La unidad política se resquebraja en Bélgica por la gestión de la crisis sanitaria

Salvador Arroyo BRUSELAS / COLPISA

INTERNACIONAL

La primera ministra belga, la liberal francófona Sophie Wilmès, está al frente del Gobierno desde mediados de marzo, poniendo fin a 454 días de Ejecutivo en funciones aunque lejos aún de su propio récord mundial de 541 días.
La primera ministra belga, la liberal francófona Sophie Wilmès, está al frente del Gobierno desde mediados de marzo, poniendo fin a 454 días de Ejecutivo en funciones aunque lejos aún de su propio récord mundial de 541 días. OLIVIER HOSLET | Efe

La ampliación de los poderes especiales y polémicas como la forma en que se han registrado las muertes restan apoyos al Gobierno anticrisis

30 abr 2020 . Actualizado a las 09:09 h.

Las siete horas de negociaciones que necesitó el Consejo de Seguridad Nacional el pasado viernes para lanzar el calendario hacia el desconfinamiento de Bélgica fueron ya una señal de que el país parece abocado a recuperar la fragmentación política que, hasta el estallido del coronavirus, le llevó a sumar 454 días sin un Gobierno estable. El Ejecutivo de Sophie Wilmès recibió poderes especiales de un crisol de diez formaciones políticas para hacer frente a la crisis sanitaria. Y apenas unas horas después de aquel maratón negociador, los verdes francófonos de Eccolo se desmarcaron de la estrategia de vuelta a la normalidad, poniendo el foco en una reapertura del comercio programada para el 11 de mayo. Si todo va bien.

La cuestión es que ya desde esta formación se había deslizado que si la pandemia sigue evolucionando en la actual dirección, la extensión de poderes especiales no tendría sentido. La vigencia de la excepcionalidad para Wilmès expira el 27 de junio. Lo pactado fueron tres meses que serían renovables por otros tres -hasta septiembre- si la líder política liberal, la primera mujer que dirige un Gobierno belga, lograba renovar la confianza antes del verano. 

Hace apenas mes y medio, muchos analistas lo daban por hecho. Wilmès tendría el timón del país hasta septiembre. Al fin y al cabo, la reconstrucción económica será dura y larga y el plan de desescalada excede per sé la primera fase del mandato. Pero en este tiempo ha habido decisiones cuestionadas.

Desde el cómputo de fallecimientos (en Bélgica se tienen en cuenta los sospechosos sin diagnóstico previo vía PCR) que han llevado al país a liderar la tasa de letalidad por el covid-19, a medidas concretas como el permiso de apertura de guarderías y centros escolares para acoger a los pequeños mientras sus padres trabajaban, o las visitas a las residencias de ancianos -donde se están produciendo más de la mitad del total de muertes-. Unas medidas que algunos Gobiernos regionales se han negado a autorizar. Wilmès incluso chocó nada más asumir el control con los nacionalistas flamencos, que no estaban de acuerdo con clausurar la actividad escolar presencial o con el cerrojazo al comercio y la industria.

Oposición 

La cuestión es que hace apenas una semana, el 20 de abril, desde las filas de esta formación conservadora, la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), su presidente y alcalde de Amberes, Bart de Wever, apuntaba a que junio marcará el final del apoyo al Gobierno anticrisis.

Él ya está listo para retomar la negociación. Y al igual que él, los socialistas francófonos: «Salvo por razones de fuerza mayor, no pediremos la extensión de los poderes especiales». Los cristianodemócratas flamencos se han manifestado también en el mismo sentido. Así que las fuerzas políticas con mayor peso en Bélgica (incluidos los Verdes) están preparadas para volver a las eternas negociaciones para conformar un Gobierno estable.