Tras el asedio ruso, Kiev trata de volver a la vida

Mikel Ayestaran KIEV / COLPISA

INTERNACIONAL

OLEG PETRASYUK | EFE

Los ciudadanos de la capital ucraniana intentan recuperar la normalidad y superar el terror de las masacres sufridas a solo unos kilómetros de distancia

11 abr 2022 . Actualizado a las 19:09 h.

Una semana después de que las autoridades ucranianas proclamaran la liberación del frente norte de Kiev, la capital de Ucrania despierta muy poco a poco a la vida. Lo hace entre las ganas de seguir adelante y la incertidumbre que genera una posible nueva ofensiva rusa. El enemigo se ha quedado a las puertas y tras su retirada ha dejado un reguero de destrucción y muerte. La zona también ha quedado sembrada de cadáveres de soldados rusos y tanques y blindados convertidos en chatarra calcinada. Esta vez Kiev se ha librado por solo unos kilómetros, pero todos han visto lo sucedido en Irpín, Bucha o Borodianka. El horror absoluto está a unos minutos en coche.

Como cada mañana desde el 24 de febrero, Serguéi coge su coche y conduce los cincuenta kilómetros desde su casa a la estación central de Kiev. Este majestuoso edificio en el centro de la capital se ha convertido desde el estallido de la guerra en una especie de corazón que palpita trenes en los que millones de personas han escapado de los combates. Cuanto más fuertes caían las bombas, más gente se apretujaba en los andenes en busca de un convoy salvador que le llevara en dirección a Occidente, lo más lejos posible de los frentes abiertos por Vladimir Putin.

Un porcentaje muy alto de los más de diez millones de personas que han abandonado sus hogares lo han hecho gracias al ferrocarril. «Con el paso de los días lo que veo es que hay menos gente, aunque sigue siendo complicado encontrar billetes en las rutas internacionales diarias a Varsovia y Viena», explica Serguéi, que ha dejado su trabajo de traje y corbata en un despacho de la administración de la compañía nacional de ferrocarril para atender a los pasajeros cada jornada de 9.00 a 16.00 horas en un improvisado puesto de información situado en la entrada principal.

Los civiles escapan de la guerra en tren y los periodistas realizan el camino inverso por el mismo medio. También los políticos, como fue el caso del jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, en su viaje para encontrarse con el presidente, Volodímir Zelenski.

Es importante llegar a Kiev fuera del toque de queda porque de lo contrario toca pasar la noche en la estación. Desde que entró en vigor la ley marcial, la ciudad vive en horario reducido, de seis de la mañana a nueve de la noche. En ese momento entra en vigor la restricción para salir a las calles y la que era conocida como la «ciudad de la luz» se convierte en la «ciudad de las tinieblas». Al salir de la estación no hay taxis a la espera, pero basta con bajarse aplicaciones como Uklon y en pocos minutos llega uno. Uber es la única que ha dejado de operar. El resto funciona e incluso muchos kievitas que han perdido su trabajo se han enrolado en estas compañías para poder ganar unas grivnas.

Los precios de los productos en los supermercados se mantienen y vuelven a estar bien surtidos. También han vuelto los mercados a las calles, donde se pueden encontrar frutas y hortalizas de los agricultores del anillo de Kiev.

Dos semanas en «shock»

El shock de convertirse en una ciudad con la guerra a las puertas duró dos semanas. En ese tiempo las calles se vaciaron, todos los comercios cerraron -menos algunos supermercados y farmacias- y conseguir gasolina era tarea imposible. El combustible escaseaba y había que esperar largas colas en los pocos surtidores abiertos. «En algunos el precio se disparó a 50 grivnas, pero catorce días después bajó a 33, cuatro por debajo de su precio habitual. El Gobierno quitó impuestos para que fuera más barata y, de momento, se mantiene», comenta Pavel, mecánico de coches reconvertido en taxista temporal ante la falta de trabajo.

Arthur pasó dos semanas metido en un búnker, pero después decidió salir y reabrir su cafetería, situada en un barrio del norte, la zona donde más se escuchan los combates. Kiev es la ciudad de los puestos callejeros de venta de café por un poco menos de un euro. Hay algunos que pertenecen a grandes cadenas nacionales y otros, como el de Arthur, que son particularmente coquetos, ya que tienen las paredes forradas con paquetes de café de todo el mundo. Ha adaptado el ritmo de trabajo al toque de queda y ha perdido un segundo puesto de venta que tenía al norte de la ciudad porque resultó dañado en una de las explosiones, pero está «contento de recuperar la actividad y ver clientes de toda la vida que se han quedado en Kiev». La máquina no para de trabajar hasta las cuatro de la tarde. Como es un puesto tan pequeño, dentro apenas entran dos clientes. El resto se toma el café fuera. Aquí, como en toda la ciudad, la consumición es gratis para los voluntarios que han cogido las armas para defender los puestos de control.

El ayuntamiento, con el omnipresente alcalde, Vasily Klitchko, al frente, ha ido dando pasos para tratar de recuperar la normalidad en una ciudad que sigue semivacía y con el comercio no esencial cerrado. El metro incrementa cada día los servicios y ya no se emplea como refugio, los colegios de Primaria y Secundaria dan clases a distancia a los alumnos y se están retirando algunos de los puestos de control y barricadas que se levantaron para frenar el avance enemigo. Tras el primer asalto superado, Kiev respira con fuerza estas jornadas de silencio en sus cielos. Los kievitas son conscientes que pronto puede volver a rugir.