Mueller va a por el presidente

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

JIM LO SCALZO | EFE

05 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Es irónico que Donald Trump se hiciese famoso, entre otras cosas, a causa de un programa de tele-realidad que consistía en contratar personal (The Apprentice) porque, de todos los fracasos de sus meses en la Casa Blanca, el de los recursos humanos parece el más clamoroso. Y puede que también sea el que entrañe un mayor riesgo para su presidencia. Las personas que han elegido él y sus colaboradores no solo están resultando a menudo incompetentes, además se han revelado con frecuencia desleales. El hecho es que buena parte de la información dañina para Trump que se ha hecho pública procede de filtraciones internas. Aunque el resto, todo hay que decirlo, procede del propio Trump y su desordenada pasión por Twitter. 

Se entiende, por tanto, la guerra a las filtraciones que declaraba ayer el fiscal general, Jeff Sessions, después de que se revelase el contenido de conversaciones que Trump ha tenido con otros líderes mundiales. Pero la razón de fondo para este nuevo intento de poner algo de orden en la Casa Blanca es mucho más concreta. Se trata de una medida defensiva ante la amenaza que supone a partir de ahora el gran jurado que ha reunido Robert Mueller, el fiscal especial encargado de investigar las relaciones de la campaña presidencial de Trump con el Gobierno ruso.

A diferencia de los jurados ordinarios, un gran jurado tiene la capacidad de recibir documentos e interrogar testigos directamente. Es una institución no exenta de polémica: esos interrogatorios son secretos y tienen lugar sin la presencia de abogados. Pero es el contexto perfecto para las filtraciones, y posiblemente esa es la idea que Mueller tiene en mente. De nuevo, el precedente relevante aquí no es Nixon, cuya comparecencia ante un gran jurado tuvo lugar cuando ya no era presidente, sino Bill Clinton. Fue su interrogatorio ante un gran jurado que en realidad investigaba otra cosa -el caso de corrupción Whitewater- lo que condujo a su imputación por el asunto Lewinsky. También en aquella ocasión fue una empleada de la Casa Blanca la que filtró las pruebas que llevaron al presidente ante un proceso de destitución.

Ese es el peligro de un gran jurado: puede dar lugar a acusaciones inesperadas. Es fácil que alguien como Trump, con un bagaje de intereses económicos y decisiones empresariales seguramente problemáticas, se acabe viendo en dificultades. Además, los miembros del gran jurado, seleccionados por sorteo entre ciudadanos de Washington D.C., donde se votó abrumadoramente por Hillary Clinton, tenderán a ser anti-Trump. No se puede presuponer el resultado, claro está, y el proceso será largo, porque esta clase de investigaciones suelen serlo. Pero una cosa está clara: Mueller ha demostrado que va a por Trump.