Un éxodo sin fin vacía Venezuela

Pedro García Otero CARACAS / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

REUTERS | F CARLOS EDUARDO RAMÍREZ

Más de 1,5 millones de personas han huido del hambre y de Maduro en solo dos años

12 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Entre el 2015 y el 2017, se han ido de Venezuela 1,5 millones de personas, según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM). Unos 900.000 se han esparcido por Sudamérica, según la ONU, que hace un mes lanzó un programa de atención a los migrantes venezolanos en los países vecinos de unos 28 millones de euros. La Oficina de Ayuda Internacional de Estados Unidos (Usaid) colabora con otros 15 millones, solo para los miles de venezolanos que se aglomeran en Cúcuta, en la frontera de Colombia, deseando llegar al vecino país o seguir hacia otros, como Ecuador, Perú, Argentina o Chile.

En esa ciudad, el Programa Mundial de Alimentación (PMA) inició un plan de atención con alimentos para los migrantes que tuvo que ser suspendido cuando algunos centenares de cucuteños exigieron que a ellos también les dieran comida y se armó una trifulca entre ambos grupos.

La diáspora venezolana (cuya cifra no incluye a los miles de ciudadanos de ese país, con doble nacionalidad que han ido a recalar principalmente a Estados Unidos o Europa) «es una de las mayores crisis migratorias que hemos padecido en los últimos cuatro años», señala Joel Millman, portavoz de la OIM. El sociólogo venezolano Tomás Páez, que reside en Madrid y durante los últimos años se ha dedicado a evaluar el fenómeno, estima que desde que el chavismo está en el poder, la cantidad de personas que han emigrado de Venezuela es de casi 4 millones, el 13 % de la población.

La desesperación por huir también deja fallecidos, como los entre 10 y 18 migrantes que murieron en una patera para llegar de las costas venezolanas a la vecina isla de Curazao, en enero; o las dos personas que murieron intentando cruzar el río Táchira, que divide Venezuela y Colombia, en abril. «Esta última oleada es la de la de la desesperanza», indica Páez, autor del libro La Voz de la diáspora venezolana. «La gente ya no sale en avión, los pasajes están caros y las aerolíneas ya no tocan en Venezuela; la gente se está yendo en autobús, a pie o en lancha», afirma.

Muros que se elevan

Hace dos semanas, la deportación de 82 venezolanos que habían llegado a Trinidad y Tobago (sin que, según Acnur, se hayan respetado sus derechos) causó indignación. Lamentablemente, el pasaporte venezolano, otrora uno de los más sólidos del mundo, no se desliza suavemente en los aeropuertos ni las fronteras. Casi toda Latinoamérica (excepto Chile, Perú y Argentina) han comenzado a establecer restricciones a la emigración de venezolanos. Y el canciller holandés, Stef Blok, apoya la «línea dura» (deportación inmediata) contra la llegada de migrantes a las Antillas Holandesas, cuyo comercio con Caracas fue suspendido un trimestre por orden de Maduro.

En los próximos meses, la crisis política y la hiperinflación harán crecer las salidas. Según las encuestas, más de un tercio de los venezolanos han tenido la intención de emigrar, cifra que se dispara al 75 % entre los más jóvenes. «En tres años, de seguir la tendencia, se habrán ido de Venezuela seis millones de personas», señala Luis Vicente León, de Datanálisis. Sabiendo que el fenómeno le hace un enorme daño político, pero incapaz de pararlo, el Gobierno de Maduro ha recurrido a la propaganda. Anunció un plan retorno de los emigrantes y el presidente ha tenido que disculparse por preguntarle a los venezolanos «si prefieren limpiar pocetas (inodoros) en Miami que vivir en su país». También ha señalado que «cuando los venezolanos regresen, me encontrarán aquí con mi mano extendida para recibirlos». Cosa improbable, toda vez que estos huyen «fundamentalmente del hambre y de Maduro», señala el presbítero José Alonso, diácono de La Casa de Paso, un solar en una iglesia cucuteña que sirve de refugio a migrantes. «Es doloroso encontrar hermanos venezolanos tapados con cartones, durmiendo bajo puentes, todos los días», indica.

La Cruz Roja alerta de que los migrantes sufren malnutrición y enfermedades

Para el director de la Federación Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, Emanuel Capobianco, el éxodo de venezolanos es «una crisis migratoria que merece ser mejor tratada». Las cifras que maneja esta organización hablan ya de que un millón de venezolanos han cruzado solo hacia Colombia.

No todos se han quedado allí, pero este país es el que ha soportado el impacto inicial de la crisis venezolana, señaló Capobianco, agregando que impresiona el mal estado de alimentación que llevan los migrantes venezolanos, que presentan, en muchos casos, «malnutrición, diarrea generalizada y un número creciente de casos de enfermedades transmisibles» como la difteria o la malaria.

Capobianco, que acaba de regresar de un viaje a la frontera colombiano-venezolana, señaló que «lo primero que sorprende es un flujo masivo y constante de venezolanos que llegan a Colombia a pie, con sus pertenencias en los hombros, bajo un calor insoportable», afirmó Capobianco. «La situación sobre el terreno es muy preocupante» y necesita una respuesta mayor de la que se está proporcionando».

Niños desnutridos

«La malnutrición, sobre todo entre los niños, es incontrolada», indicó el experto, quien aseguró que «la cobertura de vacunación en Venezuela es obviamente muy baja». Aprovechando la campaña electoral, el Gobierno venezolano inició un plan de vacunación (que antes se ejecutaba de manera constante), pero médicos críticos con el chavismo denuncian que se hace con fines políticos y que llega muy tarde.

Enfermedades erradicadas, como la difteria (que ha matado decenas de personas este año) y el sarampión (por el que murieron dos niños esta semana en Caracas) han regresado tras décadas de su erradicación.