De guía turística para españoles en Kiev a huir con lo puesto: «Veía los helicópteros disparar, la casa temblaba y corrimos con las niñas»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

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Irina cuenta que abandonaron la capital para buscar refugio en una casa de campo, pero les alcanzaron los bombardeos. Un primo militar le dice que sus compañeros han muerto casi todos

25 feb 2022 . Actualizado a las 17:32 h.

A veces basta con escuchar un tono de voz para darse cuenta de la desesperación que hay tras esas palabras. Ocurre así con los audios que manda Iryna Kyrychenko por WhatsApp desde una diminuta aldea de Ucrania, a unos 50 kilómetros de la frontera con Moldavia. Mensaje a mensaje, su voz se va apagando hasta que susurra: «Ya no nos queda nada, se acabó todo». Habla así, con esa impotencia tremebunda, por lo que está pasando desde que el jueves, a las cuatro de la mañana, comenzó la guerra.

Dice que, conforme se dieron cuenta de que empezaban los bombardeos, ella y su marido creyeron que lo más conveniente era huir de Kiev, la capital, porque ahí se creían más expuestos a la amenaza de las bombas. Así, se subieron al coche junto a sus dos hijas, de 8 y 13 años, y se fueron a la casa de campo que tienen a unos veinte kilómetros de la ciudad. Dice que cometieron un error: «Hay un aeropuerto cerca y empezaron a bombardearlo. Desde el balcón veía los helicópteros rusos venir muy bajitos y disparar, la casa temblaba y corrimos con las niñas», explica. Señala que decidieron marcharse en plena noche, sin saber muy bien hacia dónde tirar, porque su casa se tambaleaba de mala manera y las niñas no dejaban de llorar. 

Las caravanas con las que se encontraron fueron tales que un trayecto en el que deberían invertir tres horas les acabó llevando diez. Estaba exhaustos cuando llegaron a una pequeña aldea cerca de Moldavia. Pero, ahí, de momento, no han sentido los bombardeos: «Aquí parece que hay un poco de paz por ahora, pero tenemos mucho miedo». Lo que le gustaría, coma a centenares de ucranianos más, es salir del país. Pero no cree que puedan hacerlo: «No hay vuelos y ni siquiera creo que pudiésemos llegar a un aeropuerto, porque ya no nos queda gasolina y no hay ningún sitio donde puedas repostar. Y las colas de coches duran horas», señala Irina. Además, las noticias que les llegan son desastrosas: «Un pariente mío es militar, es gerente de un grupo y me dice que de 32 personas quedaron solo ocho vivos y siguen luchando en Kiev». 

Con ese escenario tan pesimista, lo único que pueden hacer es esperar y construir un refugio en el que mantenerse a salvo de los disparos. Dice ella que, trabaja para una empresa española y que durante años guio a muchos turistas de habla hispana por Kiev, que es una pena que no puedan cruzar la frontera porque «en España nos ofrecen un montón de casas para refugiarnos, tenemos muchos amigos ahí». No en vano, Irina vivió seis años en el País Vasco, y desde que las cosas se han empezado a poner feas su gente española no ha dejado de contactar con ella para intentar ayudarla. 

Le llaman y le escriben pero, de momento, Irina tiene claro que no van a poder abandonar el país. Tienen dinero en efectivo e intentarán resistir en la aldea a la que fueron a parar, en la que cuentan con una «cava», un pequeño escondite bajo tierra en el que habitualmente se guardan las patatas y que, ahora, les servirá para huir de las bombas.