Evo Morales, el sindicalista cocalero que se creyó el Messi de la política

Julio Á. Fariñas A CORUÑA

INTERNACIONAL

EDGARD GARRIDO | reuters

El hombre que dirigió con más aciertos que errores los destinos de Bolivia durante casi 14 años, es desde hace una semana expresidente. Se encuentra exiliado en México y no descarta volver

15 nov 2019 . Actualizado a las 20:50 h.

Es, salvo sorpresas nunca descartables y menos en esas latitudes, el final de la dilatada carrera política del primer indígena de América Latina que llegó a presidente a través de las urnas. Eso sí, pretendía morir con las botas puestas. No ha dudado en recurrir a todo tipo de tretas y artimañas para perpetuarse en el poder porque se consideraba imprescindible para regir los destinos de su país. Y eso fue precisamente lo que le perdió.

El pasado año, cuando comenzaron las protestas de los denominados comités cívicos contra su inscripción para la que pretendía ser su cuarta reelección consecutiva, decía que impedir su presentación sería como no dejar que Lionel Messi o Cristiano Ronaldo jugasen en las selecciones de sus respectivos países.

La actual constitución boliviana, reformada tras su llegada a la presidencia, y a semejanza de otros países de la región, prohíbe las reelecciones presidenciales consecutivas después de un segundo mandato. La limitación de los mandatos pretendía ser el antídoto contra un mal endémico de la mayoría de los regímenes de la región, incluidos los democráticos: la adicción al poder. Pero los salvapatrias populistas que ocuparon los tronos presidenciales en las dos últimas décadas no tardaron en dejarse abducir por los encantos del ejercicio del cargo y promovieron las pertinentes reformas constitucionales para cambiar la norma. A algunos les salió bien, a otros, no tanto.

Evo no quiso ser menos y, olvidándose de sus raíces indígenas -en todas las comunidades, desde hace generaciones, solo permiten reelegir a sus líderes una vez-, sometió a referéndum la supresión de la limitación de mandatos. En febrero de 2016 la mayoría de los bolivianos le dijeron que no. Pero al año siguiente «su» Tribunal Constitucional anuló las limitaciones establecidas por la voluntad popular, con el  argumento de que esa limitación choca con los derechos humanos. Como recompensa a tan original argumento, la mitad de los magistrados que lo formaban ocupan hoy cargos de confianza en la Administración.

Aunque se subió pronto al carro bolivariano que galopó en las dos últimas décadas por el subcontinente, pilotado por el difunto comandante Chávez Frías, desde el primer momento Evo supo marcar hábilmente las distancias con sus compañeros de viaje y, a diferencia de sus correligionarios, deja a su país en un estado ostensiblemente mejor al que estaba a finales  el año 2005, cuando consiguió su primera gran victoria en las urnas y se hizo con la presidencia, a la que tuvo el detalle de renunciar el pasado domingo, al percatarse de la dimensión del conflicto social y político que estaba generando la ostentosa manipulación de los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, corroborada por un informe de de la Organización de Estados Americanos (OEA). 

Si en un primer momento se limitó a anunciar la convocatoria de nuevas elecciones, la «invitación a la renuncia» que le hizo un portavoz de la cúpula militar le llevó a las pocas horas a dar un paso más: hacer público su abandono del cargo y poner tierra por medio.

¿Una dimisión voluntaria u obligada?

La invitación de los uniformados, que no se hizo precisamente con discreción si no en una comparecencia ante las cámaras de televisión del comandante en jefe de las fuerzas armadas Villiams Kalimán, desató la polémica.

El pasado lunes, en la oficialización de su renuncia en una carta que hizo llegar a la presidencia de la Asamblea Legislativa Boliviana, dio por hecho que se trató de una «renuncia obligada»,  fruto de un «golpe político, cívico y policial» y concluye con un llamamiento a la resistencia.

Mientras tanto, se cuidó de ponerse a buen recaudo a la espera de que llegase el avión enviado por López Obrador para conducirlo al exilio. Eso sí, olvidándose de un tweet publicado el 26 de mayo de 2016 por @evoespueblo en el que se puede leer: «Quién se esconde o escapa es un delincuente confeso. No es un perseguido político».

Su rivales políticos se encargaron de recordárselo, pero a nivel internacional sigue el debate sobre si lo de Bolivia fue o no un golpe de Estado. Hay opiniones para todos los gustos.

«El socialista más exitoso del mundo» 

Evo Morales vino al mundo hace 60 años en el seno de una humilde familia de siete hermanos dedicada a la agricultura y a la cría de llamas en el departamento de Oruro, a cuatro horas de viaje en coche desde La Paz. Ese niño, a los seis años emigró con su familia durante el periodo de la zafra de la caña de azúcar al norte de Argentina. Allí fue por primera vez a la escuela, algo  que poco tiene que ver con la fama a nivel mundial que adquirió con su llegada a la presidencia de Bolivia el 22 de enero de 2006. Ganó las elecciones por mayoría absoluta, gracias al apoyo masivo de los indígenas, que suponen casi el 60 % de la población del país.

 Mandar ya le gustó desde niño. En unas declaraciones. el mismo relataba: «cuando tenía 13 o 14 años fundé un equipo de fútbol en mi comunidad, se llamaba Fraternidad y participábamos en los campeonatos. Yo era el capitán, el delegado y era también el árbitro» .

La Bolivia que gestionó en los casi tres lustros que ostentó el poder, tras ejercer cuatro años como diputado en la oposición, tampoco se parece mucho a la que heredó de su antecesor en la presidencia, Enrique Rodríguez Veitzé al que le tocó la Guerra del Gas de 2003.

En sus años de gobierno la economía del país registró un incremento medio anual del 5 %. A partir de 2017 Bolivia se convirtió en uno de los países con mayor crecimiento económico en Sudamérica.  La pobreza extrema disminuyó de 36,7 % al 16,8 % entre 2005 y 2015. El diario londinense Financial Times, biblia del capitalismo, llamó hace tres años a Evo Morales «el socialista más exitoso del mundo»

En una de sus primeras acciones decidió cumplir una de sus promesas electorales y redujo su salario en un 57%; el de muchos otros funcionarios del gobierno y la administración pública fue igualmente reducido, ya que según la ley, ningún empleado público puede percibir un sueldo mayor al del presidente. Un gesto que le honra pero que choca con la decisión adoptada en su último mandato de mandar construir un fastuoso palacio presidencial de 28 plantas en el centro de La Paz, al que destinó nada menos que 33 millones de de dólares y al que hace llamar la Casa Grande del Pueblo.

 Aunque en sus discursos, como buen populista despotrica contra el neoliberalismo, en su praxis económica Morales nunca fue tan radical y apostó por el pragmatismo. No se libró de la corrupción, pero se mantuvo a clara distancia de otros mandatarios de su órbita política como Maduro, Correa, Lula o los Kirchner

En su primer año en el poder anunció la nacionalización de los recursos energéticos, al mismo tiempo que ordenaba a los militares la ocupación de instalaciones de empresas extranjeras en ese sector. En esta medida, según Eduardo Gamarra, catedrático boliviano de la Universidad Internacional de Florida, «en un sentido estricto, no hubo nacionalización, lo que hubo fue un cambio en los términos de los contratos para que una mayor parte de las ganancias se quedaran en Bolivia».

Gamarra considera un gran error interpretar el fenómeno de Morales como una expresión boliviana del chavismo. «No es es un antineoliberal, es un neoliberal indígena que ha combinado una retórica nacionalista con un manejo bastante más pragmático en la economía».

Otros analistas, como el sociólogo e investigador boliviano Henry Oporto consideran que el éxito político de Evo Morales en su dilatado mandato responde al hecho de que él y su partido, el MAS «propiciaron la incorporación de sectores indígenas, campesinos y trabajadores urbanos y de clase media baja a esferas de poder político, lo que ha significado un salto en inclusión social». A eso suman el boom de las materias primas, que impulsó el crecimiento de la economía y le dio al país estabilidad social y política, después de unos primeros años turbulentos.