Eso no quita para que, pese a su menor alcance, los proyectiles con los que Corea del Norte ha ensayado en el último trienio hayan ganado en sofisticación, lo que hace que sean más difíciles de identificar y probablemente de interceptar para los países del entorno. Pero ante todo preocupa ahora que Pionyang pueda apostar por elevar la tensión regional probando armas capaces de alcanzar, por ejemplo, las bases estadounidenses en la isla de Guam, puesto que, además de realizar un número récord de ensayos de misiles en enero (siete), el régimen sugirió tras el Año Nuevo que podría acabar con su moratoria autoimpuesta en este terreno.
Ese veto, en vigor tras la primera cumbre que protagonizaron en el 2018 el líder Kim Jong-un y el entonces presidente estadounidense Donald Trump, afecta al lanzamiento de misiles de largo alcance y a las detonaciones subterráneas de bombas nucleares. Algunos expertos creen que Pionyang puede optar por tensar de nuevo la cuerda con EE.UU. para tratar de lograr una posición más ventajosa en un hipotético retorno al diálogo, cuyo reinicio Washington lleva proponiendo desde la llegada al poder de Joe Biden. Otros creen en cambio que, en un momento en el que Corea del Norte sigue totalmente aislada por la pandemia y sin intención de importar vacunas, el retorno a la mesa de diálogo es una posibilidad que ni contempla el régimen, que solo estaría tratando de normalizar sus pruebas de proyectiles a ojos de la comunidad internacional. En todo caso, el lanzamiento, que llega apenas 10 días antes de las elecciones presidenciales en Corea del Sur, ha llevado a Seúl a convocar hoy una reunión del Consejo de Seguridad Nacional (NSC).