Juventud meteórica para la vetusta derecha

patricia baelo BERLÍN / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

Pilar Canicoba

Así es Sebastian Kurz, líder del Partido Popular de Austria

17 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Son jóvenes, atractivos y famosos. Pero si algo tienen en común las nuevas estrellas de la política mundial es su lenguaje innovador. Desde el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, hasta el presidente francés, Emmanuel Macron, pasando por el líder de los liberales alemanes, Christian Lindner. Todos ellos han aprovechado el descontento y la sed de cambio del electorado para erigirse con una forma distinta de hacer política. La cosecha se ha visto enriquecida por la incorporación a la lista del «niño prodigio» austríaco: Sebastian Kurz, el jefe de los conservadores, que ganó las elecciones el domingo y, a sus 31 años, aspira a convertirse en el mandatario europeo más joven.

En su vídeo de campaña, el vienés de pelo engominado hacia atrás aparece en la cima del monte Dachstein, a 3.000 metros de altura. Todo un símbolo de su carrera meteórica. Cuando cumplió los 16, Kurz tocó a la puerta de la oficina local del ÖVP para ofrecer sus servicios. Aunque fue rechazado, persistió hasta lograr su objetivo un año más tarde. En 2009 ya era director de las juventudes populares, y en 2010 ocupó un cargo en la administración capitalina. Con tan solo 24 primaveras, y antes de finalizar sus estudios de Derecho, dio el salto al tablero nacional al ser nombrado secretario de Integración del ministerio del Interior.

El éxito le llegó en 2013 de la mano de la cartera de Exteriores, un puesto que le ha permitido codearse con la plana política internacional sin dejarse intimidar por la edad de sus homólogos, como cuando auspició las negociaciones del programa nuclear iraní en 2015, además de desmarcarse de la gran coalición de Gobierno encabezada por los socialdemócratas cuando esta caía en picado. Tras el estallido de la crisis migratoria, que en dos años ha traído a 150.000 demandantes de asilo al país, Kurz, hijo de una profesora y de un técnico que durante su niñez acogieron a refugiados de la guerra de Bosnia, empezó a defender las restricciones a los extranjeros.

Fue entonces cuando cerró la ruta de los Balcanes e impulsó la prohibición del burka. Dos medidas populistas que lo acercaron al ultranacionalista húngaro Viktor Orbán y le hicieron ganar puntos entre sus paisanos. En mayo, cuando ya era el político más querido de Austria, puso fin a la alianza gubernamental con el SPÖ, provocando la convocatoria de elecciones anticipadas, y orquestó una revolución en su partido, del que se proclamó jefe con el apoyo unánime de sus correligionarios, que le veían como la última esperanza para escapar a la crisis del bipartidismo que recorre el continente. No se equivocaban.

Con un lavado de imagen similar al que acometieran Trudeau en Canadá y Macron en Francia, Kurz ha transformado al anquilosado ÖVP en un movimiento que acoge a artistas, atletas y empresarios. En unas semanas, la formación, que pasó a denominarse «Lista Sebastian Kurz-El Nuevo Partido Popular» y cambió el negro por el turquesa como color de cabecera, remontó en los sondeos desde el tercer lugar al primero. Un impulso que la joven promesa conservadora criada en un barrio obrero ha mantenido gracias a su fuerte presencia en las redes sociales, a un equipo de asesores experimentados y a una campaña tan controlada e impecable como él. Pero, sobre todo, al robarle buena parte del programa al ultraderechista FPÖ, con el que podría unir fuerzas en el futuro Ejecutivo, pese a las reticencias que ha expresado Bruselas sobre esta opción por boca de Jean Claude Juncker.