«Ya solo hacemos dos comidas al día»

David S. Olabarri COLPISA

INTERNACIONAL

Diego Herrera

Millones de ucranianos empiezan a racionar alimentos tras cinco días de guerra mientras crecen las estanterías vacías de las tiendas

28 feb 2022 . Actualizado a las 21:49 h.

En el sótano de Liudmyla y Oleksandr Ilin hace mucho frío. Es un espacio de apenas cuatro metros cuadrados. No hay calefacción ni cobertura móvil. Las paredes de ladrillos están sin pintar. Todo lo que hay es una estantería con algunos alimentos, una mesa y cuatro sillas, cubiertas con una especie de colcha para hacerlas más cómodas. Liudmyla y Oleksandr pasan aquí casi todo el día. También gran parte de las noches. Llevan mantas y varias capas de abrigo. Ya se les ha acabado el café y el té. Para calentarse beben vodka. En los últimos días solo salen cuando tienen que ir al baño o para escribir un mensaje a sus seres diciendo que siguen vivos. Este sótano parece una celda, pero es el único rincón de su casa en el que están a salvo de las bombas.

Este matrimonio vive en Járkov, la segunda ciudad más importante de Ucrania. Está ubicada cerca de la frontera y aquí todo el mundo habla en ruso. Ludmila tiene 62 años y es profesora de biología y química. Su marido es responsable de seguridad de un instituto de carbón. Járkov es también el escenario en el que se están produciendo los combates más intensos en las últimas horas.

El Ejército ruso ha bombardeado bloques de viviendas y las autoridades ucranianas hablan de decenas de civiles muertos. En estas circunstancias, en Járkov es mejor no salir de casa. Ahora mismo Liudmyla y Oleksandr tampoco pueden huir a ningún sitio. Sin posibilidad de reponer las baldas, los alimentos empiezan a acabarse. Es hora de racionar. Eso —racionar— es lo que han empezado a hacer también Vitaly Tarashchuk en Kiev y miles de familias por todo Ucrania. La guerra ha trastocado por completo las vidas de millones de personas. Ya casi nadie trabaja. Casi todos los comercios están cerrados. Nadie va al cine o juega un partido de fútbol. Todos los esfuerzos se centran ahora en hacer frente a la invasión de Rusia. De lo que se trata es de sobrevivir un día más.

«Solo hacemos dos comidas al día porque no sabemos qué va a pasar. Por la mañana y por la tarde, antes de que caiga la noche, que suele ser la parte más estresante del día», explica Vitaly. A diferencia de Járkov, en la zona en la que vive este hombre los supermercados y las gasolineras abren unas horas al día. Pero las colas son enormes y muchas estanterías están vacías. Todo el mundo busca alimentos que no caduquen pronto. Muchos cajeros automáticos no funcionan y hay problemas para pagar con algunas tarjetas de crédito.

Estufas de leña en Ivankiv

Este lunes, después del toque de queda, fueron al supermercado. Hicieron la compra con la idea de que quizá no puedan volver a hacerlo en muchos días. Se hicieron con mucho trigo y harina para hacer pan en casa. Es un buen alimento «porque te llenas rápido». También compraron pasta y botellas de agua, además de algo de carne y verduras para hacer una sopa. Hasta que estalló la guerra, Vitaly trabajaba como transportista. Ahora sale por las noches a proteger su barrio con las milicias de civiles mientras su mujer y su hija duermen en el refugio. En el suelo. Han cambiado la distribución de su casa por si impacta un misil. Han alejado los muebles y el piano de las paredes que dan al exterior y han colocado refuerzos en las ventanas. Pero sigue sin ser seguro.

Viktoria Dementieva vivía en un piso en el lado izquierdo del río Dnieper, también en Kiev, con su perro Shelby. Desde que estalló la guerra vive con una amiga. Está exhausta. Apenas duerme una o dos horas al día. Lo hace en el baño, el lugar más seguro de la casa. Viktoria trabajaba de programadora informática. Ahora se dedica junto a otros profesionales del sector a combatir en internet las fake news que propaga el ejército ruso. Lo hace también desde el baño. Solo consigue despejar un poco la cabeza cuando saca a Shelby a pasear unos minutos dos veces al día.

Ahora mismo, nadie puede entrar y salir de Ivankiv, una ciudad cercana a Chernóbil fuertemente golpeada por los combates. Allí viven Vasyl, de 68 años, y Hanna, de 67, con su hija Natalia. La de ayer fue la primera noche que pudieron dormir en sus camas. En Ivankiv los cortes de agua y luz son constantes. Las tiendas están cerradas casi todo el tiempo. Ellos tienen suerte porque tienen una estufa de madera que les ayuda a calentarse y muchas latas de conserva acumuladas en el sótano. Su otra hija, Liudmyla, vive cerca de allí con su hijo Oleksii, de 5 años. Ellos están sin calefacción. Tienen tanto frío que el pequeño se ha puesto enfermo. Pero las farmacias están cerradas y no pueden salir.