Los ucranianos que viven la guerra en la distancia: «Dijeron que movilizarán militarmente a todas las personas de entre 18 y 60 años. Temo por mis sobrinos»

S. G. Rial / M. Hermida / O.P / André S. Zapata / A. Sevilla / B. Villaverde / C. Devesa / Pablo Penedo / M. X. Blanco REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Olena Oliynik, ucraniana en Ribeira, muestra una foto de su hijo acompañado de sus abuelos, que sacó en su última visita a Ucrania
Olena Oliynik, ucraniana en Ribeira, muestra una foto de su hijo acompañado de sus abuelos, que sacó en su última visita a Ucrania CARMELA QUEIJEIRO

Viven en Galicia, pero no dejan de mirar hacia el conflicto bélico que ha estallado en su país. Su mayor preocupación, lo que pueda estar sucediendo con sus familias en Ucrania

25 feb 2022 . Actualizado a las 00:01 h.

Las diferentes circunstancias de la vida les trajeron a Galicia, pero desde hace semanas su pensamiento está mucho más lejos. Los ucranianos que viven en la comunidad están viviendo estas primeras horas de guerra en su país con angustia y tratando de conocer todos los datos posibles sobre el estado de los familiares que tienen en el país. Y es que varias explosiones sacuden distintas ciudades ucranianas, entre las que se encuentran la capital, Kiev, tras el anuncio la pasada madrugada por parte del presidente ruso, Vladimir Putin, de iniciar una operación militar a gran escala en la región del Dombás.

Ruslana Kryvko es una de esas ucranianas en Galicia que no se puede creer lo que está sucediendo. Residente en Zas, a primera hora de este jueves se mostraba muy angustiada. «No he parado de llorar, esto no pinta nada bien», aseguraba.

ANA GARCIA

Ruslana, de 46 años, tiene a su familia en unan de las provincias más occidentales, cerca de Polonia. En teoría, la más alejada de la zona de conflicto, aunque en realidad todo el país está amenazado.

«Me comentan que, donde están ellos, no escuchan sirenas ni ven nada, pero también me dicen que ya se empieza a ver la presencia rusa por todas partes, por el espacio aéreo, por todo». Ruslana se muestra abatida: «Es que no sé qué decir, estamos todos pendientes de lo que pasa. Me preocupo por ellos».

Daria Kozhushko, ucraniana en Galicia
Daria Kozhushko, ucraniana en Galicia

Daria Kozhushko, de 20 años de edad y residente en Santiago de Compostela, sí tiene a su familia en Kiev. Ella, como su madre y sus hermanas, que llevan tres años en España, se han quedado paralizadas ante el inicio de guerra en su país. Lo principal, dice Daria, es mantener el contacto con los suyos, no dejar de llamarles para ver cómo está la situación allí: «Mi familia en Kiev está muy nerviosa, tratando de juntarse todos en una casa. Mi tía me dice que quiere juntar sobre todo a los abuelos, para que no pasen solos algo así. Se van a juntar y no salir a la calle. Compraron mucha comida», indica. 

Esta joven, estudiante de un ciclo de FP en Galicia, indica que fue hace tres años cuando ella y sus tres hermanas menores se vinieron a España con su madre y su abuela. En Ucrania se quedó su padre, con el que habló en las últimas horas: «Él me dijo que está bien por el momento, también se juntó con su madre y compró cosas por lo que pueda pasar», indica. Con una familia muy grande, la preocupación de Daria y los suyos pasa por ver qué ocurre con quienes, por edad, podrían ser llamados para combatir. 

Ella está tan nerviosa que apenas puede ver imágenes de Ucrania en la tele. Indica que su familia vino a España a buscar una vida mejor, pero no se imagina una guerra en el país al que tanto sigue queriendo: «No puedo ni hacerme a la idea de cómo será mi ciudad en una guerra, es algo terrible», indica. 

David Cofán

Igor Shah dejó Ucrania para asentarse en España hace años. Tiempo más tarde llegaba a Galicia su mujer, Iryna Eysmont, que trabaja entonces en hostelería en Lalín. Desde que amaneció no ha dejado de estar pendiente del televisor para seguir la guerra en Ucrania, y del teléfono para comunicarse con todos los parientes que dejó en su país natal: «De mi familia en Galicia estamos solo mi marido, mi hija y yo. Tenemos mucha familia allá. Están muy mal, muy preocupados, sin saber qué hacer». Esta mañana habló con su prima, quien le aseguró que ya no pueden salir del país: «Viven a unos 60 kilómetros de la frontera con Polonia, y tienen allí a familiares. Ayer (por el miércoles) hubieran podido salir, pero ya es tarde. Es una situación desesperada». Residen a 15 kilómetros de una base militar, e Iryna relata que el miedo les ha impedido dormir toda la noche. «Intentaré enviarles un Bizum para que puedan comprar alimentos, porque no sé si los bancos funcionan». Su preocupación es aún mayor por su padre, porque vive cerca de Crimea «y es una zona mucha más complicada». 

En plenos bombardeos

Hace justo un mes, Yuliia Rysevhic, una ucraniana que vive en Pontevedra, decía que era consciente de la amenaza que se cernía sobre su país y del temor existente a una guerra con Rusia, pero respiraba tranquila por su familia. Treinta días después y con Rusia atacando toda Ucrania, ya no hay rastro de calma en la voz de esta mujer. Desde su ciudad de acogida, la urbe del Lérez, indica: «Estamos nerviosos, cómo no vamos a estarlo. Estoy trabajando y no veo las noticias todo el rato, pero aún así es preocupante y lo llevas como lo llevas, con nervios», indica. 

Dice que desde esta madrugada trató de contactar con su familia. Hay problemas con la cobertura de los móviles porque «todo el mundo está intentando hablar por teléfono». Pero ella pudo conversar con los suyos a través de Internet, que de momento no falla. Le dijeron que permanecen en casa, sin ir a trabajar ni a los colegios. «En mi ciudad mucha gente trata de huir a Polonia, los que tienen familia allí lo hacen, porque estamos cerca de ese país. Bombardearon el aeródromo militar, no hay víctimas civiles, por lo que me dijeron», explica. Su familia, de momento, no intentará salir del país. «Están en casa todos», insiste ella. 

Yuliia confiesa que nunca pensó que podría pasar algo así, ni siquiera en los últimos meses, cuando la amenaza rusa era cada vez mayor. «Siempre pensé que en la frontera con Rusia podía haber algo, pero no una guerra en todo el país», dice. 

Olga, Aleksandra y Oleksandr Kostenko, una familia ucraniana, en su piso de Lugo.
Olga, Aleksandra y Oleksandr Kostenko, una familia ucraniana, en su piso de Lugo. Carlos Castro

En Lugo, otra familia ucraniana también está en vilo. Aleksandra, Olga y Oleksandr Kostenko llegaron a la ciudad de la muralla en el año 2018. Huyeron de su país hace más de tres años por la persecución que sufría el padre, motivada por su posicionamiento político, contrario a la influencia prorrusa en la zona del Donetsk, de donde son originarios. Ahora, se encuentran en una complicada situación, al borde de la deportación, que les enviaría de vuelta a su país. «Esta noche no pudimos dormir hasta la madrugada, porque estábamos pegados a la televisión y al teléfono, viendo cómo empezaba la  guerra en Ucrania y preguntándoles a nuestros familiares y amigos cómo están». Son palabras de Olga, la madre, que se emociona contando la situación en la que se encuentran sus allegados, que todavía residen en una de las zonas donde la violencia está a la orden del día.

«Vivimos allí hasta hace escasos tres años, así que conocemos a muchísima gente que todavía está allí. Esta mañana muchos se despertaron con el sonido de los disparos y explosiones. El Donetsk es una de las zonas por las que han entrado los rusos», cuenta Olga. «Era una zona donde vivir era muy difícil dentro de una Ucrania desmembrada, pero ahora es diferente, porque son los rusos quienes dicen que nuestro país es inventado y lo quieren para ellos». Critica duramente a Vladimir Putin, líder de los rusos, de quien dice que «quiere ser un rey, un zar», y que está poniendo en peligro a toda la «gente que vive en los 2.000 kilómetros de frontera que hay entre Ucrania y Rusia». 

Olena Oliynik, ucraniana en Ribeira, muestra una foto de su hijo acompañado de sus abuelos, que sacó en su última visita a Ucrania
Olena Oliynik, ucraniana en Ribeira, muestra una foto de su hijo acompañado de sus abuelos, que sacó en su última visita a Ucrania CARMELA QUEIJEIRO

20 años en Ribeira

Con el corazón en un puño y el teléfono operativo las 24 horas del día. Así vive Olena Oliynyk (Lviv, 1976) el inicio de la guerra en Ucrania. Aunque este 2022 cumplirá ya 20 años como vecina de Ribeira, mantiene a buena parte de su familia en su tierra. Allí está su madre, su padre, y sus hermanos de 44 y 35 años: «Dijeron que movilizarán militarmente a todas las personas de entre 18 y 60 años. Tengo dos sobrinos, de 24 y 12 años, y tengo miedo por ellos». «Ucranianos y rusos somos hermanos, tenemos a nuestras familias entrelazadas, nada tiene sentido», explica con un hilo de voz mientras vuelve a revisar el teléfono para comprobar si su madre se ha puesto en contacto con ella: «Hablé a la mañana con ella, pero ahora les han cortado internet. Hay pánico, nuestra ciudad queda en la frontera con Polonia, pero también la han bombardeado. Me ha dicho que sobre las cinco de la madrugada cayeron cinco misiles, que destruyeron el aeropuerto y zonas militares». 

 «Ahora es mucho peor, pero la guerra en mi región lleva años»

Natasha Drozdovska es otra de las ucranianas que vive en Galicia, concretamente en Pontevedra. Pero, cuidado. Ella, en realidad, se siente «una ciudadana del mundo, soviética en todo caso». Y explica la situación. Hija de padre ruso (de Sibeira) y de madre ucraniana (de Kiev) creció en la región Donbás, en la frontera con Rusia. Dice que para su generación es impensable un enfrentamiento entre estos dos países: «Nosotros somos soviéticos y rusos y ucranianos siempre fuimos y nos tratamos como hermanos», defiende. Señala también que creció en un lugar donde no había fronteras, en la antigua Unión Soviética  y que, cuando las hubo, tras la independencia de Ucrania en 1991, no supusieron problema alguno para ella y los suyos. «Todos teníamos amigos o familia en Rusia y Ucrania, todos éramos los mismos. Nos tratábamos, nos queríamos y llevábamos todo con total naturalidad», dice. 

Recuerda que la guerra comenzó en el 2014, cuando ella ya se había marchado de la región fronteriza con Rusia para vivir primero en Kiev y luego ya en España. Su padre se quedó allí, residiendo en la ciudad de Donetsk. Dice que ni él ni las personas que vivieron allí en los últimos ocho años tuvieron una vida tranquila en las autoproclamadas repúblicas separatistas prorrusas de Donetsk y Lugansk. «Ucrania dejó de pagar las pensiones. Mi padre, con ochenta años, tenía que ir a Rusia para cobrar una pensión que le permitiese comer», explica. Y dice que quienes como ella cuentan con pasaporte ucraniano pero tienen familia o amigos en la citada región de Dombás tampoco pueden viajar libremente allí: «Rusia deja salir o entrar, pero Ucrania no. Yo no pude ir ni al entierro de mi padre, tardaban tres meses en darme el permiso para ir a enterrarlo. Y una amiga a la que le murió su madre tuvo que entrar a través de Rusia, que por Ucrania tampoco fue posible». 

Tras poner ese contexto, Natasha deja claro que la guerra actual, la de los bombardeos en toda Ucrania, no la quiere nadie. Ella tampoco. «El conflicto había que resolverlo porque en Dombás había mucho sufrimiento, pero no de esta manera, no quiero esta guerra, ni conozco a nadie que la quiera». Música de los pies a la cabeza, esta ucraniana de Pontevedra suplica calma, y dice: «Ojalá las armas se cambiasen por violines y chelos». 

«Hace dos días estaba todo tranquilo»

Svetlana Karpenko es una ucraniana residente en Vigo. Procede de la segunda ciudad más importante de Ucrania, de Járkov. Esta mañana se asomó a los micrófonos de Radio Voz para contar cómo está viviendo el inicio de los bombardeos en su país. «Estoy asustada y mal, a las cuatro de la mañana ya me escribieron mis amigos porque empezaron los bombardeos». Karpenko, como muchos ucranianos, hace memoria y dice: «No conocí a mis abuelos porque murieron en los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, nos bombardearon tantas veces los alemanes... y ahora esto».

Dice que ni ella ni sus familiares y amigos que están en Ucrania se esperaban esto: «Hace dos días estaba todo tranquilo y de repente pasa esto. Ahora estamos en pánico, la gente no sabe dónde ni cómo ir a ningún sitio. Nuestro Gobierno nos decía que estuviésemos tranquilos, que lo iba a arreglar todo pacíficamente, y ahora tenemos esto».

En cuanto a si cree que la población civil va a ser atacada, indica: «No lo sabemos, creíamos que no iba a haber estos bombardeos y los está habiendo. No sabemos». Insiste, como lo hacen muchos otros ucranianos en Galicia, en que «hasta ahora estábamos totalmente unidos con los rusos, todos tenemos familia allí. Es muy difícil. Esto no se lo esperaba nadie, al menos en mi ciudad», señala.  

Karpenko, con la voz quebrada, hace un llamamiento a todas las autoridades: «Que hagan algo para parar a Putin. Escuché a mi padre hablar muchas veces de cómo escaparon de los bombardeos... no quiero volver a vivir eso». 

«Mi hijo y su novia están intentando volver a España desde Polonia»

Olekssi, hijo de Natalia, junto a ella, su hermano Leonid y la novia de este, Anne. Leo y Anna están tratando de volver a España desde Ucrania
Olekssi, hijo de Natalia, junto a ella, su hermano Leonid y la novia de este, Anne. Leo y Anna están tratando de volver a España desde Ucrania

Para Natalia Afonina el ataque de Rusia a Ucrania es una pesadilla. La mujer, afincada en Oleiros desde hace solo cinco años, está a la espera de que su hijo mayor pueda regresar a España: «Yo todavía tengo un piso en Kiev y mi hijo de 23 años estaba allí por trabajo cuando estalló todo. Le tocaría ir a la guerra y no quiero. Ahora está intentando regresar a España junto a su novia Anna a través de Polonia. Estoy a la espera de saber si les dejan cruzar la frontera o no».

A esa preocupación, se le suma la que siente por sus amigos en Ucrania: «Tengo una amiga escondida con su madre en el sótano de su casa en un pueblo cerca de Jersón. Allí ya entraron los rusos con tanques y helicópteros porque en esa ciudad hay una base militar y la atacaron. Además, está cerca de la entrada en Crimea y por eso se desplegaron allí». A la amiga de Natalia el estallido del conflicto le pilló sola. «Su marido y su hijo son marineros y están fuera. Ella fue a por su madre, que es mayor y está enferma, y decidieron refugiarse en el sótano que ella usaba para hacer mermelada de fresas. Es una aldea en la que vive muy poca gente. Todos mis amigos en Ucrania tienen miedo y se están escondiendo como pueden».

 Para Natalia los países europeos deberían actuar ya para parar los pies a Putin: «Están alimentando un monstruo. Llevan semanas advirtiéndole con sanciones, pero no pasa nada y él ya ha entrado en Ucrania. No sé sabe qué va a hacer y si va a seguir hacia Europa». La mujer señala que ella se crió en Rusia, en donde todavía vive su padre: «Yo no odio Rusia, los ucranianos no los odian. Mi madre está ahora con él allí. La gente normal no quiere esta guerra, pero en Rusia viven en una dictadura. Solo hay un canal de televisión y la propaganda es muy fuerte», relata la afincada en Oleiros. Como ejemplo, pone a su progenitor: «Yo nací en Kazajistán porque mi padre estaba allí en una misión militar, pero me crie en Rusia. Después me fui a estudiar a Ucrania, en donde tuve a mis hijos. Mi madre estuvo con nosotros allí muchos años y nunca le pasó nada por ser rusa, pero a la gente le meten eso en la cabeza, que los ucranianos son unos fascistas. Mi padre nunca vino a visitarnos porque decía que lo iban a matar por ser un exmilitar de Rusia».

Para la mujer cada minuto es una hora: «Espero tener noticias de mi hijo y su novia en un par de horas», comenta. Para pedir que pare el conflicto ella y el resto de la comunidad ucraniana en A Coruña se concentrarán este jueves partir de las 17.00 horas en la plaza de María Pita.

MONICA IRAGO

Con preocupación desde Vilagarcía

Sergiy y Olena Nigeruk son de Kiev, pero llevan 14 años continuando su vida juntos en España. Un país al que él llegó un lustro antes, movido por las oportunidades laborales de un oficio, el de jugador de tenis de mesa, que a sus casi ya 47 primaveras sigue ejerciendo en el club Vilagarcía T.M. En la capital arousana el matrimonio comparte su vida con el otro Sergiy de la familia, un joven que con 15 años abandonó la capital de Ucrania para volar junto a su madre a Galicia en su particular proceso de reunificación familiar. Hablamos con los tres en el pequeño local de Arreglos de Costura Olena, el negocio que la matriarca del clan regenta con ayuda de su compatriota Natalia Gomeniuk, que también nos habla de su estado, ánimo y parecer tras la invasión de su tierra por parte del ejército ruso.

Los cuatro concebían la posibilidad de que algo así podría ocurrir en cualquier momento desde la degradación de las relaciones entre los dos países vecinos en el 2014, pero confiesan que los ha sorprendido que sea ahora. Y eso porque, apunta el patriarca de los Nigeruk, «confiábamos en que las sanciones de Occidente los parasen», en referencia a los rusos. Lamentablemente, continúa Sergiy, «se ve que no le daban tanta importancia a eso y tenemos lo que tenemos».  

Los ucranianos de Vilagarcía de Arousa están en contacto con sus allegados y, de momento, el mensaje que reciben es de realtiva y tensa tranquilidad. Natalia, orihunda de Nemyriv, un pueblo de la región central de Vinnytsia, declara estar viviendo con «preocupación por la familia. Nos duele muchísimo la situación». Y es que si bien su gente cercana en Ucrania «están en casa, preparados, acumulando comida, aguantando y esperando», también, cuenta el hijo de los Nigeruk, «con todos los que hemos hablado nos dicen que oyen caer bombas. En Kiev hoy sonó una alarma que no sonaba desde la Segunda Guerra Mundial». 

«Estoy muy preocupada por mis nietos, ¿qué futuro les espera?»

En Ribeira residen más de una docena de ucranianos, que llegaron en busca de un futuro mejor. Uno de ellos es Andriy Pasaylyuk. Lleva en la ciudad barbanzana un par de décadas y trabaja como marinero en el Gran Sol. Cuatro años después de su desembarco se trajo a su mujer, Mariya Kopylchuk, que se gana la vida cuidando a personas mayores. Con sus ingresos ayudan a los que dejaron en su país de origen, dos hijos y seis nietos. Con gran nerviosismo, ella explica que hace ya varias noches que es incapaz de conciliar el sueño: «Llevo mucho tiempo pendiente de las noticias, confiando en que la guerra no estallara».

Mariya Kopylchu (de frente) con Dolores Carreira, una de las personas a las que atiende
Mariya Kopylchu (de frente) con Dolores Carreira, una de las personas a las que atiende MARCOS CREO

Cuando cayeron las primeras bombas, sus pensamientos fueron, como no podía ser de otra forma, para su familia, especialmente para la hija de su marido -se casaron tras enviudar de sus primeras parejas y cada uno tiene un hijo-, que reside en Kiev: «Al principio no me contestaba a los mensajes, pero luego me confirmó que estaba bien y que se había despertado con el ruido de las bombas». Mariya Kopylchuk le planteó la posibilidad de tratar de abandonar cuando antes Ucrania: «Me dijo que estaba todo colapsado, que no se puede entrar ni salir de la ciudad».

La situación está más tranquila en la región en la que reside su hijo: «Atacaron el aeropuerto, pero él está a muchos kilómetros de distancia». Sin embargo, no puede contener las lágrimas al pensar en sus nietos: «En la guerra anterior murieron miles de personas, entre ellos, jóvenes que tenían toda la vida por delante». Sabe que las consecuencias de la guerra pueden ser devastadoras: «Luego habrá crisis económica, esta guerra será la ruina. Estoy muy preocupada por mis nietos, ¿qué futuro les espera?».

Mariya Kopylchuk no hace más que preguntarse cómo en pleno siglo XXI puede permitirse un conflicto de estas características: «No se entendería que España quisiera ocupar Portugal o Francia invadiera España, ¿por qué está pasando esto en Ucrania? Rusia ya es un país rico y con territorio suficiente». Confía en la intervención de Estados Unidos y la Unión Europea para poner fin al conflicto cuando antes: «Que nos ayuden, porque este loco quiere matar a todo el mundo».

Oleksandr Chebotar y Nizar Kerbazh, médicos que amplían estudios en la USC, esta tarde en el Campus Vida de Santiago
Oleksandr Chebotar y Nizar Kerbazh, médicos que amplían estudios en la USC, esta tarde en el Campus Vida de Santiago XOAN A. SOLER

Nizar Kerbazh y Oleksandr Chebotar llegaron a Santiago hace más de un mes para ampliar sus estudios de Medicina en la USC. Esta madrugada se despertaron a las 4 horas, para comunicarse con sus familias en la zona de Poltava, en el centro del país, al iniciarse los ataques de Rusia. Kerbazh comenta que su estancia prevista es de cuatro meses, pero no duda en señalar que si el conflicto se agrava «por supuesto que iré a mi país a defenderlo». Recuerda que como cirujano su labor es crucial en tiempo de guerra, sin descartar en caso de ser necesario incorporarse al ejército como han hecho ya algunos de sus amigos. «Toda la gente en Ucrania está lista para la guerra, para ayudar a la población y a nuestras tropas». Chebotar señala que los soldados rusos están encontrando mayor resistencia de la esperada: «No creían que los ucranianos pudiesen luchar, pero hoy ven que sí defienden su territorio». Kerbazh cree que no solo los políticos pueden influir en la situación, sino que Ucrania necesita el apoyo de la gente de toda Europa.

Nizar Kerbazh enfatiza las diferencias entre los contendientes en esta guerra: «El ejército ruso invasor no sabe por lo que lucha, lo hacen por las palabras de su, digamos, nuevo Hitler. Nosotros luchamos por nuestras familias, por nuestra tierra, y todos los ucranianos estamos listos para proteger nuestras casas». Entiende que aunque las tropas rusas sean mayores, la mentalización del ejército ucraniano es superior: «Ya vemos soldados rusos abandonando sus tanques, porque no estaban preparados para nuestra resistencia», interviene Oleksandr.

Kerbazh señala que el ataque masivo de Rusia no fue una gran sorpresa para él: «Soy de Donetsk, la ciudad invadida por los rusos en el 2014» y comprendía que esto podía pasar, aunque conservaba cierta esperanza de que no sucediera. Pero señala que es difícil entender la mentalidad rusa, y con ellos «debes prepararte para el peor de los escenarios». Su familia, con la que contactó por teléfono, Whatsapp y Telegram, le indicó que en su área los suministros funcionan con normalidad y no existe falta de alimentos, más allá de que en determinadas zonas del país existan infraestructuras dañadas por los bombardeos y el transporte esté en buena medida colapsado, por estrictos controles en las salidas de las ciudades. Por su parte, Chebotar está todo el día pendiente de su familia: de su madre, de su tío, de su mujer y del pequeño Bohdan, de apenas dos años. Para estos dos médicos lo peor es que el ataque de Rusia les haya encontrado lejos de su país. Pero no dudarán en regresar tan pronto sea necesario para luchar junto a los suyos.