Mikhailova Larysa Petrivna se reparte junto a los vecinos pedazos de una gran lona con la que quieren tapar las ventanas. Con la explosión, han perdido los cristales. Tiene 72 años, trabajó toda su vida como cocinera y su objetivo único ahora es hacer una reparación de urgencia en el apartamento para seguir allí. Vive en el décimo piso. Retira los cristales del parqué de madera, limpia la sangre y besa de vez en cuando la cruz de oro que cuelga de su cadena. «Estábamos preparados para una cosa así. Putin ya lo hizo en Járkov, Sumy, Melitopol, Mariúpol. Yo sufría mucho cuando lo veía por televisión y ahora nos ha tocado. Viene a por nosotros, es nuestro turno. Espero que nuestros soldados nos protejan», apuntaba con resignación, pero sin miedo.
De todos los mensajes que ha enviado el presidente Volodímir Zelenski en los últimos días, a Larysa se le quedó grabado el del lunes por la tarde, cuando anunció un plan de ayudas para quienes sufrieran daños en sus propiedades. «Espero que el Estado nos ayude, porque ahora podemos intentar apañarnos con plásticos en las ventanas, pero también han volados las puertas y hay problemas en la estructura del edificio, necesitaremos ayuda», precisaba sin dejar de pasar la escoba. Personas como ella forman el ejército anónimo de kievitas que se resisten a abandonar la ciudad y ahora afrontan un toque de queda de 35 horas con la enorme incertidumbre de no saber cuándo empezará la gran ofensiva de Rusia. A Larysa ya le han mirado de frente los ojos de la guerra.