Angustia, desesperación y lágrimas entre los ucranianos residentes en Galicia: «Tengo miedo de que Putin llegue aquí»

Caterina Devesa / O.P. / María Guntín / Bea Costa / M. Hermida

INTERNACIONAL

Svitlana, a la derecha, con su madre, Gala, que está en Ucrania
Svitlana, a la derecha, con su madre, Gala, que está en Ucrania cedida

Viven la guerra en la distancia y preocupados por lo que pueda pasar con sus familiares y allegados

26 feb 2022 . Actualizado a las 23:42 h.

Mientras la guerra en Ucrania se recrudece tras una larga noche en la que los tiroteos y explosiones no cesaron, los ucranianos residentes en Galicia se mantienen a la espera de noticias de sus familiares. Es el caso de Svitlana Mamchuck, que lleva 20 años viviendo en Sada mientras su madre permanece en la zona de conflicto. Y de Olga, Valentyna, Halina y Olsana, que desde Lugo explican entre lágrimas la difícil situación que atraviesan los suyos.  

«Cuando hablo con mi madre se oyen los aviones sobrevolar bajito»

Tiene 46 años y lleva 20 en Galicia, concretamente en Sada. «Mi hija nació aquí, pero mi madre sigue en Ucrania, aunque vino a verme muchas veces y está enamorada de Galicia. Ella vive en Jersón y ahora se fue con su marido a una casa que tienen en una aldea, a 30 kilómetros, para esconderse», relata Svitlana Mamchuck, que nació en Sant Petersburgo.Como todos los ucranianos, su progenitora, Gala, está asustada: «Hablé con ella en la mañana de este sábado y me habla llorando. No sabe qué va a pasar, pero ella no se plantea irse. Adora su tierra, su casa, su huerta...». La mujer está acompañada de su marido en la vivienda. «Se llevaron comida y medicamentos para sobrevivir este tiempo, pero nadie sabe cuánto va a durar esto».

De momento, las comunicaciones funcionan, aunque Svitlana señala que «la señal de Internet va y viene. Cuando me desperté no me contestaba y entré en pánico, me puse a buscar teléfonos de vecinos, pero finalmente pude hablar con ella. Se oyen los aviones sobrevolar bajito, pero tengo la esperanza de que no pase nada dónde está mi madre con su marido». La afincada en el concello sadense tiene además familia en Moscú. «Mis padres nacieron los dos en Ucrania, pero se conocieron allí, en el antiguo Leningrado. Todo era el mismo país, la Unión Soviética. Por eso, tenemos familia en Moscú». Sin embargo, tras el estallido de la guerra, esos familiares rusos con los que Svitlana conservaba el contacto se ha perdido: «Me han bloqueado de Whatsapp. Ellos apoyan a Putin porque viven muy bien en Moscú y supongo por eso han cortado ahora la comunicación». En ese sentido, destaca la valentía de los rusos que han salido a la calle a pedir el fin de la guerra: «Han sido pocos, porque en Moscú salieron mil en una ciudad de diez millones, pero es normal, tienen miedo y hay que agradecer que hayan salido».

El dolor para los ucranianos es como el de una guerra civil. «Cuando estalló el conflicto en Crimea hace años sufrimos mucho, eramos todos un mismo pueblo. Luego le siguió la guerra del Dombás y ahora esto. En Ucrania nadie pensaba que Putin iba a actuar así, que se quede con esas regiones, pero que pare».Sobre el mandatario, para la ucraniana es el único culpable de la situación: «Los gobiernos no tienen la culpa, la tiene solo Putin. Está loco. Sus propios aliados tienen miedo de él, una persona que lleva tantos años en el poder pierde la mente».

Ahora, la mujer tiene la esperanza de que el ejército de su país aguante. «Es lo que espero, que se mantengan. Estoy algo más contenta porque la OTAN ha enviado armas para ayudar». Sobre la actuación del resto de países de Europa, dice que entiende que es un conflicto delicado y que es normal que quieran evitar una guerra mayor, pero se muestra molesta con los que apuntan que no se debe actuar contra Rusia por la economía: «El otro día escuché en la tele a un hombre que decía que había que tener en cuenta que iba a subir el precio de los suministros como el gas. ¿Qué esta diciendo? Hay vidas en juego. Ese es el coste real de la guerra. Están bombardeando una capital de Europa».

Svitlana no se despega de la tele, aunque sigue las noticias también por Internet: «Estoy pendiente todo el rato y sigo lo que dicen los medios ucranianos para estar al día». La mujer intenta despejarse, aunque le resulta imposible: «Los dos primeros días estuve tumbada en la cama, no me podía ni levantar. Ahora, intento comer algo y despejarme, pero es muy difícil».

«Soy rusa, mi marido es ucraniano y estamos totalmente en contra de esta guerra»

Vera Ivanova es violinista. También lo es su marido, Grigori Nedobora. Son un matrimonio asentado en Santiago desde hace 25 años. Él es integrante de la Real Filharmonía de Galicia, con la que también ha colaborado en múltiples ocasiones ella, que imparte además clases de música.

Ella es rusa, de Moscú, y su esposo es ucraniano, de Kharkiv (Járkov). Y están viviendo el conflicto bélico entre sus dos países como «una tragedia total. Para todos los bandos. Como ve, yo soy rusa y mi marido es ucraniano, y en España tenemos muchos amigos de los dos países y todos nos llevamos bien. Lo estamos pasando muy mal, porque tenemos amigos y parientes en Járkov que también lo están pasando muy mal. Estamos con ellos y contra esta guerra totalmente», explica Vera.

Mantienen el contacto con sus amistades y familia por teléfono, a diario: «Hasta ahora están bien. Asustados, están en sus casas y temen porque no saben qué pasará con ellos ni con la situación del país». En la cercanías de la ciudad, en el noreste del país y próxima a la frontera con Rusia, se produjeron bombardeos en los últimos días. En las tiendas, faltaban alimentos básicos como pan.

Vera Ivanova asegura que no entiende en absoluto esta guerra: «Estoy totalmente en contra. No comprendo el porqué. Soy rusa y no creo que tuviese que empezar esta guerra. No se entiende. Rusia y Ucrania siempre fueron países hermanos», y señala que tras la extinción de la URSS la convivencia fue pacífica entre ambas naciones. El deseo de Vera y Gregori es que el conflicto bélico acabe lo antes posible y de la mejor manera, con el mínimo número de víctimas.

Olga, Halyna y Valentyna, ucranianas que viven en Lugo y cuyas familias están en un país en guerra
Olga, Halyna y Valentyna, ucranianas que viven en Lugo y cuyas familias están en un país en guerra Carlos Castro

«Ya han bombardeado aldeas enteras» 

Olga, Valentyna y Halina charlan con Oksana apoyadas en la barra del bar. Los ojos empapados de lágrimas y dos televisiones en los extremos del local hablan del avance de las tropas rusas en Kiev. La devastación llega desde el otro lado del mundo a través de una pantalla, y rebota en el pecho de estas cuatro mujeres ucranianas asentadas en la ciudad de Lugo. «Estamos conmocionadas, no podemos asimilar lo que está ocurriendo», dice una de ellas. 

Todas tienen en común algo más que su país de origen y es que viven pegadas al teléfono móvil y a las noticias. Sus padres, hermanos, primos y familiares viven en un país en el que se ha desatado la guerra. Pese a la información que reciben, sienten que no saben nada. Miedo, cansancio y esperanza son las palabras que usan para descubrir la situación que atraviesa su país. «Pedimos a todos los ucranianos que se unan porque estamos en un momento muy duro». Este es el mensaje que quieren transmitir.

Halyna nació en Jersón, una ciudad atacada por las tropas del presidente ruso Vladímir Putin este viernes, y cuenta, acompañada de su hija Valentyna, que llegaron a Lugo hace 16 años. Estuvieron en su ciudad natal, Jersón, hace apenas dos: «Ya han bombardeado aldeas enteras». Olga, por su parte, lleva casi una década en la ciudad amurallada y proviene de la zona oeste del país, cerca de la frontera con Polonia: «Este jueves bombardearon toda mi provincia», explica. Sus hijos y toda su familia continúa allí y ella está sola en Lugo. La primera noche de esta guerra la pasaron en un refugio antiaéreo: «Era el cumpleaños de mi nieta de 7 años», dice entre lágrimas. En esta zona ya han fallecido decenas de niños.

Oksana llegó a Lugo en 2018 y vive con desolación la situación de su país natal. Pendiente de las noticias que llegan desde Ucrania, vive con dolor una guerra que siente como suya, con la impotencia de no poder hacer nada en la distancia. 

Estas tres mujeres están en continua comunicación con sus familias: «En cuanto colgamos el teléfono sentimos que necesitamos volver a llamarlas», explican. Saben que están vivas, pero no se atreven a decir si saldrán indemnes de esta guerra. Las tres desprenden una sensación que mezcla impotencia y desazón. «Mi madre está sola en casa, menos mal que los vecinos están muy unidos y se ayudan mutuamente», dice Halyna llorando. Sin embargo, la cobertura telefónica falla y la población tiene que apagar las luces en cuanto se va el sol para evitar llamar la atención, por lo que la comunicación con las familias se complica día tras día.

Resistir en un país en guerra

Muchos de sus familiares se niegan a abandonar sus hogares y buscan resistir el mayor tiempo posible. Los que intentan salir se encuentran con grandes caravanas de coches, puesto que los accesos de salida de las ciudades están colapsados ante la huida masiva de personas. «Los rusos están usando la estrategia de ponerse el uniforme de nuestros soldados a las puertas de Kiev», explican. Y nadie sabe qué ocurre con los que caen en la trampa.

Olga, cuyos hijos son jóvenes, explica que podrían ser reclutados para luchar en la guerra: «La juventud ucraniana se está uniendo, cogiendo fuerza. No quieren abandonar su país», narra.

Sobre el conflicto desatado, las ucranianas cuentan que tienen amigos en Rusia que no quieren saber nada de su presidente. Para ellas, lo peor es «la situación de la OTAN y de la Unión Europea». Sienten que no están apoyando a Ucrania y que parece que Europa tiene pánico a un enfrentamiento directo con Putin.

Olga, Valentyna y Halyna se enteraron del estallido de la guerra poco antes de las primeras luces de este jueves. Entonces, llegó la desolación: «Mi marido me dijo que estaban bombardeando Ucrania», cuenta Halyna. Las tres llevan semanas con el corazón a 4.000 kilómetros de distancia, pendientes de las noticias que llegaban de su país. «Sabíamos que no nos iban a dejar en paz, pero tuvimos esperanza hasta el último momento», defienden. Asimismo, hablan de la manipulación que cierne Putin sobre los medios de comunicación rusos: «Encendemos las noticias que ven en Moscú, y en ellas dicen tajantemente que Ucrania atacó primero», cuentan con desolación.

Erika, que vive en Kiev; con Sonia, su madre de acogida en Galicia; y la hija de esta
Erika, que vive en Kiev; con Sonia, su madre de acogida en Galicia; y la hija de esta

Sonia Barros: «Pedimos que se establezca un corredor humanitario para que los niños de Ucrania lleguen a España» 

No puede contener las lágrimas al hablar de Erika, la niña ucraniana que acoge todos los veranos en su casa de Oleiros desde sus siete años. «Tiene once y en breve cumple doce. Lleva viviendo a nuestra casa desde hace cuatro años, este sería su quinto verano. El jueves nos llamó su madre angustiada por el inicio de la guerra». Desde las seis de la mañana de esa jornada, Sonia Barros apenas descansa. Su objetivo, al igual que el resto de padres que forman parte de la asociación Infancia de Nad, casi un centenar en España,es que los niños entren en nuestro país. «Pedimos que se establezca un corredor humanitario para ellos. Están en una situación de máxima vulnerabilidad».

La mujer, afincada en Oleiros, explica que Erika vive junto a sus padres y su hermana en un pueblo de la región de Kiev, a unos 120 kilómetros de la capital. Tras la entrada del ejército ruso, la familia vive angustiada y sin saber qué hacer: «Están muertos de miedo. Para ellos el ataque ha sido inesperado y ahora hasta tienen miedo de hablar porque creen que las líneas pueden estar pinchadas. Por teléfono se escuchan a los aviones sobrevolar bajo». Porque Sonia, al igual que otros miembros de la entidad, mediante la cual todos los años los niños ucranianos llegan a nuestro país, indica que ante la tensión creciente de la última semana ya pensaran en sacar a la niña de Ucrania: «Hace unos días les propusimos a los padres traer a los niños a España como turistas, pero allí la percepción que había era que el conflicto estaba lejos, en la zona del Dombás y Crimea. No se imaginaban que la guerra les iba a llegar a la puerta».

Desde la llegada del ejército ruso, la preocupación de Sonia es el bienestar de Erika y de su familia. «Cuando vi en las noticias que había grandes colas en los bancos y que ya había cajeros sin dinero, busqué la formula de hacerles llegar efectivo. Ellos no me pidieron nada, nunca nos piden nada. Pude hacerlo a través de la Western Union y por suerte pudieron ir a la entidad bancaria de su pueblo a retirarlo y a hacer una compra grande al supermercado. Son parte de nuestra familia. Mi hija tiene su misma edad», explica Sonia angustiada. De este modo, pudieron apropiarse de víveres antes de que la ley marcial se implantase en Ucrania: «ahora no se pueden mover ni hacer nada. Están en casa asustados, pero hay otras familias que sabemos están peor. Por suerte, en el pueblo de Erika no ha sido atacado, pero sabemos por otros padres de acogida que hay gente que ha huido de sus casas. Algunos a refugios y otros no sabemos». En concreto, Sonia relata que una madre de acogida recibió la llamada de una abuela ucraniana desesperada pidiéndole que sacara a su nieta del país: «La llamó a las seis de la mañana y luego huyó con la niña, por teléfono escuchó el sonido de las denotaciones. Ahora están en un refugio cerca de Kiev, pero no sabemos mucho».

A la tensa situación, se suma que la trabajadora social con la que la asociación colabora en Ucrania para traer a los menores a España cada verano está fuera de su casa. «Esto le pilló fuera y por miedo está tratando de huir a través de Polonia. El problema es que los pasaporte de los niños están en su casa de Kiev. Tenemos a los niños esparcidos en un área de 200 kilómetros». Por eso, Sonia pide a las autoridades celeridad para evacuar a los pequeños: «Son siete millones de niños en Ucrania y la prioridad es que no sufran los efectos de la guerra. Las familias estamos dispuestos acogerlos ya, a ellos y a sus familias. La prioridad es no separarlos y que lleguen aquí, luego ya veremos cómo lo gestionamos, pero esto es un entorno amigo para ellos. Están acostumbrados a venir todos los veranos y les es familiar».

De momento, los padres de acogida de diferentes entidades se han unido para hacer más fuerza: «Estamos cinco asociaciones en contacto y esperamos que se nos escuche para establecer un corredor humanitario, aunque sea hasta Polonia y desde allí ya nos apañaremos. Entendemos que todo ha sido de golpe, peor es necesario actuar pronto». 

Ucranianos en Arousa: «Tengo miedo de que Putin llegue aquí»

Lana, ucraniana en Arousa
Lana, ucraniana en Arousa Martina Miser

«Quiero que la gente entienda el peligro que hay para que no se crean las mentiras que dicen desde Rusia. Quiero que los gallegos sepan la verdad de una persona que nació de Donesk, porque yo viví todo esto en primera persona, lo quiero hacer por la memoria de mis padres». Habla Svitlana Kanevska y mientras atiende a La Voz de Galicia mira el teléfono pendiente de las noticias que llegan de su prima, que a esa hora está refugiaba en el metro, pendiente a su vez de su hija, que trata de huir en coche con sus hijos de cuatro y ocho años.

Lana, como la llaman en Galicia, sigue la guerra de Ucrania por la televisión desde Carril (Vilagarcía), en un sinvivir que la mantiene en vilo y ahogada por la tristeza, la indignación y la impotencia. Y por el miedo también. «Tengo miedo de que Putin llegue aquí, nadie me creía cuando decía que iba a invadir Ucrania, y lo hizo. Putin quiere dividir Europa y recomponer la antigua URSS. Él no habla por que sí, si puede va a ocupar Letonia, Estonia, Finlandia, Polonia, Rumanía, Moldavia, Eslovenia, República Checa..., incluso puede llegar a lo que fue el muro de Berlín». Su testimonio es una llamada de auxilio para que «el mundo se una» y tome conciencia del drama que viven en su país y del que, en su opinión, Europa no está libre.

Lana huyó de Donetsk en 2000. Entonces no lo hizo por una guerra, «aunque yo tenía la intuición de que allí estábamos en peligro». Lo que entonces la llevó a emigrar fue el temor a una explosión en la planta nuclear de Chernóbil, «porque el sarcófago estaba lleno de grietas». Dejó su trabajo de funcionaria, vendió la casa y el coche, hizo las maletas y junto a su marido y sus dos hijos de once y tres años puso rumbo a Galicia siguiendo la estela de unos amigos.

Entonces no se podía imaginar que la ciudad en la que nació acabaría entre bombardeos. «Pero esto no empezó ahora», señala. Lana se retrotrae a 2014, cuando Donesk y Lugansk declararon su independencia de Ucrania y su padre le relataba por teléfono desde su balcón como un lanzamisiles ruso apuntaba a una maternidad, utilizándola de escudo humano. «Mi padre vivió la invasión de los rusos y desde el sótano de su edificio me contaba que tenía miedo, que no sabía si prefería morir enterrado vivo por una bomba o morir poco a poco en esa guerra». No solo matan las armas. «Mi madre murió porque no había medicinas y cuando mis padres murieron pasé un infierno buscando la forma de mandar dinero para su entierro».

Escuchar a Lana resulta desgarrador, y no solo por lo que ha perdido. «Hay que llamar a las cosas por su nombre, lo que quiere hacer Putin es un genocidio, está llamándoles a los ucranianos nazis cuando el presidente que fue elegido por el 73 % de la población es de origen judío. ¡Menudo régimen nazi, a mi hija la está llamando nazi!». A Olesya, que llegó a Vilagarcía con tres años, el conflicto de su país de origen le pilla lejos en la distancia, pero no en el corazón, a la vista de como lo están viviendo en casa. «La gente está preocupada por nosotros, me acaba de llamar la mujer a la que salvó mi hija de morir ahogada diciéndome que reza por mí. En los dos últimos días me están llamando muchos amigos, tengo muchos hermanos aquí, soy hija de Galicia».

Lana hace su relato en un perfecto español, adquirido en los 21 años que lleva en Galicia. Los inicios no fueron fáciles; su primer trabajo como camarera era incompatible con la crianza de sus hijos y cuando quiso buscar un trabajo más estable como comercial precisó la ayuda de Cáritas para establecerse. Su tesón y su fuerza le permitieron sacar adelante a su familia y hasta comprarse una casa en Carril, donde reside actualmente. Nacionalizada española presume de gallega, y desde su tierra de acogida quiere unir su voz a la de quienes piden que se pare la guerra. «Esto es una pesadilla surrealista que no soy capaz de asumir».

 Un pontevedrés y su mujer, ucraniana, en el primer convoy español que huye de Kiev: «Esto es terrible»

Yuliia Diachenko, que está casada con el pontevedrés Pablo, en medio de la huida del país, que fue a cámara lenta por las enormes caravanas.
Yuliia Diachenko, que está casada con el pontevedrés Pablo, en medio de la huida del país, que fue a cámara lenta por las enormes caravanas.

Pablo Álvarez, de 32 años y de Pontevedra, y su mujer, Yuliia Diachenko, de 28 años y natural de Kiev (Ucrania) son dos de las personas que van en el primer convoy español que huye de la capital en guerra. Llevan 48 horas de viaje infernal y, al fin, acaban de cruzar la frontera con Polonia. «Esto es terrible», es la frase que más repiten a su familia en los pocos mensajes de voz que les pudieron mandar estos días, ya que apenas tienen cobertura y, además, sufrieron momentos importantes de tensión durante el camino, de los que no quisieron hacerlos partícipes para no redoblar la preocupación.

Pablo es trabajador de la embajada española en Kiev y lleva dos años en Ucrania, tal y como narra desde Pontevedra su hermana Montse. Anteayer, de madrugada, en cuanto comenzaron los primeros bombardeos, salió a la carrera de casa para ir hasta la embajada. Mientras, telefoneó a su familia en Pontevedra: «Llamó a mi padre de madrugada para decirle que pensase qué opciones podían tener y cómo podía ayudar a la familia de su mujer, que estaba en el otro lado de Kiev». 

Tanto Pablo como Yuliia se sumaron al primer convoy de españoles, una caravana de coches que avanzó muy lentamente estos dos últimos días hacia la frontera con Polonia. En ella iba tanto trabajadores de la embajada como otras familias españolas que, por distintos motivos, se encontraban en el país ucraniano. Yuliia partió con el amargor de dejar atrás a los suyos, consciente además de que su padre tendría que ir al frente. Ya está allí, luchando para defender el país, y desde entonces no saben nada de él. También tiene un hermano, de 22 años, que fue llamado a filas. Pero lo mandaron de vuelta a casa porque «no sabía ni cómo coger un arma, como le pasa a muchísimos jóvenes».

Mientras Pablo conducía, Yuliia, a cuentagotas, le iba mandando mensajes a la familia de él en Pontevedra. Hay audios demoledores. Esta mañana, decía así en uno de ellos: «Hoy hicieron explotar un edificio bastante cerca de donde viven mis padres, nadie murió gracias a un médico. Después también ardieron los edificios de enfrente de la casa de mis padres y hay explosiones en el aeropuerto. Mi familia se fue, está en el pueblo de mi abuela, parece que están ok. Pero cerca de allí, en otro pueblo, también hubo terror. Creo que los ucranianos lograron echarlos de allí». 

Con amargura, Pablo y Yuliia les contaban también que avanzaban muy lentamente porque las colas de coches huyendo de Ucrania eran tremendas y que se les partía el corazón al ver que muchísimas familias, con niños bien pequeños, escapaban de los bombardeos, directamente, a pie. 

Montse, hermana de Pablo, respiró tranquila cuando al fin ellos se comunicaron para decirles que acababan de cruzar la frontera hacia Polonia. No saben si van a regresar a Galicia. Presuponen que por el trabajo de él no lo hará. Y creen que quizás sea Yuliia la que venga antes. De momento, esperan impacientes noticias suyas mientras se movilizan, como esta mañana en Vigo, para pedir que acabe ya la guerra.