«Si yo estuviera en mi país, en Cuba, estaría preso o muerto»

Melissa Orozco / C.A. SANTIAGO / LA VOZ

INTERNACIONAL

XOAN A. SOLER

El exiliado cubano Luis Orlando Lozano vive en Santiago desde hace nueve años tras salir con su familia de la isla, donde fue víctima de la represión

18 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Luis Orlando Lozano estaba a dos calles de su casa en Parcelación Moderna, un pueblo de la provincia de La Habana. Tenía 16 años, llevaba unas pastillas para su dolor de muela, en el camino se unió un amigo que compró en la calle unos kilos de carne para su familia, algo ilegal en Cuba. Azul y rojo, eran las luces de la policía. Su amigo se marchó de inmediato. Un oficial se bajó de su coche y le preguntó a Luis quién era su amigo. «No podía decirlo porque él no estaba haciendo nada malo», recuerda. El patrullero lo esposó, no alcanzó a abofetearlo en la cara porque Luis medía 1,87 así que lo lastimó en el cuello y a porrazos metió al joven en el automóvil.

A Luis le hervía la cabeza de la rabia, no dudó en decirles a los oficiales de la comisaría que denunciaría al patrullero que lo había golpeado. «Eso te pasa por maricón, ahora todos los que están aquí, te van pegar», le dijeron en medio de burlas. Lo enviaron a un calabozo pequeño y fétido con más presos. Luis se pegó a la pared del fondo al lado de una cama de cemento. Su abuelo trató de hablar con los uniformados para que el joven saliera del lugar, pero un militar, esposo de una amiga cercana de su familia, intercedió.

«Me sacaron del calabozo y me llevaron a una oficina. El militar me dijo ‘Mira, te van a soltar pero no puedes denunciar, si lo haces, vas a quedarte aquí y ya sabes lo que te puede pasar'. Cuando salí volví a respirar pero no era lo mismo, ya no creía en nada. Yo no había cometido ningún delito. En Cuba hay que hacer lo que te dicen y punto», afirma.

Pasó siete años más en su país con miedo, sabía que eso no era vida hasta que en el 2012, a sus 23 años, él junto a su familia se enteraron que podían vivir en España porque uno de sus abuelos era de Ourense. Vendieron todo lo que tenían , se sostenían con un negocio de mantequillas y queso cremas mientras organizaban sus papeles para irse. Su hermano ya estaba en Ecuador, le envió 500 dólares a Luis, que pretendía comprar una grasa para hacer mantequilla. Buscó a alguien que se la vendiera en su pueblo, encontró una familia, fue a su casa, pero el temor lo invadió de nuevo. Dos hombres entraban y salían cada tanto del sitio. Luis decidió ir a la calle y tomar una foto de los individuos con su móvil. Mala decisión, no quitó el flash. Uno de ellos llegó con un cuchillo, le quitó el móvil, su dinero y se fue en un coche con su compañero.

Luis se dirigió a la comisaría, denunció el hecho a un oficial, le preguntó cuánto dinero tenía a lo que él respondió. «Usted de dónde sacó todo ese dinero. No lo puede tener. A partir de ahora, vas a ser mi chivatita (informante)», el joven agachó la cabeza, comenzó a llorar, miró fijamente al oficial, pensó en su viaje a España, en el futuro que estaba a punto de perder y le dijo: «No, mi hermano, te estás equivocando de persona». Desde ese momento, Luis trató de salir lo menos posible de su casa. Varias veces que estaba fuera de su hogar, se topó con el mismo oficial, quien siempre terminaba con un «¿qué tal, Luis? Te estamos mirando».

Para Luis, era imposible vivir en Cuba, «si yo estuviera en mi país, estaría muerto o preso. La única forma de sobrevivir allí es con un negocio ilegal, no puedes vender carne, no tienes derecho a tener tu propia empresa», afirma. Cuando Luis llegó con su familia a Santiago de Compostela hace 9 años, no lo pensó dos veces, comenzó un negocio de transportes en la ciudad y ahora vive de eso. Aún a sus 32 años, extraña las partidas de dominó con sus amigos que viven en la isla. «Yo quiero mucho a mi gente, a mi Cuba, pero no puedo vivir allá, tampoco puedo volver. Galicia me dio la oportunidad de hacer la vida que no tenía», asegura.