¿Cuánto está dispuesto a sacrificar Occidente por Ucrania?

Tom McTague, «The Atlantic»

INTERNACIONAL

María Pedreda

Tendrá que demostrar que no se ha convertido en todo lo que Putin cree

27 feb 2022 . Actualizado a las 14:59 h.

Para muchos de nosotros, que vivimos cómodos en Occidente, la crisis de Ucrania es una guerra extraña cuya escala es difícil de comprender. Desde el principio, nuestros líderes dejaron claro que ningún soldado lucharía para defender la independencia de Ucrania.

En gran medida, entonces, se podría discutir que Vladimir Putin ha invadido territorio que ya habíamos cedido. El peligro es que nos hacemos sentir bien a nosotros mismos pidiéndoles a nuestros gobiernos que luchen hasta el último muerto ucraniano, armando a Kiev lo suficiente como para prolongar el conflicto, pero nunca como para condicionar materialmente su desenlace. Dado el rechazo a luchar por Ucrania, la única arma que queda es la económica. Puedes quedarte Ucrania, le dijeron los líderes de Occidente a Rusia, pero te haremos pagar un precio que no podrás asumir. No obstante, están entrando en una guerra económica con un adversario que tiene su propio arsenal.

La prueba para Occidente es, por lo tanto, demostrar que no se ha convertido en todo lo que Putin cree: superficial, decadente y perezoso, sin la capacidad para actuar con el tipo de fuerza y propósito que se requiere para derrotar al oponente.

Las sanciones son un arma desplegada ante un oponente al que no puede imponer su voluntad con diplomacia, o contra el que no quiere o no puede utilizar la fuerza. Son un arma que a menudo perjudica a los civiles y no a los líderes de los regímenes a los que se pretende castigar, y una vez están en vigor, es difícil eliminarlas. Los países también encuentran la manera de vivir con ellas, y pueden utilizarlas como un recurso para reforzar el poder de un gobernante. Parte del problema es que en países como Irán, que está sujeto a una serie de sanciones por su programa nuclear, casi no tienen efecto alguno en el día a día de las personas de países como EE. UU. o el Reino Unido, y esos ciudadanos pueden olvidarse de que existen.

Pero Rusia no es Irán. Utilizar sanciones como un arma económica contra Putin tiene costes reales para Occidente y plantea la pregunta de si los Gobiernos tienen la voluntad para imponerlas o la capacidad para soportar el daño que podría seguirles a largo plazo. La decisión de Alemania de suspender el gasoducto Nord Stream 2 con Rusia, por ejemplo, supondrá de forma directa precios de energía más altos para sus ciudadanos, y la incertidumbre significará que los europeos en particular pagarán más por sus facturas de calefacción en un momento en el que el precio del gas ya es muy alto.

En una guerra de sanciones, hay una debilidad para Occidente. Un funcionario europeo que estuvo involucrado en la elaboración de las sanciones previas contra Rusia resumió la dificultad que encarará Occidente. Primero, dijo, países como el Reino Unido están «limitados» en lo que pueden hacer. Londres podría intentar arrebatar los activos que los oligarcas rusos tienen en el Reino Unido, pero Rusia puede utilizar la fuerza del sistema judicial de Londres para complicar el proceso.

Más importante es la cuestión de la voluntad política. En Occidente, la gente debate no solo el alcance que podrían tener las sanciones en Rusia, sino también cómo asegurar que no los exponen a ellos.

El problema es que aunque Occidente sea más rico que Rusia, sigue siendo vulnerable. Parte de Europa es dependiente del gas y petróleo rusos. El expresidente de Rusia Dmitry Medvedev advirtió, por ejemplo, que la decisión de Berlín de suspender el gasoducto Nord Stream 2 que conecta Rusia con Alemania duplicará los precios del gas en Europa. Más allá del petróleo y el gas, según los analistas Rusia podría limitar la exportación de materias primas como el cereal, fertilizantes, titanio, paladio, aluminio y níquel. También podría cancelar los derechos de vuelo de las aerolíneas occidentales que viajan a Asia. Cada paso que dé Rusia probablemente encontrará una respuesta de Occidente.

Las sanciones también podrían causar daño en Occidente, generando picos en la inflación y presión en las cadenas de suministro que ya han estado bajo tensión durante la pandemia. ¿Cómo reaccionarán los ciudadanos de las sociedades libres y democráticas? Al contrario que la Rusia de Putin, donde la oposición es envenenada y enviada a prisión y la democracia es una farsa, los países occidentales celebran elecciones reales donde los votantes tienden a castigar a los gobiernos responsables de un descenso en su nivel de vida.

Por primera vez en décadas, los ciudadanos de Occidente hacen frente a una amenaza al orden geopolítico que puede requerir de un sacrificio material por su parte. ¿Tiene la gente la voluntad, la unidad o cree en este orden para hacer ese sacrificio? ¿O somos las caricaturas superficiales y egoístas que Putin imagina, que no están dispuestas a soportar un pequeño descenso en la riqueza del país o nivel de vida para presionar a Rusia y así evitar una agresión mayor? En realidad, no tenemos la respuesta a todas esas preguntas.

En la Guerra Fría, «el mundo libre» demostró ser más fuerte

Al contrario que Rusia, nuestras sociedades nos garantizan el derecho a preguntarnos si nos preocupa el Dombás. Podemos votar por gobiernos que prefieren la desescalada, un restablecimiento rápido de las relaciones con Moscú o tal vez un pacto que estabilice la situación, permitiéndonos retomar el intercambio de su gas por nuestro dinero. Ni siquiera tenemos que ser la caricatura de Putin de nosotros mismos para hacer esos cálculos. Podemos visitar a nuestra abuela o a nuestro vecino en una situación vulnerable para llegar a la conclusión de que no pueden permitirse un incremento en el precio de la energía. Podemos concluir que no somos tan ricos como éramos y que necesitamos aceptar el mundo por lo que es, separando el comercio de las cuestiones morales. Llevamos años haciendo esto. Podemos concluir, como Joe Biden con Afganistán, que el conflicto no vale la pena.

Hay muchas razones para creer que las sociedades democráticas están preparadas para pagar los costes del sacrificio colectivo. En la Guerra Fría, el «mundo libre» demostró ser más fuerte que el del que Putin formaba parte.

Si los últimos días de la brutalidad de Rusia sirven para algo, Putin debe mirar a su alrededor y ver un mundo de fuerza y debilidad —de su fuerza y de la patética debilidad de quienes cumplen sus órdenes—. ¿Le asusta realmente nuestra fuerza, como a menudo nos gusta pensar? ¿O mira a Occidente y ve la debilidad del ser humano? Nos ve luchando entre nosotros, comprando su gas y propaganda, corrompiéndonos a nosotros mismos en el proceso.

La pregunta más importante entre todas estas es si tiene razón al vernos de esa forma. El desafío está ahí. Gran parte del siglo XXI dependerá de la respuesta que demos ahora y en el futuro.

Tom McTague es redactor en «The Atlantic». © 2022. The Atlantic. Distribuido por Tribune Content. Traducido por S. P.