El «cheerleader» que hizo de la Casa Blanca un plató se enfrenta al hombre tranquilo que resucitó dos veces 

Luis Pousa
Jefe de Sección de La Voz de Galicia

El martes se celebran las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Demócratas y republicanos echan el resto para conseguir votos en los estados que pueden decidir la cita con las urnas. Y lo hacen sabiendo que se ha disparado el número de voto anticipado frente a los comicios del 2016, cuando Trump venció a Hillary Clinton.

Han pasado cuatro años. Y han cambiado muchas cosas desde entonces. El covid puede ser determinante. El rival es otro. La incertidumbre es máxima. ¿Quiénes son los dos aspirantes a la presidencia de la principal potencia militar del planeta. Estos son sus perfiles:

Joe Biden volvió este martes a Florida para dirigirse esta vez a los jubilados
Joe Biden volvió este martes a Florida para dirigirse esta vez a los jubilados TOM BRENNER | Reuters

Joe Biden, el hombre tranquilo que ya resucitó dos veces

El exvicepresidente de Obama aspira a atraer el voto moderado de los republicanos hastiados de Trump

Luís Pousa

-¿Y cómo se llaman los perros?

-Senador y Gobernador.

Recién licenciado en Derecho por la Universidad de Siracusa, Joe Biden (Scranton, Pensilvania, 1942) no ocultaba su ambición política a las visitas que se interesaban por las mascotas. Con 29 años cumplió ese primer sueño y se convirtió en uno de los senadores más jóvenes de la historia de Estados Unidos. Durante 36 años ocupó el mismo escaño en representación de su estado adoptivo de Delaware y del Partido Demócrata, al que se afilió espoleado por su rechazo a las políticas de Nixon.

Era 1972, y solo unas semanas después de salir elegido senador, su vida implosionó. Un accidente de tráfico acabó con la vida de su mujer y su hija, de solo un año, y dejó malheridos a sus otros dos hijos. Pensó en arrojar la toalla y abandonar su sueño de llegar a ser presidente, pero en lugar de eso decidió viajar todos los días entre Washington y su casa en Wilmington (Delaware) para poder cuidar a los pequeños. Se ganó así el apodo de Amtrak Joe, en alusión a la compañía ferroviaria en la que sumó como pasajero más de dos millones de millas.

Biden, que en alguna ocasión ha confesado que durante aquellos días llegó a pensar en suicidarse, logró ponerse en pie y reconstruir su existencia. Cinco años después, se casó con una profesora de literatura y en 1980 tuvo otra hija con ella.

Tras casi cuatro décadas en la Cámara Alta, Barack Obama lo eligió en el 2008 para acompañarle en la candidatura demócrata a la Casa Blanca. Y este veterano católico, hijo de un modesto vendedor de coches de Pensilvania, se convirtió en vicepresidente. El tenaz político, que durante toda su vida ha luchado contra la tartamudez, estaba a solo un peldaño del Despacho Oval.

Biden se bajó al fin del Amtrak y se instaló en la residencia oficial del vicepresidente, puesto desde el que ejerció una labor discreta que su jefe directo elogiaba así: «Es uno de esos jugadores de baloncesto que hacen un montón de cosas que luego no se reflejan en las estadísticas». Al finalizar su segundo mandato en el 2016, Barack Obama premió ese «juego sin balón» de Joe Biden con la medalla de la Libertad.

Solo un año antes, había sufrido su segunda muerte en vida. Su hijo Beau, fiscal general de Delaware, falleció con 46 años de un tumor cerebral. En esta ocasión, Biden decidió abandonar la política y rechazó las propuestas para liderar la candidatura demócrata, que finalmente recayó en Hillary Clinton.

Un retorno inesperado

Pero en el 2018 murió -del mismo tipo de cáncer que su hijo- su buen amigo el senador republicano John McCain, azote de las malas artes de Trump y una de las voces más críticas contra el presidente desde las filas de su propio partido. Tras dos años alejado del ruido y la furia de Washington, Biden reapareció en escena para pronunciar el discurso de homenaje en su funeral.

La dirección demócrata comprendió entonces que, además de captar al votante demócrata que añoraba la era de Obama, el exsenador puede atraer el voto moderado de los republicanos hastiados de los exabruptos de Donald Trump.

En su contra, juegan su imagen de «político profesional» con demasiados quinquenios en Washington, las dudas perpetuas sobre su estado de salud y deslices verbales como el que tuvo en el último debate, cuando afirmó que planeaba sacar a EE.UU. del negocio del petróleo, asunto con el que Trump ha hecho sangre en estados péndulo como Pensilvania.

Joe Biden, que acostumbra a citar frases de las películas de John Wayne, aspira a ser ese «hombre tranquilo» que encarnó el actor talismán de John Huston y que tanto necesita un país zarandeado por las ocurrencias del actual inquilino de la Casa Blanca. Un sosiego del que se burla Trump al colgarle el sambenito de «Joe el Somnoliento», pero que el demócrata, a punto de cumplir 78 años, transforma en marca de la casa cuando responde con humor a las acusaciones del magnate de que es un «peligroso comunista»: «Miradme, ¿de verdad tengo pinta de socialista radical?».

Donald Trump, en un mitin en Mïchigan
Donald Trump, en un mitin en Mïchigan JONATHAN ERNST

Donald Trump, el «cheerleader» que hizo de la Casa Blanca su plató

El presidente exprime la indignación de una clase media vapuleada por la globalización y las élites

Luís Pousa

«Podría plantarme en medio de la Quinta Avenida, pegarle un tiro a un viandante y no perdería ni un solo voto».

La frase no es una simple salida de tono de Donald Trump (Nueva York, 1946). En realidad, encierra un diagnóstico bastante certero del actual paisaje político norteamericano. Estados Unidos se ha polarizado al máximo y más que dos proyectos ideológicos, el martes 3 se enfrentan dos países.

Sea o no reelegido, esa fractura es el legado que dejará el presidente número 45 de EE.UU., un licenciado en Económicas por Pensilvania que se autodefine como cheerleader de la primera potencia mundial.

A pesar de que Europa mira por encima del hombro a América por haber sentado en la Casa Blanca a este histriónico presbiteriano, Trump no es más que la culminación de las propuestas populistas que sacuden el planeta a diestro y siniestro.

El promotor inmobiliario, que aterrizó en Washington como un outsider, exprime la indignación de una clase media vapuleada por la globalización y frustrada por la ostentación de las élites empresariales y políticas para vender desde la derecha un discurso antisistema que en el 2016 le compraron amplias capas de esa población que cree que en el Capitolio solo hay alienígenas disfrazados de burócratas.

Su amigo Roger Ailes convirtió la cadena Fox News en la voz de esa América ultraconservadora y sin complejos, encantada de dar al fin rienda suelta a sus prejuicios. Y Trump ha sabido transformar esa marea de rencor en papeletas. Bastó con que empuñase una biblia para que muchos olvidasen su hoja de servicios como mujeriego empedernido e icono de aquella Nueva York entre Sodoma y Gomorra de los ochenta.

Michael D'Antonio, autor de La verdad sobre Trump, recordaba en la CNN que en los años setenta, «cuando aún no había colocado ni el primer ladrillo de su primer edificio», ya aparecía constantemente en las televisiones y los tabloides como el multimillonario de moda al que había que seguir la pista. Narcisista compulsivo, siempre le ha preocupado más su imagen que sus actos. Trump ya era nueva política antes de la nueva política.

Por eso mismo, los tuits impiden ver los logros. Porque no todo es negativo en el balance. Hasta la irrupción del coronavirus, la economía de EE.UU. crecía de forma vertiginosa. Pacifista por aislacionista, ha sido el primer presidente desde Jimmy Carter que no ha iniciado una guerra durante su primer mandato. Y, aunque ha dimitido del rol de líder de Occidente, no le ha temblado el pulso al plantar cara a la atroz dictadura china.

Un presentador al volante

El candidato a la reelección dirige el país como si fuese una de sus empresas (de ahí su afición a despedir altos cargos). «No hago negocios por dinero. Tengo más del que nunca necesitaré. Los negocios son mi arte», escribía en The art of deal. Y su experiencia de 14 años como presentador de El aprendiz le ha permitido transformar la Casa Blanca en un enorme plató televisivo donde protagoniza junto a sus cinco hijos y su tercera esposa, Melania, un reality de audiencia universal.

El fallido impeachment, del que salió victorioso el año pasado, y su recuperación del covid-19 son los capítulos de superación de un serial que Trump quiere titular Cuatro años más.