 2019 junto a otros 18 profesores del área de San Antonio (Texas) del premio de la Universidad Trinity a la excelencia en la enseñanza.

Elijah Cruz Torrez, también de diez años, no quería ir a la escuela el martes, pero sus padres le dijeron que tenía que hacerlo, según contó el abuelo a Fox News.

Uziyah García solamente tenía ocho años. «El niño más dulce que he conocido», dijo su abuelo, Manny Renfro. El abuelo recordó la última vez que había visto a su nieto durante las vacaciones escolares, que aprovecharon para practicar pases de fútbol.