Tlatelolco, el Estado dispara al pueblo

Toni Silva CIUDAD DE MÉXICO / LA VOZ

INTERNACIONAL

La plaza de las Tres Culturas, hoy un sitio de ocio para los  niños
La plaza de las Tres Culturas, hoy un sitio de ocio para los niños Toni Silva

El Ejecutivo mexicano zanjó las revueltas estudiantiles con decenas de muertos

30 sep 2018 . Actualizado a las 09:20 h.

En el centro de Ciudad de México se alza el campo arqueológico azteca de Tlatelolco. Pero muchos turistas renuncian a perderse entre estos restos milenarios para acudir, a apenas unos metros, a la plaza de las Tres Culturas, un espacio nada llamativo, con forma de frontón por el ancho edificio de nombre Chihuahua y un aséptico suelo sin relieve. Lo ocurrido en este recinto hace 50 años -se cumplirán el 2 de octubre- sigue generando un halo magnético. Aquí se escribió una de las páginas más vergonzosas de la historia de México y de la Humanidad con una matanza durante una concentración de protesta liderada por el movimiento universitario y respaldada por todos los sectores sociales: ese día acudieron estudiantes, profesores, obreros, amas de casa e incluso niños. En total 15.000 personas que acabarían huyendo de una inesperada ráfaga de balas y cuyo número de muertos sigue siendo hoy una incógnita. Las cifras oficiales de entonces lanzaron 20 fallecidos, pero la popular escritora Elena Poniatowska recogió al poco el testimonio de una madre que, buscando a su hijo, llegó a contar 70 cadáveres. Hoy se especula con más de 300 y la falta de concreción del dato prolonga la indignación de la masacre medio siglo después.

Hoy la plaza de Tlatelolco es un lugar de juegos infantiles, de reuniones de pandillas, de paseos familiares junto a los cercanos. Pero es difícil dar un paso sin imaginar que justo en ese punto moría un joven o se retorcía un niño herido el 2 de octubre de 1968. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué ocurrió? Las revueltas estudiantiles que emergían por todos los rincones del mundo, con París de mascarón de proa, se hicieron incómodas en México para el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. El presidente se preparaba para el momento estelar de su mandato con la celebración de los Juegos Olímpicos. Pero las manifestaciones estudiantiles crecían por las calles como una bola de nieve. Escoció la del 27 de agosto en el Zócalo con 200.000 personas. Pedían el fin de la represión militar y un clima de mayor libertad. Las concentraciones continuaron con los tanques presentes en la Ciudad Universitaria o el Casco de Santo Tomás, sedes de los promotores de las huelgas.

El 2 de octubre, a diez días de la inauguración de los Juegos, se convocó otra concentración de tantas. Era en la plaza de las Tres Culturas o plaza de Tlatelolco y el fuerte despliegue militar no despertó recelos entre los convocados, formaban parte del paisaje habitual. Desde la tercera planta del edificio Chihuahua hablaban los representantes estudiantiles. A las seis de la tarde un helicóptero asomó por la escena y lanzó una bengala verde. Era la señal. Los francotiradores del Batallón Olimpia, creado para controlar la seguridad durante los Juegos Olímpicos, comenzaron a disparar sobre la multitud desde ventanas más elevadas del mismo edificio. Vestían como estudiantes y les distinguía un guante blanco en la mano derecha. Abajo, los militares cerraron y completaron la emboscada. Muchos miembros del ejército desconocían los planes del gobierno y dispararon a los francotiradores pensando que, realmente, eran estudiantes los que atacaban.

El batallón Olimpia detuvo a los líderes estudiantiles. La morgue se llenó de cadáveres y Gustavo Díaz Ordaz tuvo unos plácidos Juegos Olímpicos de 1968, declarado, irónicamente, el Año Internacional de los Derechos Humanos

Un monumento recuerda la matanza ocurrida en 1968
Un monumento recuerda la matanza ocurrida en 1968 Toni Silva

El gobierno de Díaz Ordaz dijo que los francotiradores eran estudiantes

Miles de mexicanos emitieron ayer a través de Twitter la frase «Tlatelolco en la memoria». Para los ciudadanos de este país este es su Tiananmen, su bomba de Nagasaki, su desgracia premeditada. Pero todavía sigue calando entre muchos ciudadanos de la capital la versión oficial de aquellos días, en los que se inoculó entre los mexicanos que los que habían disparado desde el edificio Chihuahua eran los propios estudiantes. Así lo comprobó un periodista de La Voz en la plaza consultando a un vecino de la Ciudad de México. «Los propios estudiantes, fueron los propios estudiantes los que dispararon», señala. Se formula la misma pregunta a un policía. «Dicen que fueron los estudiantes, otros dicen que el ejército disfrazado de estudiantes... no sé qué decirle», responde.

El Estado ya ha reconocido que la masacre fue obra del Ejército. Pero la tesis contraria sigue tan extendida que en la propia plaza se alza, desde 1993, con motivo del 25 aniversario de la matanza, un monumento en recuerdo de las víctimas identificadas. «Y muchos otros compañeros cuyos nombres y edades aún no conocemos», reza el relieve esculpido junto a la iglesia. Y allí, sentada en las escaleras, una mujer espera a los turistas, para despejar las dudas inoculadas por las tesis oficiales con un cartel que dice: «¿Quieres saber qué pasó aquí? Pregúntame».