Salieron de Afganistán y vuelven al Emirato

Mikel Ayestaran TORKHAM (PAKISTÁN)/ ENVIADO ESPECIAL COLPISA

INTERNACIONAL

Grupos de personas se congregan en la frontera entre Afganistán y Pakistán
Grupos de personas se congregan en la frontera entre Afganistán y Pakistán M. AYESTARAN

Pakistán mantiene semicerrada la entrada a los afganos, pero permite la salida de los que están en su territorio Torkham (Pakistán)

03 sep 2021 . Actualizado a las 12:32 h.

Militares de Pakistán a un lado. Milicianos talibanes al otro. No hay apenas distancia entre ellos. La bandera verde y blanca paquistaní comparte protagonismo con la enseña blanca del Emirato que marca el inicio de la tierra controlada por unos islamistas armados con kalasnikovs, pero también con armas modernas donadas por Estados Unidos al desaparecido Ejército afgano. La frontera de Torkham, situada al norte de Peshawar y a solo 180 kilómetros de Kabul, recupera poco a poco la actividad y resulta más sencillo cruzar al Emirato que salir de él. En Torkham el flujo de afganos que vuelven a casa es constante. Marcharse del país, sin embargo, está reservado a diplomáticos y a aquellos que tengan un visado en regla de Pakistán.

En las evacuaciones lideradas por Estados Unidos 120.000 personas abandonaron el territorio afgano, pero miles y miles de colaboradores quedaron en tierra. Catar, que junto a Turquía se ha convertido en el gran puente de los talibanes con la comunidad internacional, trabaja en la reapertura del aeropuerto y el posible establecimiento de un corredor humanitario. Los talibanes repiten a diario que dejarán salir a quienes tengan un visado. El problema es que muchos carecen de él y que con el aeropuerto cerrado solo quedan las fronteras terrestres, pero los vecinos las mantienen semiselladas.

Las mujeres, separadas

Decenas de hombres se agolpan en una especie de prisión alargada y cubierta por una tejavana que es el acceso de peatones al puesto fronterizo en el lado de Pakistán. Las mujeres pasan por otra zona a la que los hombres no podemos acceder. Ajbar espera a su hija Sabrina, que se casó hace diez años con un afgano, se fue a vivir a Jalalabad y desde entonces nunca ha vuelto. «Tenía planeado el viaje desde antes de la llegada de los talibanes, pero todo se ha ido retrasando y ahora no hay manera de lograr el permiso de Pakistán. Ella está a un lado de la frontera y yo al otro». Toda la zona norte de Pakistán y el sur de Afganistán es territorio pastún. Familias enteras están separadas por una frontera, pero comparten lengua, cultura y tradiciones.

Heal Mohamed es conductor de camiones. Sufrió un accidente a comienzos de agosto y se desplazó a Peshawar para recibir tratamiento en un hospital.

Ahora, ya recuperado, no tiene ninguna duda de su deseo de volver a casa.

«Mi familia vive en Kabul, hablo a diario con ella y me dicen que hay problemas económicos, pero no de seguridad. La capital está tranquila y la ruta es segura».

El mantra de la seguridad se repite en cada uno de los que esperan su turno para presentar su pasaporte y volver al Emirato. También el de la economía, aunque la noticia de que Western Union, la compañía especializada en envío de dinero, retoma la actividad supuso una puerta de esperanza.

Daud también viajó hace unas semanas a Pakistán por temas médicos.

Tuvo que acompañar a su madre. «He recibido la llamada de mi colegio para decirme que las clases han comenzado de nuevo y que debo incorporarme.

¿Por qué no lo voy a hacer? Mi vida está allí y quiero completar mis estudios», comenta mientras prepara los papeles que le permitirán cruzar.

Asmare se ha vestido su mejor salwar kamize (traje típico de la zona con pantalones y blusa anchos), ha metido varios regalos en su maleta de ruedas y atraviesa sonriente esta especie de largo pasillo enrejado.

«Los medios occidentales hablan solo de cosas negativas, pero nosotros vemos una cosa que es la más importante de todas: con los talibanes en el poder tenemos una oportunidad de vivir en paz. Estamos hartos de guerra tras guerra. Me voy a ver a mis amigos a Jalalabad y regreso en una semana».

Se despide con una amplia sonrisa.

La puerta del Emirato

Una vez cruzado el puesto de Pakistán hay que recorrer un kilómetro para llegar al afgano. Torkham significa 'montaña negra' y el escenario es de novela de Tolkien. La pequeña carretera serpentea entre la enormidad de unas montañas que te hacen sentir de juguete. La valla está levantada, pero justo después los primeros talibanes dan el alto a los recién llegados.

Han izado una gran bandera del Emirato y cortan el camino con una de las furgonetas todoterreno que antes usaban la Policía y el Ejército.

Detrás del vehículo hay un grupo de unas doscientas personas que esperan su turno para cruzar a pleno sol. El trabajo principal de los milicianos es el control de los camiones que pasan sin parar cargados hasta los topes y levantando un polvo que nubla hasta las montañas.

Intercambian comentarios con los militares paquistaníes allí desplegados y no ponen ningún impedimento ante las cámaras. Se les nota relajados y con la confianza de quien tiene la fuerza. Algunos se tapan la cara con pañuelos, otros la llevan descubierta. Todos van fuertemente armados. Después de décadas en la clandestinidad ahora ellos imponen el orden.

«No hay de momento un fuerte tráfico de personas porque los dos lados pedimos tener todos los documentos en regla, pero la cosa empieza a funcionar, algunos elementos del antiguo Gobierno trabajan ahora con el Emirato y la frontera está operativa también en su lado», comenta el coronel Rizwan Nazir. Los militares destacan que la coordinación con los talibanes ha hecho que «la situación permanezca estable y no se perciba inseguridad que nos obligue a cerrar el paso». El Gobierno de Islamabad mantiene una política de puertas cerradas y su ministro de Interior, Sheikh Rasheed Ahmed, declaró que «no se ha dado a una sola persona el estatus de refugiado».

Torkham es la vía de salida más rápida por tierra desde Kabul, pero de momento este camino solo tiene una dirección, que es la de regreso al Emirato.