Primario e infantil, pero exitoso y rico

Jorge Casanova
jorge casanova REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

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El presidente se esfuerza en demostrar que va a hacer lo que medio mundo teme que hará

21 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Si hace ocho años alguien hubiera pronosticado que el sucesor de Barack Obama iba a ser un tipo zafio, orgullosamente misógino y racista, famoso por su dinero, su falta de educación y su ingenio para insultar en un reality show, todo el mundo se habría reído de semejante profecía. Pero eso fue exactamente lo que ocurrió ayer. Donald John Trump (Nueva York, 1946) se puso a los mandos del autobús en el que, de un modo u otro, viaja todo Occidente.

Pocos de sus compatriotas no disponen de una idea más o menos clara de quién es su presidente. Trump es rico y famoso desde siempre. Y desde siempre ha participado activa y ruidosamente de la vida pública de los Estados Unidos. Antes de presentarse, había proyectado con insistencia y eficacia el paradigma del millonario en dólares pero indigente en cultura, modales y buen gusto. Eso sí, siempre con éxito. O casi.

El presidente de los EE.UU. alardea y demuestra siempre que puede de que no tiene pelos en la lengua. Cuando hay que decir algo, lo dice. O lo tuitea. Es así de primario. Y lo que menos le gusta es que se metan con él. Una crítica que considere injustificada tendrá represalias. Todo lo que no le gusta tiene represalias: «Haz una lista de las personas que te hagan daño. Siéntate y espera el momento oportuno para vengarte. Cuando menos se lo esperen, persíguelas y vete a por su yugular».

Es uno de los consejos que escribió en uno de sus libros con su filosofía básica para que cualquiera pueda llegar a ser Trump. En este caso se trata de uno cuyo título bien podría sintetizar la forma de vida que propone y dispone el nuevo presidente: Thing Big and Kick Ass. In Bussiness and Life o, lo que es lo mismo: Piensa en grande y patea el culo. En los negocios y en la vida. Probablemente sea el nuevo lema de la Casa Blanca.

Todo es posible

Cualquier predicción es ahora factible. El día que el millonario promotor de concursos de belleza ganó las elecciones a presidente de los Estados Unidos, los comentaristas del mundo se apresuraron a pronosticar que Trump iría bajando el tono de su discurso, embridado por los recursos de una de las democracias más prestigiosas del planeta. Pero nada de eso ha ocurrido. El presidente ha demostrado que no tendrá inconveniente en negarse a responder a las preguntas de un periodista con la excusa de que no le gusta como le trata el medio para el que trabaja, como lo hizo en su primera rueda de prensa como presidente electo. O de poner a caldo en Twitter a Meryl Streep después de que esta lo criticara en la entrega de los Globos de Oro.

Algunos de sus biógrafos coinciden en señalar que Trump es como un niño de 12 años apresado en el cuerpo de un señor mayor. «Cuando me recuerdo en el primer grado y me miro ahora, básicamente soy lo mismo. El temperamento no es tan diferente». Es una de las reflexiones de Trump a Michael D’Antonio, uno de lo periodistas que más veces lo ha entrevistado. Y tal vez sea excesivo usar el término reflexión, porque no es algo que le guste practicar demasiado al nuevo presidente: «No me gusta analizar, porque no me gusta lo que veo», dijo en una entrevista en el 2014 al mismo D’Antonio.

Y Trump no cambia ni se modera porque, pese a todas las críticas y aun siendo el antónimo viviente de la corrección política, es un tipo de éxito. No puede decir que sea el típico self made man, porque ya nació en una cuna de oro, pero sí que naufraga relativamente poco para las fenomenales aventuras que acomete y la frecuencia con que lo hace.

Donald Trump multiplicó el boyante y no siempre muy honorable negocio inmobiliario de su padre, que ya le puso en la mano un millón de dólares para que se empezara a desbravar. Se dice que Fred llevaba de vez en cuando al pequeño Donald a cobrar el alquiler por los apartamentos de Nueva York. En un chiste publicado en la prensa norteamericana se podía ver al padre llamando al timbre de uno de esos apartamentos y apartándose de la puerta. Y cuando Donald le pregunta por qué se aparta, Fred contesta: «Por si disparan». Seguramente no era para tanto, pero es muy probable que en aquellas visitas se apuntalara la dureza y la determinación del carácter del presidente.

En cualquier caso, el gran éxito empresarial de Donald Trump ha sido convertir su apellido en una marca con impacto a nivel mundial: Trump significa arrogancia, mal gusto, misoginia y un montón de adjetivos peyorativos más. Pero también es la imagen del éxito, del dinero, del lujo y el exceso, una imagen que genera royalties todos los días. Donald Trump es el tipo que no se avergüenza de tener la grifería de oro, que la tiene porque puede y que por eso la enseña en las revistas.

Prácticamente todo en la vida de Donald Trump ha tenido una dimensión pública: sus negocios, sus juicios, su presencia estelar en el reality show The Apprentice, sus divorcios, sus escándalos. Tal vez por eso ni las acusaciones de acoso sexual que manaron en cascada durante la campaña electoral, ni las evidencias sobre la opacidad de buena parte de sus negocios, ni ninguna otra cosa hicieron mella en su imagen: «Podría ponerme a disparar a la gente en la Quinta Avenida y me votarían igual», manifestó durante la campaña. Afortunadamente, no tuvo que demostrarlo.

Hace lo que dice

Trump llega a la presidencia con la lógica oposición de los demócratas y la no tan lógica de una parte sustancial de su partido. Algunas de sus propuestas más controvertidas, como el muro con México, siguen en vigor. Su posición sobre el cambio climático ha quedado de manifiesto otorgando la Agencia de Medio Ambiente a un escéptico que se ha significado en la lucha para frenar el plan de energías limpias de Obama. También ha tenido tiempo ya para avisar a algunos gigantes de la automoción que si siguen fabricando en México los va a freír a aranceles. Son algunos ejemplos de que Trump, efectivamente, va a hacer lo que todo el mundo teme que hará.

Donald Trump se jacta de tener 10.000 millones de dólares, aunque la revista Forbes le calcula 3.900. Son suficientes en cualquier caso para convertirlo en la persona más adinerada que accede a la presidencia de los Estados Unidos. Sus negocios los deja ahora en manos de sus hijos Donald y Eric, que, junto con Ivanka, forman la descendencia del primero de sus tres matrimonios. Los que tuvo con Ivana, una checa con la que permaneció casado 15 años. Con Marla, su segunda mujer, tuvo a Tiffanny, una reina de la belleza que ahora tiene 23 años y que ayer ya estaba subiendo a Instagram fotos de postureo en la Casa Blanca. Su hijo más pequeño es Barron, de diez años y fruto de su último matrimonio, el que lo une a Melania, otra belleza europea que ejerció como modelo en el pasado.

Trump no bebe ni fuma. Es presbiteriano y ha contado alguna vez que el alcoholismo de uno de sus tíos le sirvió para mantenerse alejado de la botella. Con el sexo opuesto tiene bastante menos miramientos, como es público y notorio.

¿Qué cabe esperar de su presidencia? Previsibilidad. Tres cosas son prácticamente seguras: responderá a todas las provocaciones, premiará la adulación y la lealtad y sacará un rendimiento económico del ejercicio.