António Costa: El hombre que ha cumplido su sueño en Portugal

María Cedrón LISBOA | ENVIADA ESPECIAL

INTERNACIONAL

Antonio Costa, en la jornada electoral.
Antonio Costa, en la jornada electoral. VÍTOR MEJUTO

Un político de la vieja escuela cuya destreza en tejer alianzas lo aupó al Gobierno en el 2015

31 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

António Costa es zorro viejo. Un político con temperamento, de la vieja escuela. Un hombre hábil que busca en la calle inspiración para dar golpes de efecto que le hagan ganarse el favor del electorado. A veces gana, a veces no. Eso que sus detractores le acusan de ser un burócrata de Lisboa que vive desconectado del Portugal real. Y aunque cultiva el autocontrol, a veces le pierde la furia. Como en el 2017, cuando sus propios guardias de seguridad tuvieron que sujetarle después de que un hombre mayor le recriminara haber estado de vacaciones durante los incendios de Pedrógão Grande, donde 66 personas perdieron la vida. Lo que le reprochaba el hombre era un bulo que circulaba por internet. Eso incomodó al líder socialista, que no supo controlarse.

Más allá de esos deslices, su destreza para tejer alianzas imposibles quedó demostrada en el 2015, cuando, contra todo pronóstico, formalizó un acuerdo de gobierno con el Bloco de Esquerda y los comunistas. Con la geringonça arrebató el Ejecutivo al ganador de las elecciones, el derechista Pedro Passos Coelho. Una muestra de su capacidad de diálogo es la buena relación que mantiene con el presidente de la República, el conservador Marcelo Rebelo de Sousa.

Abrió una tendencia

Dice uno de sus asesores que con el golpe de timón que dio con su geringonça, marcó tendencia en Europa. El que había sido ministro con António Guterres y José Sócrates demostró que se puede combinar la agenda europea con la agenda social. «Invirtió la tendencia de austeridad en la que estaba inmerso el país tras la intervención de la troika y todo el mundo empezó a hablar de Costa fuera de Portugal», explica un allegado.

Los que lo conocen saben que es hábil a la hora de combinar sagacidad y determinación, algo que lleva demostrando desde que, con diez años, escribía ya críticas televisivas en una revista bajo el seudónimo de Babuch. O como cuando con doce decidió que iba a ser abogado, como Perry Mason, y militante de izquierdas, pero no comunista como su padre, Orlando da Costa, un escritor de la excolonia lusa de Goa que estuvo encarcelado durante la dictadura de Salazar.

A lo largo de su trayectoria política ha demostrado ser un pragmático al que no le importa usar estrategias rocambolescas para sus objetivos. Lo demostró en los 90 cuando se postuló a alcalde de Loures, un bastión comunista en el área metropolitana de Lisboa. Su baza en aquellos comicios fue la ampliación de la línea de metro hasta Odivelas para sortear el tráfico que había entre Loures y Lisboa. Lo que hizo fue organizar una carrera entre un burro y un Ferrari. Aunque el asno llegó primero, Costa no ganó.

Otra prueba de su determinación fue cuando en el 2014 desafió al entonces secretario general del PS, António José Seguro, pese a la victoria sobre el PSD en las elecciones europeas por 100.000 votos de diferencia, «por poucochinho», como calificó Costa la ventaja. En aquellas primarias socialistas ganó Costa. Su gran baza: la popularidad lograda como alcalde de Lisboa.

Ahora Costa ha ganado la mayoría absoluta, y acabará convertido en el político portugués con más tiempo al frente del Gobierno desde la Revolución de los Claveles.