Natasha, desde un refugio a 50 kilómetros de Kiev: «Mientras la gente está en los sótanos, los rusos entran en las casas y nos roban»

María Vidal Míguez
maría vidal REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Ella, su marido y sus hijos, de 12 y 7 años, huyeron de Gostomel hasta una casa rural, donde se encuentran a salvo

15 mar 2022 . Actualizado a las 15:25 h.

Desde el pasado sábado Natasha Ivzhenko respira un poco más tranquila. Su suegra, sus cuñados, y su primo han conseguido reunirse con ella en la casa donde está a salvo junto a su familia, a 50 kilómetros de Kiev, desde el pasado día 25 de febrero. Dos días antes les tocó hacer las maletas repentinamente y dejar su casa de Gostomel, a poca distancia del aeropuerto militar, donde se encontraba el avión más grande del mundo, que fue derribado en las primeras horas del conflicto por los soldados rusos, que se hicieron con las instalaciones. Ese mismo día, Natasha, su marido, y sus dos hijos, de 12 y 7 años, huyeron a casa de su suegra, en la misma localidad, pero más alejada del objetivo ruso. «Lo pasamos fatal, porque se oían disparos, los aviones sobrevolando, bombardeos, fue una noche terrible. La más terrible de mi vida. Los niños lo veían todo por la ventana. Esa noche durmieron en el pasillo para estar más seguros, lejos de las ventanas, cerca de la salida. «Cuando despertamos el día 25 a las ocho de la mañana, recogimos todo y nos vinimos adonde estamos ahora, a una casa rural de unos parientes», explica Natasha. En esta vivienda, ahora mismo, conviven cinco niños y diez adultos, entre ellos una mujer de 82 años. Está ubicada en un entorno rural, donde no suenan las sirenas al carecer de tecnología, así que cuando escuchan «sonidos extraños», se refugian en el sótano. 

Repetir cinco palabras

No salen a la calle, lo poco que se mueven es por el patio de la casa. De la compra se encargan los hombres del grupo, su marido, un amigo o su cuñado. En las proximidades hay un mercado donde los vecinos venden sus cosechas, pero para ir al supermercado hay que desplazarse siete kilómetros. «Es peligroso, tienen que ir en pareja, deben bajar las ventanillas del coche para que la defensa territorial (los grupos de civiles y militares que protegen nuestros barrios) los vea, y tienen que pasar tres barricadas. Cada dos kilómetros hay hombres ucranianos armados que revisan la documentación, te hablan en ucraniano, te hacen preguntas para asegurarse que eres de los suyos. Pero es que, además, te mandan repetir cinco palabras que a los rusos, aunque tienen el mismo alfabeto, les cuesta pronunciar. Por ejemplo, pan ucraniano», explica Natasha que, aunque está contenta por haberse reunido con su familia política, sigue muy preocupada por sus padres y hermana, que continúan en Kiev. «Por desgracia, la noche que empezó la guerra mi padre estaba trabajando en una parte de la ciudad, al otro lado del río, y mi madre estaba en casa. Es peligroso cruzar el puente por los bombardeos, y le da miedo, porque ya tiene una edad. Están a unos 60 kilómetros de distancia más o menos. Mi hermana tampoco quiere unirse con mi mamá, no quiere dejar su casa a pesar de que tiene coche y posibilidad», lamenta.

Cuando ellos se movieron a su actual refugio, su suegra y su cuñado se trasladaron a su casa porque en las suyas les habían cortado el agua, la luz y la calefacción. «Los vecinos llamaron a mi cuñado porque habían visto luz en su apartamento, y eran los militares rusos que andaban por su cuarto. Entran en las casas desocupadas o aprovechando que sus dueños están en el sótano. Rompen las puertas, se duchan, roban comida, el oro que tienes...», confiesa.

«Mi suegra me contó que cuando estaban en la cola de los coches para salir de Gostomel, miraba para ambos lados de la calle principal y estaba todo destruido, el mercado, las tiendas... Cuando acabe todo volveremos a una ciudad completamente destruida. El presidente de Ucrania la cita como una de las ciudades héroe de la guerra, por la resistencia que había opuesto a las tropas rusas, y todavía estamos resistiendo, aún está en manos ucranianas», relata Natasha que le resta importancia a los daños materiales. «Eso lo vamos a reparar, es lo de menos».

Son días complicados, viven pendientes de las noticias para ver por dónde van las tropas, qué ciudades están atacando por si fuera necesario moverse. «Estamos preocupados, estamos en la región de Kiev y tenemos cinco niños», apunta. Apenas duerme tres o cuatro horas al día, la cabeza no le permite más, necesita mirar para sus hijos, pensar en sus padres, en su casa, en las explosiones... pero llega un momento que su cuerpo «se apaga». «Son tres horas y ya vuelves a sobrevivir, porque esto no es vivir», dice. 

A su hija mayor pocas explicaciones le tuvo que dar, con 12 años y redes sociales, entendía el conflicto desde antes que estallara, sin embargo, el pequeño hizo muchas preguntas. «Yo le dije la verdad, es complicado, pero no tiene sentido mentirle. Le conté que Rusia había cruzado la frontera porque quería unir a todos los países de la antigua Unión Soviética y hacer un imperio. Le expliqué que tenemos que ganar para ser libres, independientes, para que su futuro sea proeuropeo y no prorruso, para que no vivamos bajo una dictadura, para que tengamos la palabra, podamos salir, hablar y hacer lo que tiene que hacer una persona normal y corriente. No estar como los rusos escondidos en sus apartamentos mirando la televisión y escuchando las mentiras que les cuentan. Así que le dije: "Las explosiones que oyes son de nuestras fuerzas armadas, no tienes que asustarte, nuestros soldados nos protegen, tienen que luchar y no pueden hacerlo sin sonido". Se quedó más tranquilo», cuenta Natasha. 

Nunca se han planteado huir, «significaría dejar todos los recuerdos, la casa, los amigos, la familia... y ser refugiada». «Hasta que tenga a los míos aquí o mi casa, aunque ya esté un poco destruida por lo que me mandan los vecinos, me quedaré aquí», explica esta ucraniana que, como madre, solo quiere que sus hijos vuelvan a sonreír. «No tengo duda de que vamos a ganar, creemos en nuestro Ejército y en nuestra libertad e independencia, solo que sigue muriendo mucha gente, muchos niños inocentes, amigos míos duermen en el metro, quiero que se acabe pronto para que la gente no sufra, porque tanto de la parte ucraniana como de la rusa, hay pérdidas, y son muchas. Y aun con el odio que tengo ahora mismo a Rusia, solo quiero que se vayan de mi país y vuelvan a abrazar a sus madres, mujeres y niños, que esto acabe lo antes posible y dejen de morir inocentes», señala esta filóloga de inglés y español, que tiene muchos planes por delante para cuando todo esto acabe.