México, se levantó el telón: AMLO y su Morena entraron en escena

Julio Á. Fariñas A CORUÑA

INTERNACIONAL

Jose Pazos F.

México, uno de los grandes paradigmas de la violencia y la corrupción en  Las Américas, ha puesto su destino en manos de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) que dice ser la receta mágica para cambiar el rumbo de un país que está pagando la onerosa factura de medio siglo de gobierno de unos entes políticos  cuyo nombre lo decía casi todo: Partido Revolucionario Institucional (PRI) y Partido de Acción Nacional (PAN)

02 dic 2018 . Actualizado a las 20:26 h.

Era la tercera vez que lo intentaba y el pasado uno de julio, por fin, lo consiguió y además con una abrumadora mayoría. Algo más de 30 millones de mexicanos, que todavía sobreviven a la violencia crónica que asola al país y las miserables condiciones económicas en las que le toca vivir, hartos de la nefasta gestión de Enrique Peña Nieto, le dieron su apoyo masivo en las urnas.

Aunque su mandato comenzó oficialmente el pasado sábado, en la práctica, desde la proclamación oficial de su triunfo con el 53 % de los votos válidos hace cinco meses no dejó de poner en práctica su personalísimo estilo de gobernar: ordeno mando y hago saber. Todo ello arropado con la celebración de consultas populares que tanto les gustan a todos los líderes populistas.

El sábado en su primer discurso como presidente desde la tribuna de la Cámara de Diputados de San Lázaro, a lo largo de casi hora apabulló al auditorio recitando el interminable racimo de promesas que cautivaron a millones de mexicanos a la largo de su campaña. Si las cumple, pasará a la historia como el político del siglo.

Lo más real de todo lo que dijo fue la descripción de la realidad del país, pero para poner en práctica  las soluciones que propuso, tendrían que producirse un cúmulo de milagros que van más allá de la buena voluntad.

De entrada, decretó el fin del modelo neoliberal en México, de la corrupción y la impunidad y anunció que comenzaba una nueva etapa del ejercicio del poder político con austeridad. Aseguró  que «la crisis de México se originó no sólo por el fracaso del modelo neoliberal, sino también por el predominio de la más inmunda corrupción pública y privada. Nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes y de la pequeña minoría que ha lucrado con el influyentismo». Y añadió: «durante el periodo neoliberal el poder político y el poder económico se han alimentado y nutrido mutuamente y se ha implantado el robo de los bienes del pueblo y de las riquezas de la nación».

Tras esta descripción de la cruda realidad del país, su receta para cambiarla resulta, cuando menos, sorprendente. «Propongo al pueblo de México que pongamos un punto final a esta horrible historia y comencemos de nuevo. Que no haya persecución a los funcionarios del pasado y que se desahoguen en absoluta libertad los asuntos pendientes. En el terreno de la justicia se pueden castigar errores del pasado, pero lo fundamental es evitar los delitos del porvenir», dijo literalmente. Considera que, de no hacerlo así, «no habría cárceles suficiente y meteríamos al país en una dinámica de fractura, conflicto y fragmentación,  y eso nos llevaría a consumir tiempo y recursos para emprender la construcción de una nueva patria, la reactivación económica y la pacificación del país».

Otros anuncios reseñables de su discurso fueron su categórico rechazo a presentase a la reelección y su compromiso de someterse a un referendo revocatorio a la mitad de su mandato. Si los cumple, será un buen síntoma de que no está en la onda de otros populistas de la región como Chávez, Morales o Correa que dijeron lo mismo y luego hicieron todo lo contrario.

No eludió el grave problema migratorio que vive la  región y que afecta muy directamente a México como país y como paso obligado para  los que, huyendo del hambre y/o represión en sus respectivos países, tratan de llegar a Estados Unidos. En este tema anunció que pedirá a Estados Unidos y Canadá ir más allá de su acuerdo comercial trilateral y buscar un acuerdo de inversiones que permita enfrentar la migración en Centroamérica y México.

En la larga lista de invitados que acudieron a su toma de posesión estaban dos personajes de la región -Daniel Ortega y Nicolás Maduro- que solo tienen en común con AMLO, el que también se dicen de izquierdas pero cuya praxis dictatorial no es bien vista por una buena parte de la izquierda mexicana que apoya al nuevo presidente y menos por la derecha que desplegó en el acto pancartas de rechazo al siniestro presidente venezolano.

El ex dirigente sandinista se abstuvo de viajar a México pero el heredero de Chávez sí lo hizo, pero solo lo dejaron asistir al almuerzo con el resto de los invitados nacionales e internacionales. No hay constancia por cuenta de quien corrió el almuerzo de los 100 guardaespaldas que le acompañaban. El anfitrión, sin embargo acudió al almuerzo sin seguridad ni guardia pretoriana y no en un coche oficial, sino en su Volkswagen Jetta blanco que lo ha transportado desde antes de ganar las elecciones de julio.

En su segundo discurso del día ya en la calle y  ante miles de mexicanos emocionados que lo aplaudían, durante casi dos horas, repitió la lista de recetas a las que se había referido tanto en su campaña como en el acto de toma de posesión. Sus simpatizantes se mostraron especialmente emocionados con sus promesas en beneficio de los indígenas, la eliminación a la pensión de los expresidentes y la venta del avión presidencial, así como el mejoramiento urbano en favor del turismo en regiones poco conocidas del país, la realización de consultas populares, la construcción de universidades públicas y el compromiso de que no existirá el espionaje.

Los críticos con el discurso de AMLO, que destacan como principales activos en su haber su «fe en sí mismo y su confianza en el efecto mágico de los símbolos» -son palabras del analista político mexicano Jesús Silva-Herzog-  dicen de él que no es ni pretende ser un gestor ni un estadista sino que encarna una esperanza igualitaria que no va tener enfrentarse a una oposición coherente pero sí a las carencias y debilidades de MORENA, su propio partido «una coalición -añaden- que más allá de la lealtad a su fundador, carece de señas de identidad y, sobre todo, de liderazgos eficaces».

Llaman la atención sobre la bipolaridad política de un personaje que  siempre fue muy crítico con la decisión adoptada hace doce años por el presidente Calderón  de militarizar la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, que solo ha servido para disparar las cifras de víctimas de la violencia en los últimos años. Durante su campaña no se cansó de repetir que su plan de seguridad eran  Abrazos, no balazos, pero ahora opta por militarizar aún más México.

El pasado de noviembre dio a conocer el Plan Nacional de Paz y Seguridad, que incluye la creación de una Guardia Nacional conformada por fuerzas de la policía y el ejército, que operarían bajo las órdenes de la Secretaría de Defensa Nacional. La medida fue duramente criticada por muchos. Human Rights Watch, por ejemplo, la calificó de “error colosal” y acusó a López Obrador de “redoblar” las políticas de sus predecesores Felipe Calderón (2006-2012) y Enrique Peña Nieto (2012-2018).

Pero, ¿por qué ese drástico cambio del presidente electo de México?, se preguntan los analistas de Insightcrime.org. «Una posible respuesta -explican- es que López Obrador se está dando cuenta de que los problemas que México enfrenta son más difíciles de como los presentó durante los años de campaña. Aun con amplias mayorías en ambas cámaras del Congreso, es improbable que pueda transformar una cultura política donde la corrupción es endémica. De igual modo, por muy loables que sean sus cambios de filosofía, no hay una solución milagrosa para un México más seguro».

Sobre la inmunidad ofrecida a  funcionarios de gobierno acusados de corrupción, según revela este prestigioso digital especializado en temas de seguridad de América Latina, podría responder a su deseo de salvar a funcionarios corruptos entre los que cita a algunos de sus asesores más cercanos.

Cita en concreto a Manuel Bartlett, «jefe entrante de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y por mucho tiempo uno de los lugartenientes principales de López Obrador, está acusado de haber pasado las primeras décadas de su carrera como un célebre matón del autoritario Partido Revolucionario Institucional (PRI). Así mismo, los elegidos de López Obrador para altos cargos en fiscalías han visto señalados por denuncias de actividad deshonesta. Durante el juicio que se le sigue a El Chapo Guzmán en Nueva York se denunció que miembros de la alcaldía de López Obrador en 2000-2005 de la Ciudad de México habrían recibido sobornos de narcotraficantes».

Concluye este análisis publicado el pasadoa 30 de noviembre señalando que «Quizás una de las lecciones más importantes de estos pasos en falso de López Obrador en las últimas semanas tiene que ver no con sus posibles políticas, sino con el presidente electo mismo.

Por largo tiempo López Obrador ha mostrado un fuerte deseo de crear políticas según su capricho. El repentino viraje hacia la militarización y la aparente propuesta no planeada de amnistía  para funcionarios sospechados de corrupción son un reflejo de ese rasgo. Esa impredecibilidad podría ser un peligroso ingrediente para un gobierno que busca soluciones a uno de sus mayores problemas».