El Tintín ucraniano que ahora empuña un kalashnikov, por si acaso

pablo medina LEÓPOLIS / E. LA VOZ

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Un instructor enseña a varios civiles cómo usar un kalashnicov
Un instructor enseña a varios civiles cómo usar un kalashnicov Pau Venteo | Europa Press

Los civiles aprenden a usar armas para estar preparados en caso de ataque

07 mar 2022 . Actualizado a las 08:21 h.

Todos los asistentes al Centro Cinematográfico de Leópolis empiezan a sentarse en las primeras filas. Hombres de todas las edades. Hay veinteañeros sin un pelo de barba en sus rostros, cincuentones menudos que visten pobremente pero son fornidos y de facciones toscas. Todos hablan, ríen, murmuran entre ellos. Hasta que llega el instructor. Entonces, se hace el silencio. Es hora de prestar atención al grueso varón que lleva un kalashnikov al hombro. Da la bienvenida y unas breves instrucciones sobre cómo desmontar y montar el afamado fusil de fabricación rusa. Después de un par de repeticiones, invita a los asistentes a probar.

De entre los primeros, se sube a la tarima Andrej, un joven rubio, muy alto y de mirada profunda. Es periodista y hace también las veces de recepcionista en un hotel de la ciudad. Se crio en Leópolis y lleva aquí toda su vida. Ha cumplido los 25 con sus sueños torcidos. Quería casarse a finales de este año, pero tendrá que cambiar los planes nupciales ante la ya avanzada invasión de su país.

El joven es diestro con el kalashnikov. No es la primera vez que hace este ejercicio. Se considera un patriota y siente una profunda nostalgia por los tiempos de paz. «Recuerdo visitar Kiev y Járkov hace años. Eran ciudades preciosas que brillaban con luz propia. La gente estaba animada, era muy amable, el ambiente universitario era excepcional. Ahora, todo se ha ido a la mierda por culpa de Putin», dice.

Andrej sabe de política lo que le ha dado su experiencia como periodista, pero detesta estar en esta situación. Cada vez que recuerda los tiempos en los que era feliz, le brillan los ojos. A cada enunciado que sale de su boca, le cuesta reprimir las lágrimas. «Yo no quiero luchar, quiero tener la vida que tenía antes. Hace semanas me preocupaba si iba a ganar suficiente dinero para mí y para mi pareja, si tenía que poner la lavadora, si llegaría a tiempo el autobús… cosas cotidianas. Ahora me preocupa si voy a tener que combatir contra gente a la que no quiero combatir», explica.

Es un joven familiar. Andrej no quiere luchar porque lo que desea es seguir con la vida que tenía antes. No tiene experiencia militar, se considera un civil normal y corriente sin ninguna ligazón con las fuerzas armadas. Le gustaba hacer deporte, estar con sus amigos e ir al cine. Ahora viene a las salas a aprender a utilizar armas para defender la vida que tenía y que hubiera deseado mantener durante años.

«Todo esto es un horror. Todos tienen que cambiar sus vidas, hacer donaciones al Ejército y practicar con las armas. Yo no sé cuándo me va a tocar irme para defender a mi familia y a mi futura esposa», dice con rabia.

El Centro Cinematográfico de Leópolis recibe todos los días civiles que acuden para aprender a usar, desmontar y montar armas —sean kalashnikovs o las enviadas por los aliados occidentales—, utilizar granadas y adoptar posiciones de combate según donde esté apostado el enemigo, así como a usar un torniquete para evitar morir desangrado en una guerra que, de momento, se mantiene a 500 kilómetros de la nueva capital administrativa de Ucrania.

«Doy gracias a Europa por prestarnos tanta ayuda. Pero también quiero que se involucren más»

Andrej es un patriota convencido. «Yo no quiero marcharme. Esta es mi ciudad, y no pienso dejarla solo porque un loco haya decidido invadir mi país. Si tengo que luchar, lo haré aunque no quiera, solo por proteger a mi familia», añade el joven periodista.

El instructor ha cambiado las armas que había depositado en las mesas y ha dejado unos fusiles de los que la Unión Europea ha enviado a Ucrania para que militares y locales puedan repeler la ofensiva rusa. Desde incluso antes de la guerra, tanto EE.UU. como la UE han enviado armas por un valor millonario a suelo ucraniano. Y siguen llegando. Toda ayuda militar venida de Occidente es más que bienvenida. Y Andrej lo agradece: «Doy gracias a Europa por prestarnos tanta ayuda. Pero también quiero que se involucren más. Estoy seguro de que, si lo hacen, será un acto que los ucranianos jamás olvidaremos. Estamos encantados con Europa, pero necesitamos más. No podemos estar solos».

No será el único que aprenda a usar armas y combatir para defender a su familia. Muchos más lo harán por no tener otra opción o por amor a la patria. Aunque no quieran hacerlo.