Hacer la compra en Venezuela ya es cuestión de «fe»: familiares en el exterior

pedro garcía otero CARACAS / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

Miguel Gutiérrez | EFE

Con el fin del desabastecimiento, las compras y ventas se hacen ahora en dólares

15 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El desabastecimiento que padeció Venezuela durante todos los años del régimen de Nicolás Maduro ha llegado a su fin. Ahora, mal que bien, se consigue de todo: alimentos, incluso importados (muchos de ellos de países con escasa tradición en el intercambio, como Turquía, uno de los mejores aliados del régimen madurista en estos momentos), medicinas e incluso productos para paladares refinados. Pero ahora se compran y se venden en la moneda del odiado imperio estadounidense: el dólar.

«La vida es más fácil para los que tienen ‘fe’», ironiza Leonardo Carrillo, quien compraba este jueves un bote de Nutella en una tienda en el exclusivo Centro Ciudad Comercial Tamanaco, de Caracas, que ahora, luego de años de decadencia, bulle de vida.

«Fe» no alude a la creencia en una deidad, sino a otro gracejo venezolano: las siglas de «familiares en el exterior», los que envían las remesas a una sociedad en la que el salario mínimo es de 40.000 bolívares, equivalentes a 1,5 euros mensuales. O lo que es lo mismo, a una cantidad de apenas cinco céntimos de euro diarios. Remesas que el año pasado, según cálculos extraoficiales, alcanzaron ya 1.500 millones de dólares; una cifra que en el pasado venezolano era poco menos que una calderilla y que hoy es una bocanada de oxígeno imprescindible para una economía que pasó de ser la más rica de Latinoamérica a finales del siglo pasado a convertirse, junto con Haití, en la más pobre de su entorno.

Leonardo no tiene familiares en el exterior, pero como diseñador gráfico tiene un salario mensual de 130 dólares que sus empleadores le pagan en efectivo, cuando lo consiguen, o en bolívares al tipo de cambio del día.

Sin subida del salario mínimo

El Gobierno de Nicolás Maduro ha estado anunciando la posibilidad de aprobar un incremento del salario mínimo durante varios meses, pero con una inflación que subió del 33 % en julio al 65 % en agosto, tal subida solo agregaría ceros a una moneda que ha tenido ya alrededor de un 234.000 % de aumento en los precios durante el último año.

El dólar, que ya domina en más del 40 % de las transacciones del país, se ha vuelto, además, el termómetro de los precios en el día a día de la vida de los venezolanos.. En el mismo sitio donde Carrillo compraba su Nutella, el precio expresado en bolívares era el reflejo de los 15 dólares de su precio en billetes verdes, en los que pagaba el joven.

El dólar, que comenzó mandando en las negociaciones con inmuebles, hoy domina en los precios de automóviles, electrodomésticos y otros bienes de especial valor para las familias venezolanas.

Como señalaba Josué Rondón, quien atiende el mismo negocio, «nosotros vemos el precio del dólar, calculamos a cuanto va a estar cuando repongamos la materia en nuestras estanterías y ese es el precio que fijamos». Si la cotización de la moneda norteamericana en el mercado alternativo baja hasta en un 20 %, como ocurrió la semana pasada, los precios no lo siguen, porque, como puntualiza el economista Asdrúbal Oliveros, las expectativas son de que el dólar siempre suba, aunque tenga retrocesos coyunturales.

Los funcionarios reciben bonos de hasta seis veces su salario para poder sobrevivir

El régimen de Maduro, desesperado por captar divisas con las que poder evitar el estrangulamiento económico de su economía derivado del bloqueo impuesto por Estados Unidos, no solo ha hecho de la vista gorda ante la dolarización desordenada de la economía, sino que la ha estimulado, estableciendo mecanismos para la tributación en dólares con los que aumentar sus beneficios.

Los principales desahuciados de esa economía dependiente de los precios del dólar son sus propios empleados públicos, y los pensionados, que solo ganan en bolívares a un cambio totalmente devaluado. Sin embargo, el salario mínimo es una «ficción», como señala el economista Henkel García, e informalmente, cada vez más, empleadores y empleados negocian un salario mínimo que está alrededor de los 30 dólares. Los empleados estatales cobran bonos de hasta seis u ocho veces su salario cada mes, porque, si no, sencillamente no asistirían a trabajar; pero los jubilados sí están pasando grandes necesidades, porque no cobran ni bonos ni pueden negociar mejoras.

Cada vez son más frecuentes las imágenes de ancianos solicitando ayuda en las colas de supermercados para lidiar con un fenómeno (la hiperinflación) que ni siquiera pueden entender, con un marco monetario inservible (el billete de más alta denominación ya vale solo dos euros) y con una pensión que solo les alcanza, en un mes, para un kilo de arroz, en un país que a hoy tiene la tasa de suicidios más alta del mundo y la segunda emigración forzada, después de la de Siria.

Alcaldes como Josy Fernández, de Los Salias, buscan ya por su cuenta ayuda en el exterior, en países como España para poder ayudar a sus convecinos a superar este calvario económico.