La agenda de la reunificación trasatlántica

Sigmar Gabriel, John B. Emerson

INTERNACIONAL

María Pedreda

Superada la etapa de Trump, Estados Unidos y Alemania aspiran a reavivar una alianza vital para Occidente

20 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

A lo largo de cuatro años, la Administración Trump demostró que le importaban poco las alianzas. Sin embargo, persiste la realidad de que la colaboración entre EE.UU. y Alemania es indispensable y seguirá siéndolo. El tratado «dos más cuatro» (entre las dos Alemanias, junto a Francia, el Reino Unido, EE.UU. y la antigua URSS), que logró volver a unir a Alemania del Este y Alemania Occidental tras décadas de separación por el Telón de Acero, es apenas un ejemplo de cómo los estadounidenses y los alemanes han permanecido hombro con hombro durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Como en toda relación, ha habido altibajos, y la presidencia de Trump marca un punto bajo casi sin precedentes. Pero los lazos que vinculan a Alemania y a Estados Unidos se fundamentan en algo más que historia o sentimentalismo. No solo compartimos los mismos valores, sino también intereses cruciales.

La Constitución de cada uno de estos dos países consagra la creencia de que todos los seres humanos nacen iguales y que nuestra libertad es inalienable: el Gobierno no puede otorgarla ni revocarla. Nuestra libertad está protegida por la democracia, el Estado de derecho, la separación de poderes y la libertad de expresión y reunión. Son principios en común que durante décadas han dado forma a nuestros países, a ambos lados del Atlántico.

Cambios veloces

Pero el mundo está cambiando velozmente, y está claro que Alemania y Estados Unidos deberán trabajar juntos para afrontar los nuevos retos globales. La confrontación de China con Occidente —y, en términos más generales, con el orden de la posguerra— es solo el comienzo. La pandemia del covid-19 ha puesto al desnudo las vulnerabilidades de nuestro planeta interconectado e interdependiente. El cambio climático está aumentando la frecuencia y gravedad de los episodios climáticos extremos y los desastres naturales, los que, junto con los conflictos violentos —a menudo surgidos de la escasez de recursos relacionada con el clima o exacerbados por este— impulsan nuevas oleadas de migración de masas.

Más aún, puesto que el régimen de no proliferación de armas nucleares de la posguerra se ha visto ahora socavado, ha aumentado radicalmente el peligro de una carrera armamentística nuclear planetaria. Las mismas tecnologías digitales que han acercado a los pueblos del mundo también han permitido el ascenso de redes terroristas globales, guerras y conflictos que afectan desproporcionadamente a los más pobres. Mientras la humanidad ha logrado niveles de prosperidad nunca antes vistos, la brecha entre ricos y pobres se ha ampliado hasta niveles potencialmente desestabilizadores.

La pandemia nos ha mostrado por qué ningún país puede esperar superar esos desafíos por sí mismo. No hay virus ni incendio forestal que discrimine entre víctimas o respete fronteras políticas. Las consecuencias de la creciente injusticia y el debilitamiento de la cohesión social acaban por sentirse a todo lo ancho y largo del planeta, ya sea en forma de crisis de refugiados o como terrorismo internacional. Sin un régimen de no proliferación eficaz y ampliamente aceptado, cualquier país que se sienta amenazado tendrá todas las razones para proveerse de armas nucleares. Sin un marco global para la regulación de los datos y la inteligencia artificial, la información seguirá convirtiéndose en un arma. Y sin una alianza defensiva creíble, mantener la paz será cada vez más difícil.

A la luz de estos retos, nunca han sido más válidos los valores e intereses comunes que caracterizan la relación germano-estadounidense. Tras un tiempo de incertidumbre y volatilidad en nuestra relación bilateral, toca comenzar a reconstruir la confianza mutua. Necesitamos desarrollar con urgencia una agenda que pueda hacer realidad la promesa —para nosotros y el mundo— que representan nuestras sociedades democráticas, libres y abiertas.

Principios clave de la agenda común

Hay varios principios clave que deberían guiar nuestra agenda en común. Primero, debemos colaborar en el desarrollo de un programa de recuperación de la pandemia, dando prioridad a la provisión de equipos de protección personal y a la investigación y producción de una vacuna. También debemos comenzar a repensar el multilateralismo y reformar las Naciones Unidas, la Organización Mundial del Comercio, la Organización Mundial de la Salud y otras entidades para ponerlas al día con sus objetivos y equiparlas para dar respuesta a los desafíos que amenazan con ampliar la injusticia social.

También será necesaria una estrecha cooperación para servir de contrapeso económico a China, en un desafío que es mejor no entender como una «guerra fría» sino como una competencia económica. Respecto a esto, Alemania y Estados Unidos deberían ser líderes a la hora de resucitar la Asociación Trasatlántica de Comercio e Inversión, impulsando nuevos acuerdos de comercio libre y justo —no en menor medida en África— y ofreciendo una iniciativa de infraestructura trasatlántica que sirva como una alternativa transparente y democrática a la iniciativa Belt and Road de China (la nueva «ruta de la seda» entre el país asiático y Europa por mar y ferrocarril).

Tecnología verde

Ambos países tenemos también un interés mutuo en desarrollar la tecnología verde necesaria para combatir el cambio climático. En lugar de pleitear sobre proyectos de gasoductos individuales, deberíamos estar desarrollando una estrategia conjunta para alcanzar la seguridad energética mediante la ampliación de la infraestructura relevante (incluidos nuevos terminales de gas natural líquido en Europa), apoyando proyectos de investigación conjunta (como en el «hidrógeno verde») y respaldando juntos la iniciativa de los Tres Mares en Europa (el grupo de cooperación económica formado por 12 países del Este de la UE que están bañados por los mares Báltico, Adriático y Negro).

De forma similar, EE. UU. y Alemania podrían unirse para asegurar un papel de garantes de que la próxima fase de la innovación digital cumpla los estándares éticos occidentales. Es increíble la ausencia de una alternativa occidental al gigante chino del 5G, Huawei.

Recuperar la OTAN

Por último, nuestros dos países deben trabajar en conjunto para reparar el régimen de no proliferación nuclear y dar un nuevo vigor a la OTAN. Las recientes rencillas sobre consideraciones de defensa europea y trasatlánticas han sido innecesarias, pues, al final, compartimos las mismas inquietudes sobre seguridad.

No hay duda de que se trata de una agenda ambiciosa y que limitarse a enumerar los éxitos del pasado no bastará para satisfacer los nuevos desafíos que plantea un mundo en constante cambio. Pero la historia de Estados Unidos y Alemania demuestra lo que son capaces los pueblos y los Estados cuando tienen la voluntad política y la valentía de colaborar entre sí. En menos de una generación, la amarga enemistad entre excontrincantes creció hasta ser una asociación basada en la confianza, y acabó en una estrecha amistad. Frente a los enormes desafíos a los que se enfrentan Alemania, Europa y Estados Unidos, trabajar juntos es la única opción viable.

Sigmar Gabriel, ex ministro alemán y vicecanciller, es presidente de Atlantik-Brücke.

John B. Emerson, ex embajador estadounidense en Alemania, es presidente del Consejo Estadounidense sobre Alemania.

© Project Syndicate, 2020.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.