La ayuda humanitaria sigue llegando a una frontera marcada por el éxodo de venezolanos

HECTOR ESTEPA CÚCUTA (COLOMBIA) / E. LA VOZ

INTERNACIONAL

«Los niños se me enferman y tuve que escapar de Venezuela», declara a La Voz Anise Rivera
«Los niños se me enferman y tuve que escapar de Venezuela», declara a La Voz Anise Rivera HÉCTOR ESTEPA

«Los caminantes» recorren 1.500 kilómetros a pie para escapar del régimen de Maduro

17 feb 2019 . Actualizado a las 14:30 h.

«Dejamos a los familiares. A nuestras madres. A nuestros abuelitos. Pero toca arrancar para adelante y guerrear fuertemente para poder ganarse la vida», dice a La Voz el venezolano José Martínez, de 21 años, con los ojos llorosos y el rostro cansado tras un largo viaje. Una maleta rosa con ruedas lo delata: se ha ido de su país, para no volver, al menos mientras continúe la crisis política y económica en Venezuela. Acaba de cruzar el puente internacional Simón Bolívar, que separa Colombia de Venezuela.

Una maleta rosa con ruedas delata a José Martínez. Se ha ido de su país, para no volver, al menos mientras continúe la crisis política y económica en Venezuela
Una maleta rosa con ruedas delata a José Martínez. Se ha ido de su país, para no volver, al menos mientras continúe la crisis política y económica en Venezuela HECTOR ESTEPA

Unas 25.000 personas transitan la frontera al día. El 89% vuelve tras unas horas, después de comprar en las tiendas de Cúcuta, la primera localidad colombiana tras cruzar el puente, lo que no encuentran en su país. El resto se va de Venezuela, maleta en mano, hasta que cambien las cosas.

Al menos 2,3 millones de venezolanos han abandonado el país desde el 2015, según la ONU. Un millón vive en Colombia, pero muchos migran a otros países del continente sudamericano. Es el caso de José. Se dirige a Ecuador. Pero no irá en autobús, como hacen quienes pueden permitírselo.

«Vamos a pie, patrón. Caminando. Guerreando de aquí a allá. Durmiendo en cartones, pidiendo cola (haciendo autoestop), como sea, pero de cualquier manera uno tiene que llegar allá», explica Martínez, con gesto duro, pero semblante esperanzado, al poco de iniciar la conversación.

Está dispuesto a recorrer a pie los 1.500 kilómetros que separan el puente Simón Bolívar de Cúcuta, del puente de Rumichaca, fronterizo con Ecuador. No tiene el dinero necesario para comprar pasajes de autobús para él y sus amigos.

Les llaman «los caminantes»

Cientos de personas emprenden el mismo camino todos los días. Les llaman «los caminantes». José y sus amigos van a ser uno de ellos. Dicen que en Venezuela no hay ya oportunidades para los jóvenes. «Uno no estudia porque no vale la pena. Una profesión no vale nada allá en el país. Usted se gradúa de doctor y tiene que limpiar pocetas (inodoros) o recoger cacas de perro», dice el joven. A su alrededor suenan las carretas de cientos de venezolanos que trabajan llevando los bultos de quienes van y vienen con mercancías entre los dos países.

El ambiente es frenético. Decenas de vendedores ofertan viajes en autobús para ciudades colombianas, como Cali o Medellín. Otros ofertan dinero por el pelo de las venezolanas. Muchos intentan cambiar dinero. Ofrecen también tarjetas telefónicas, bajo un intensísimo calor solo interrumpido por rachas de viento que levantan una intensa polvareda, dejando una imagen de lejano Oeste. «Hay mucha necesidad en Venezuela. Yo he sido la última de mi familia en venir. Todos estaban aquí ya. Pero yo ya no me puedo quedar. Los niños se me enferman y tuve que escapar. Es doloroso, pero espero que Venezuela cambie pronto», dice, con una tenue voz, la migrante Anise Rivera

Cerca del Simón Bolívar, en otro puente fronterizo, el de Tienditas, se están almacenando los suministros enviados por el Gobierno de Estados Unidos y que Juan Guaidó pretende introducir en Venezuela el próximo 23 de febrero.

Ayer aterrizaron en Cúcuta dos aviones militares procedentesde Miami, cargados con más suministros mientras en la ciudad existe una mezcla de escepticismo y expectación.

Gabriela Arellano es una diputada de la Asamblea Nacional Venezolana exiliada
Gabriela Arellano es una diputada de la Asamblea Nacional Venezolana exiliada HECTOR ESTEPA

Una diputada en el exilio: «Los cuarteles no quieren seguir pisoteando al venezolano»

Gabriela Arellano (Michelena, 1985) es diputada de la Asamblea Nacional Venezolana. Salió de su país hace ocho meses ante una posible detención y llegó a Cúcuta hace dos semanas. Organiza la llegada de los suministros alimenticios y médicos enviados por EE.UU. La oposición venezolana espera que entren en el país el próximo sábado pese a la oposición de Maduro. Gabriela responde a unas preguntas de La Voz.

- ¿Qué va a pasar el 23 de febrero?

- Va a llegar el alivio al pueblo venezolano. Va a triunfar la paz. Y los militares se van a colocar del lado correcto de la historia.

- ¿Por qué cree que los militares dejarán pasar la ayuda?

- Esta comida y estos medicamentos son también para salvar a sus seres queridos. Es allí donde está la decisión. Es la necesidad de una sociedad. Yo soy muy optimista y ya hemos sentido el ánimo de los cuarteles, que es no seguir pisoteando al venezolano.

- ¿Teme que haya violencia el día 23?

- La violencia solo la encarna Nicolás Maduro y hoy está solo, aislado y deslegitimado.

- ¿Cómo es vivir fuera de su país?

-Es nunca estar feliz. Es, a pesar de tener ciertas comodidades, estar preso en lo mental.