Las razones del inestable laberinto político italiano

Darío Menor ROMA / COLPISA

INTERNACIONAL

Giuseppe Conte, primer ministro italiano, en una imagen de archivo
Giuseppe Conte, primer ministro italiano, en una imagen de archivo REUTERS

La ley electoral y la debilidad de los partidos explican las recurrentes caídas de los Gobiernos

01 feb 2021 . Actualizado a las 13:04 h.

Desde 1994 hasta hoy Italia acumula 16 Gobiernos y diez primeros ministros: Berlusconi, Dini, Prodi, D'Alema, Amato, Monti, Letta, Renzi, Gentiloni y Giuseppe Conte. A este último el jefe del Estado, Sergio Mattarella, podría encargarle estos días la formación de un nuevo Ejecutivo. Sería el tercero de esta legislatura. En los últimos 27 años en España ha habido en cambio cinco presidentes del Gobierno (González, Aznar, Zapatero, Rajoy y Sánchez), los mismos que en Francia, mientras que la palma de la estabilidad europea se la lleva Alemania, con solo tres cancilleres desde 1994: Kohl, Schroder y Merkel.

¿Qué pasa en Italia para que haya una crisis de Gobierno aproximadamente cada año y medio? Los expertos coinciden en tres razones que contribuyen a la inestabilidad. La primera es la proporcionalidad de las sucesivas leyes electorales, que provocan parlamentos fragmentados en muchos partidos, dificultando así la gobernabilidad. En segundo lugar está la debilidad interna de las propias fuerzas políticas, siempre sacudidas por luchas de egos y con poco control de los líderes hacia sus senadores y diputados. Las defecciones, cambios de chaqueta y alianzas imposibles son un arma habitual para hacer caer un Gobierno. Y, finalmente, pesa lo heterogéneos que resultan los italianos desde el punto de vista político.

«Aquí cada uno quiere su propio partido. Es un sentimiento muy arraigado en la sociedad que el sistema electoral nunca se ha preocupado de frenar», explica Luigi Curini, profesor de Ciencia Política de la Universidad Estatal de Milán. En su opinión no hay que sorprenderse de que en medio de la pandemia Matteo Renzi retirara a su pequeño partido de la coalición gubernamental, lo que propició la dimisión de Conte. «Estas crisis son algo connatural a la política italiana. No es una sorpresa, sino una constante en un sistema que nadie quiere modificar», denuncia.

«En este país no hay dos partidos mayoritarios rivales como en otras naciones y sabes que gobierna o uno u otro. Aquí tenemos un bloque de formaciones de derechas que cuando están en el poder se obstaculizan las unas a las otras. Y en el centroizquierda tienes al Partido Democrático, siempre atormentado por sus divisiones internas», sostiene por su parte Mario Bertolissi, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Padua, que critica el «bajísimo perfil» de la actual clase política. «Las viejas fuerzas como la Democracia Cristiana y el Partido Comunista tenían una presencia territorial fuerte que pesaba a la hora de elegir a sus cargos. Ahora en cambio es difícil encontrar a profesionales o administradores con experiencia que acepten una candidatura. Los que tenemos son unos incompetentes».

Las perspectivas de futuro tampoco son demasiado halagüeñas. En su última comparecencia en la Cámara de los Diputados, Conte prometió una nueva la ley electoral de carácter más proporcional y con un porcentaje mínimo de votos para lograr representación parlamentaria. Si finalmente consigue mantenerse en el poder y cumple esta promesa, debilitará aún más la gobernabilidad del país. «Con esa nueva ley electoral los Gobiernos no se elegirán en las elecciones sino que se decidirán en el Parlamento con las negociaciones que establezcan los partidos. El voto de los ciudadanos perderá peso», advierte Curini. Bertolissi secunda a su colega: «Conte ofrece la reforma de la ley electoral como moneda de cambio a las formaciones más pequeñas para que lo apoyen. Eso es no tener sentido de las instituciones ni del bien común».

Las repetidas crisis políticas suponen además un grave coste para la economía del país, ya que cada cambio de Gobierno provoca un parón en la maquinaria de los ministerios. «Los informes de los grandes bancos internacionales desaconsejan invertir en Italia por la falta de reputación de la clase política. No te puedes fiar de ella. Eso provoca daños millonarios», asegura el profesor de la universidad de Padua. «Como los Gobiernos saben por lo general que van a durar poco, tienen una perspectiva breve y no se atreven a realizar reformas impopulares, pero que serían muy necesarias a medio y largo plazo», dice por su parte Curini, que califica de «dramático» el círculo vicioso en que está atrapada la política italiana.