François Fillon: La porfía del aspirante imputado

Francisco Espiñeira Fandiño
francisco Espiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Aunque se especuló con su reemplazo por otro candidato sin problemas con la justicia, el político de Los Republicanos se atrincheró como aspirante a la presidencia

23 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El 27 de noviembre del 2016 fue uno de los pocos momentos felices de François Fillon en los últimos tiempos. Al filo de las diez de la noche pudo aparcar por fin sus miedos y olvidar los despectivos motes que le habían puesto todos sus rivales -monsieur Pipi, mister Nobody, Loser...- y saborear la victoria ante el que había sido su mentor, Nicolas Sarkozy. 2,9 millones de votos le daban la victoria en las primarias de Los Republicanos y lo convertían, de hecho, en futuro presidente, dando por hecho que el cordón sanitario en torno a Le Pen sería suficiente para auparlo al sillón presidencial del Elíseo.

Como en el cuento de la lechera, el cántaro se rompió en mil pedazos en medio del sueño de un gran futuro. Fillon (63 años, Le Mans) despertó de golpe el pasado marzo, cuando fue imputado por un juez en el llamado Penelopegate: la contratación irregular de su mujer como asistente en su etapa como parlamentario. Luego se sabría que también pudo infringir la ley con pagos similares a dos de sus cinco hijos cuando eran menores de edad.

Desde entonces, los vínculos de Fillon con episodios de corrupción incluyen hasta un supuesto pago de comisiones procedente de la Rusia de Putin. Aunque se especuló muchas veces con su dimisión e incluso con su reemplazo por otro candidato sin mácula, fundamentalmente Alain Juppé, Fillon se atrincheró como aspirante a la presidencia, lo que le daría cinco años de inmunidad judicial, y recurrió al manual de excusas habitual en este tipo de sucesos para culpar a los jueces de acometer una persecución política.

Pero este católico, casado con la galesa Penelope Clark, de familia gaullista y licenciado en Derecho, con un pasado de periodista becario en la agencia AFP durante un par de veranos, tiene fama entre sus paisanos de tener más vidas que un gato, como ha demostrado desde que entró en política como asesor en 1976. Según sus afines, lo hizo por casualidad y sin ningún tipo de ambición, algo que le permitió progresar sin prisa y sin herir los egos de otros competidores, asumiendo despidos discretos cuando caían sus mentores y regresando a la primera línea cuando era requerido por un nuevo jefe.

Discreto y eficiente, fue subiendo peldaños en la Administración pública y llegó a ser titular de carteras tan dispares como Educación Superior (en dos ocasiones), Tecnologías, Telecomunicaciones y Asuntos Sociales para cinco primeros ministros distintos. Entre el 2007 y el 2012 alcanzó él mismo ese puesto de primer ministro con Sarkozy como presidente. Y en ese período tiene como principal logro haber sido el primero en aguantar un quinquenio presidencial completo. También ganó prestigio como gestor riguroso y algunos enemigos por su decisión de ampliar la edad de jubilación desde los 60 a los 62 años. De esa época data un furibundo odio de los sindicatos, a los que se enfrentó con su empecinamiento por acabar con la jornada laboral de 35 horas semanales y dar libertad a las empresas para acabar con esa conquista social en aras de la productividad.

Euroescéptico con matices, su gran apuesta es una economía más sólida, el despido de medio millón de funcionarios, aumentar el control de los inmigrantes y mayor vigilancia en las fronteras. Esta noche sabrá si sus vidas (políticas) se han consumido o si le queda una bola extra en la segunda vuelta.