Entre la débil presidencia de Rumanía y los líos de Macron

Francisco Espiñeira Fandiño
FRANCISCO ESPIÑEIRA REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Juncker y la rumana Viorica Dancila, el viernes en Bucarest
Juncker y la rumana Viorica Dancila, el viernes en Bucarest ROBERT GHEMENT | EFE

Bucarest ocupa la presidencia rotatoria, pero tiene una casi nula influencia por sus problemas

13 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En una semana decisiva para el futuro del proyecto común europeo, Bruselas se encuentra sin un liderazgo político efectivo con el que poder hacer frente a las numerosas grietas que condicionan el mantenimiento del bloque.

La primera de esas circunstancias sobrevenidas es el papel de Rumanía. Al país de los Cárpatos le corresponde este semestre decisivo la presidencia rotatoria, pero su influencia en el escenario global es, siendo generosos, mínima. Sus problemas políticos internos, con el país sumido en una cascada de escándalos de corrupción, y su economía, una de las más pobres de Europa, reducen su papel en las conversaciones a meramente testimonial.

El protagonismo recae en Jean Claude Juncker, cuyo futuro tampoco se presume demasiado largo, aunque ejerce con mano firme el liderazgo negociador de Bruselas ante las constantes dudas del Reino Unido.

Ni siquiera la primera potencia económica del bloque común, Alemania, puede imponer tampoco una línea de trabajo a la hora de levantar la pérdida de credibilidad en el futuro de la Unión. Angela Merkel ya ha traspasado el liderazgo efectivo de su partido a su fiel número dos, Ann Krahn-Karrembauer y trata de no dañar las posibilidades electorales de esta ante el avance de las opciones populistas de derechas y de izquierdas en su país.

De hecho, Merkel dedicó la semana clave en el futuro del acuerdo de salida del Reino Unido a visitar Grecia para dar su espaldarazo a la reconversión económica del país emprendida por el otrora díscolo Alexis Tsipras. 

Aspirantes en problemas

Tampoco han emergido nuevos liderazgos dentro de la UE que sirvan para contentar a los disconformes. El francés Emmanuel Macron, que pretendía convertirse en un referente de un nuevo modelo, se ha visto atrapado por las protestas sociales de los chalecos amarillos, que han echado abajo su plan de reformas a costa incluso de vulnerar el techo del sacrosanto déficit público para frenar las protestas callejeras.

Italia y España, los otros dos principales motores económicos de la UE, sufren convulsos escenarios políticos, que en el caso de los primeros incluye la presencia de dos fuerzas claramente antieuropeas al frente del Gobierno.

Mientras, la guerra norte-sur entre los países que pretenden profundizar en la unión económica y los que prefieren destinar más recursos a un modelo más social no hace más que aumentar las grietas del proyecto.

En las elecciones europeas de mayo, el actual Parlamento se verá profundamente transformado por la pérdida de influencia de los partidos tradicionales y el crecimiento de los euroescépticos y ultranacionalistas. Ellos tendrán la llave de la nueva UE.