Los disparos a la caravana de Lula agrandan la fractura civil en Brasil

Miguel Piñeiro Rodríguez
miguel piñeiro RÍO DE JANEIRO / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

DIEGO VARA | reuters

La policía investiga el ataque al expresidente como una tentativa de homicidio

29 mar 2018 . Actualizado a las 08:22 h.

Acostumbrado como estaba a recibir pedradas desde que la comitiva remontaba el sur de Brasil por Río Grande do Sul, Antônio Soares, conductor de uno de los autobuses que llevan a la prensa que acompaña a Lula da Silva en su campaña preelectoral, se bajó del vehículo a la altura de Quedas de Iguaçu, en el estado de Paraná, al escuchar un impacto. Esperando ver la marca de un guijarro, se encontró dos ruedas pinchadas por objetos punzantes y un agujero de bala. La caravana del expresidente que lucha por ser candidato en las elecciones de octubre a pesar de su condena por corrupción fue atacada por al menos dos personas con disparos, en lo que la policía trata ya como una tentativa de homicidio.

El sur de Brasil es territorio hostil para el Partido de los Trabajadores (PT) en general y Lula en particular. Y la capital de Paraná, la próspera y mayoritariamente blanca Curitiba, donde el histórico líder de la izquierda brasileña terminará esta gira electoral, es la cuna de la operación Lava Jato y lugar de residencia de su instructor y magistrado estrella, Sérgio Moro. Un paseo por las ordenadas calles curitibanas permite ver multitud de coches con la pegatina «Eu apoio a Lava Jato», en alusión al sumario que instruyó. Era esperable, por tanto, que una parte de la población recibiera a Lula de uñas, en un estado de mayoría conservadora y que ve al expresidente como síntoma de todo lo que va mal en Brasil: corrupción en el sector público y sensación de impunidad judicial. La posibilidad de que Lula concurra a las elecciones y, además, con la condición de favorito indiscutible exalta los peores ánimos de sus detractores.

La profunda brecha política que divide Brasil en dos bloques tiene como denominador común la profunda desafección hacia el sistema judicial: tanto los partidarios de Lula y de la expresidenta Dilma Rousseff como sus contrarios acusan a los jueces de servir a oscuros intereses. La decisión del Tribunal Supremo de conceder a Lula una cautelar para juzgar el próximo 4 de abril si cabe un hábeas corpus que le permitiría esquivar la cárcel fue la chispa que convirtió la hostilidad del sur del país contra el exmandatario en violencia. Una violencia que llega apenas horas después de que el juez Edson Fachin, relator de la Lava Jato en el Supremo, denunciase amenazas contra su familia.

«Si piensan que con eso van a acabar con mi disposición de luchar, están equivocados», se limitó a decir Lula sobre el ataque. El expresidente viajaba en un autobús que no fue alcanzado, mientras que tres disparos (cuatro, según algunas versiones) alcanzaron otros dos vehículos. Más lejos fue el senador del PT Lindbergh Farias: «La extrema derecha no quiere desobediencia civil pacífica o rebeldía ciudadana. Quiere un cadáver».

El PT venía exigiendo a los gobernadores de los estados del sur una mayor seguridad en sus actos, reclamaciones que cayeron en oídos sordos. Pero al gobierno de Paraná y su capital Curitiba no les quedará más remedio tras los sucesos de la madrugada del miércoles y la coincidencia en la ciudad de Lula y el candidato de la extrema derecha brasileña, Jair Bolsonaro. Se prevén manifestaciones de un lado y del otro en otro reflejo de la grieta que divide Brasil en dos partes irreconciliables.