La guerra en la ciudad «acribillada» de Jersón: «El negocio de mi madre ya voló»

María Hermida / Caterina Devesa / O.P. REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Cedido

Ucranianos como Yana, que vivió en Galicia, como Ihor Galenkevyc, que reside en A Coruña, o Manuel Couselo, de Santiago, dan cuenta del horror que vive la población civil en esta urbe, tomada por los rusos

02 mar 2022 . Actualizado a las 14:32 h.

«Necesitamos contarle al mundo lo que está pasando en Jersón. Esta ciudad está siendo acribillada y la población civil está quedando aniquilada». Ese es el mensaje que le transmite su familia, sus padres y sus primas, a Yana Bokalo, una mujer natural de Ucrania pero residente desde hace dos décadas en España, buen parte del tiempo en Galicia. Ella recibe esos mensajes en Madrid, donde vive ahora, y aunque solo tiene ganas de llorar, saca fuerzas para contar lo que está pasando con la guerra de Ucrania.

Así,Yana está intentando cumplir su cometido; el de trasladar a los medios el horror que están viviendo los suyos en una urbe en el sur del país, próxima a Crimea, en la que los rusos tomaron el control. Yana explica que los bombardeos están siendo indiscriminados y no contra objetivos militares.Cuenta lo que ocurrió con el negocio de su madre: «Mi mamá tenía una pequeña tienda de ropa en un centro comercial de la ciudad y lo bombardearon. Luego, les dieron unas horas para quitar de allí lo poco que se salvó. Mi madre, llorando, me contaba que ahí, en el mismo sitio en el que hacía dos días estaba vendiendo como siempre, ya solo quedaban escombros», explica. 

Cuenta que la guerra pilló a sus padres sin posibilidad alguna de huir. Cuidan a su abuela, que no camina. Además, su progenitor acaba de salir de una operación de corazón y, con el pecho todavía lleno de grapas, tuvo que acudir al centro comercial con su mujer a recoger lo poco que quedó de su negocio: «No pudieron avisar a nadie, les dieron el tiempo justo y allí se fueron los dos».

Desde entonces, permanecen encerrados en casa, metidos en un sótano. Cuando las alarmas cesan suben rápido a comer algo o ducharse. El resto del tiempo están metidos en el refugio de la planta baja, donde han ido acumulando comida por lo que pueda venir a partir de ahora. «Mis padres están en un sótano, pero tengo primas que permanecen en un búnker, en sitios inhabitables con los niños y que solo suben rápido a casa a bañarlos y ya bajan, es terrible», dice. 

Svitlana, refugiada en el sótano de su casa de Jersón, donde su negocio fue bombardeado y quedó reducido a escombros.
Svitlana, refugiada en el sótano de su casa de Jersón, donde su negocio fue bombardeado y quedó reducido a escombros.

Yana insiste mucho en el sufrimiento de la población civil en su ciudad, en que «los rusos están arrasando con todo» y en la que que sus habitantes viven en un nivel de alerta máximo. Así, indica que estos días están pasando coches con hombres que llevan uniformes militares o policiales ucranianos, que supuestamente se brindan a apoyar a la población «pero que en realidad son rusos camuflados». Por este motivo, las autoridades no dejan de pedir a los ucranianos que no salgan de casa y que no se fíen de nadie». Yana añade que el pillaje está al orden del día y que «hay soldados rusos que entran en las casas ucranianas a coger comida, ducharse o incluso a dormir allí». 

Con la voz entrecortada y sin dejar de llorar, Yana pide que la guerra cese y que Occidente se dé cuenta «de que no solo están yendo a por objetivos militares». Luego, cruza los dedos para que su familia resista en el sótano y su hermana, que tiene 20 años y huyó hacia Hungría, pueda encontrar algo de paz pese a no haber pasado la frontera. 

Ihor Galenkevyc, ucraniano en A Coruña: «La gente se está quedando sin comida, pero tiene miedo a salir»

Ihor Galenkevyc se trasladó hace dos años y medio con su mujer desde Jersón a A Coruña
Ihor Galenkevyc se trasladó hace dos años y medio con su mujer desde Jersón a A Coruña

Igual de afectado y nervioso está Ihor Galenkevyc, que saca fuerzas de donde no las hay para explicar la situación en su ciudad, Jersón. Él abandonó la urbe hace dos años y medio para trasladarse con su mujer, Ruslana, a A Coruña. «Trabajé como cámara en varios medios de comunicación y tuve que irme del país porque era peligroso para mí tras unos reportajes que hice», apunta el hombre, mientras su mujer hace referencia a la  corrupción en Ucrania. Lo que ninguno se imaginó cuando se fueron es que Rusia comenzase una guerra tan cruel contra su patria. «Nunca lo pensamos. Llevamos ocho años de guerra dentro del país, por el Dombás, pero nunca me imaginé que Putin atacaría Ucrania y de esta forma».

Ahora, viven pendientes de su familia, que sigue en Jersón: «La ciudad ya está tomada por los rusos. Han atacado varios edificios y hay muertos civiles en las calles. La gente está en casa escondida con mucho miedo». Entre los que se refugian como pueden está su hija con su marido, sus padres y sus suegros: «Dos de mis hijas están aquí en A Coruña conmigo, pero la mayor sigue allá. Se fue con su marido a la casa de una amiga, porque ellos no tienen sótano, y están allí escondidos». Con ellos están todos los vecinos de un edificio de nueve plantas. «Ni si quiere así están seguros, porque si tumban el inmueble ellos están abajo y quedarían atrapados», añade Ruslana.

La preocupación crece a a cada minuto entre Ihor y Rusalana: «Intentamos hablar con ellos cada dos horas, más o menos, porque ahora puedo llamar gratis a Ucrania. Internet va muy mal, me comuniqué con plataformas como Telegram o Vipper y yo escucho a mi hija, pero ella no a mí». Su mayor miedo ahora es perder la comunicación con su familia, ya que las noticias que les llegan no son nada esperanzadoras: «Hay tanques en la plaza del gobierno, es como si aquí María Pita estuviera llena de tanques. De momento, la corporación ucraniana resiste, están dentro aguantando y la bandera de Ucrania sigue ondeando afuera. No sabemos cuánto más resistirán. Mantienen que Jersón es Ucrania».

Ante la situación, abandonar los domicilios es sumamente peligroso. «La gente se está quedando sin comida, pero tiene miedo de salir porque los están matando. Están muriendo muchos civiles. Este martes una señora de mi ciudad, que está embarazada, se quedó con su hija pequeña en casa, mientras su marido salió un momento a la tienda que está al lado a buscar algo de comida. Le dispararon». Sobre los alimentos, apunta que cada día que pasa hay menos. «Los supermercados están casi vacíos y además lo que hay ha subido de precio. Muchos de los pocos abiertos solo aceptan efectivo, lo que complica más que la gente pueda adquirirlos. Además, es muy peligroso salir de casa. La gente está aterrorizada», reitera.

Debido a la situación geográfica de Jersón, próxima a la península de Crimea, pocos ciudadanos consiguieron abandonar la ciudad ante el ataque de los rusos. «El jueves, cuando Rusia atacó de madrugada el país, bombardearon todos los aeropuertos. Además, la gente que quiso tratar de huir se encontró con colas enormes para echar gasolina y con que la mayoría de gasolineras solo aceptaban efectivo». Ante el panorama, muchos optaron por quedarse escondidos: «Para abandonar la ciudad hay que pasar por el puente Antonovskiy, sobre el río Dniéper, que estaba tomado por los rusos. Era peligroso porque había lucha entre ellos y los ucranianos. Hay gente que salió en coche y los abatieron».

«Os meus dous fillos están en Jersón e escoitan os bombardeos e tiroteos máis cerca que nunca»

Los hijos de Manuel Couselo, de Santiago, que están en la ciudad ucraniana de Jarsón.
Los hijos de Manuel Couselo, de Santiago, que están en la ciudad ucraniana de Jarsón.

Manuel Couselo tiene testimonios directos de la invasión de Ucrania, a su pesar: su hijo Iván, de 16 años, y su hija María, de 11, que viven con su madre en la ciudad de Jersón, al sur del país y cuyo control han tomado las tropas rusas esta mañana, según el Gobierno de Putin. Hoy miércoles se escribió con Iván a través del WhatsApp, porque la red de su hijo no soporta videollamadas: «Díxome que escoitaba tiroteos e bombardeos máis cerca que nunca. Eles xa levan días acudindo a búnkeres, pero hoxe sentiunos moi cerca». Manuel puede escribirse con su hijo hasta las 17 horas, «porque a esa hora alí faise de noite e non queren que se vexa nin a luz do móbil, para estar totalmente a oscuras». Son horas de silencio para Manuel, una angustia que se une a la que le genera la tardanza en ocasiones en obtener respuesta: «Vanse para o búnker, e non debe haber cobertura, porque non contesta».

A Couselo le gustaría que sus hijos volvieran a España y reclama ayuda para ello, «porque eles son españois. Pero sei que é difícil, e máis desde Jersón». Además Iván no siguió sus consejos para llamar a la Embajada española antes de iniciarse el conflicto, y teme que ya sea demasiado tarde: «El quería vir para España, pero a nai non está pola labor. Aí está a cuestión», asegura mientras expone su preocupación de que, a punto de cumplir los 17 años, si el conflicto se prolonga lo acaben llamando a filas, «se non acaba antes todo en mans de Rusia». El chico aún mantiene el contacto con compañeros del compostelano colegio López Ferreiro en que estudió, y conserva un castellano que su hermana pequeña, tras un lustro en Ucrania y después de dejar España con apenas 5 años, ha perdido en buena medida.

Manuel les ingresaba dinero en una cuenta española, que ellos podían retirar en Ucrania, pero «desde o segundo día da guerra os caixeiros e os bancos non funcionan, segundo el me conta». Por el momento disponen de comida suficiente, ya que cree que el trabajo de su exmujer en una tienda de comestibles les facilita más opciones. No obstante Couselo, originario de Trazo y vecino ahora de Santiago, señala que en una situación de plena guerra «o están pasando moi mal, moi mal. É unha angustia total, polo medo que teñen eles e polo medo que eu teño por eles».