El presidente saliente eligió el pabellón de McCormick Place, donde arrancó su etapa, para despedirse. En su discurso, que terminó con su famoso lema «Sí, se puede» advirtió de que el racismo sigue vivo en Estados Unidos
11 ene 2017 . Actualizado a las 08:51 h.Hace ocho años Chicago vistió de primavera una noche mágica de noviembre en la que EE.UU.eligió al primer presidente afroamericano de la historia. Anoche, sin embargo, incluso la mejor cara de enero en la región de los Grandes Lagos suponía lluvias, vientos frígidos y temperaturas bajo cero. Nada de eso impidió que más de 14.000 personas hiciera cola a las afueras del pabellón de McCormick Place para ver por última vez al presidente de la esperanza. Las entradas que habían sido repartidas gratuitamente llegaron a venderse a más de mil dólares.
La tradición de aprovechar el púlpito de la presidencia para un último gran discurso data desde Washington, pero los últimos presidentes habían preferido la solemnidad de la Casa Blanca para dar consejos a su sucesor. Obama optó por volver al lugar donde comenzó su carrera política como activista comunitario en este llamamiento a la acción desde el mismo recinto en el que celebró su reelección. Como si pusiera con ello un cierre a esa historia que muchos creen no ha hecho más que empezar.
Obama pasó el testigo del «cambio» que le llevó a la Casa Blanca a todos los ciudadanos, a quienes pidió ser «guardianes» de la democracia y no darla por sentada en un emotivo y optimista discurso de despedida que cerró con su famoso lema «Sí, se puede». «Les pido que crean. No en mi capacidad para lograr el cambio, sino en la suya», enfatizó Obama en su mensaje final al pueblo estadounidense, pronunciado en el centro de convenciones McCormick Place de Chicago ante unas 18.000 personas diez días antes de ceder el poder a su sucesor, el republicano Donald Trump.
«Ustedes fueron el cambio. Ustedes respondieron a las esperanzas de la gente, y gracias a ustedes, en casi cada medida, Estados Unidos es un lugar mejor y más fuerte que cuando empezamos», insistió Obama.
A sus 55 años es un presidente tan joven como Clinton y más que Carter. Obama no podrá permitirse el lujo de dedicarse a misiones sociales, como ellos, ante un sucesor que llega decidido a desmantelar sus logros y amenaza a los grupos más vulnerables de la población que él mismo expuso con sus políticas incompletas. En sus últimas semanas de gobierno ha cerrado el registro de ciudadanos procedentes de países musulmanes señalados tras el 11S y aumentan las presiones para que perdone a los 700.000 hijos de inmigrantes ilegales que ha registrado a cambio de un permiso temporal de dos años. Carter indultó a todos los que evadieron la guerra de Vietnam, por lo que ya existe un precedente de amnistía masiva.
Anoche, sin embargo, no era día para devolver la esperanza a unos pocos sino a medio país que deja sumido en la desesperanza. En estas elecciones atípicas en las que el nuevo presidente tiene tres millones de votos menos que su rival y menos popularidad que el hombre al que sucede, Obama no podía limitarse a relatar sus logros, sino a convencer a los desmoralizados de que es tiempo de organizarse y de participar en el activismo social. Un mensaje que tuvo que hilar muy fino, con al menos cuatro borradores del que ha sido su último discurso presidencial, redactado por su asesor Cody Keenan, al que le había encargado levantar los ánimos de la masa sin resultar agitador, dada la sensibilidad de su sucesor. Se trataba de contar una historia y presentarse como el hombre de estado, el gran orador y respetable estadista que muchos añorarán a partir de la semana que viene, pero a los que no quiere dejar huérfanos.
El mandatario recapituló que, si hace ocho años hubiera prometido que el país «dejaría atrás una gran recesión», abriría «un nuevo capítulo con el pueblo cubano, cerraría el programa nuclear de Irán», lograría la legalidad del matrimonio homosexual y reformaría el sistema sanitario, le habrían dicho que aspiraba a «demasiado».
Pese a dibujar un panorama alentador, Obama advirtió sobre algunas de las amenazas a la democracia, entre ellas que «no funcionará sin la sensación de que todos tienen oportunidades económicas». También admitió que, pese al carácter histórico de su elección como el primer presidente negro de EE.UU., el racismo sigue vivo en el país y queda «más trabajo por hacer» para eliminar los prejuicios contra las minorías y los inmigrantes.
«Después de mi elección, se habló mucho de un Estados Unidos post-racial. Esa visión, aunque bienintencionada, nunca fue realista. Porque la raza sigue siendo una fuerza potente y a menudo divisoria en nuestra sociedad», reconoció. Así que «tenemos que esforzarnos más, comenzando con la premisa de que cada uno de nuestros conciudadanos ama a este país tanto como nosotros», urgió Obama, aunque agregó que no es tarea fácil. «Para muchos de nosotros, es más seguro refugiarnos en nuestras propias burbujas».
Su receta ante una sociedad donde «el partidismo desnudo» y la «creciente estratificación económica y regional» van al alza es que todos acepten «la responsabilidad de la ciudadanía» y sean «guardianes» de la democracia, no solamente cuando haya una elección, sino «durante toda la vida». «Nuestra democracia se ve amenazada si la damos por sentada», dijo Obama al subrayar que la Constitución no tiene «poder» por sí sola, sino que es «el pueblo» quien se lo otorga con su participación.
A diez días de que Trump asuma el poder, Obama se comprometió a garantizar una transferencia «pacífica», para que el próximo Gobierno «pueda ayudarnos a acometer los muchos desafíos que todavía enfrentamos». Apenas mencionó al presidente electo en su intervención, pero Obama sí advirtió contra el «debilitamiento de los valores» que definen al país y sostuvo de manera tajante que rechaza la «discriminación» contra los musulmanes estadounidenses.
Tampoco tuvo el discurso de Obama muchas alusiones a la política exterior, aunque el presidente presumió de que ninguna organización terrorista extranjera ha logrado ejecutar un atentado en el país en sus ocho años en la Casa Blanca, y aseguró que el grupo yihadista Estado Islámico (EI) «será destruido». «Nadie que amenace a Estados Unidos estará nunca a salvo», recalcó Obama.
Por el peligro del EI y la amenaza a la hegemonía que suponen Rusia y China, Obama llamó a los estadounidenses a estar «vigilantes, pero no asustados». «Rivales como Rusia o China no pueden superar nuestra influencia en todo el mundo, a no ser que renunciemos a lo que defendemos y nos convirtamos en otro país grande que abusa de sus vecinos más pequeños», comentó al respecto.
La parte final del discurso fue la más emotiva, con agradecimientos de Obama a los simpatizantes demócratas que se movilizaron desde su primera campaña, a su personal y asesores, y sobre todo a su familia.
Entre lágrimas, Obama dijo de su mujer, Michelle, que es su «mejor amiga», que asumió un papel como primera dama «que no había pedido» con «gracia, estilo y buen humor», y que ha hecho de la Casa Blanca «un lugar que pertenece a todos». Habló también con orgullo de sus dos hijas, Malia y Sasha, y de su vicepresidente, Joseph Biden, en quien ha ganado «un hermano», contó que elegirlo como su número dos fue la primera decisión que tomó como candidato demócrata a la Casa Blanca en 2008 y «la mejor».
Con la única ausencia de Sasha, que se quedó en Washington estudiando para un examen, según la Casa Blanca, Michelle, una Malia visiblemente emocionada, Biden y su mujer, Jill, arroparon a Obama en el escenario cuando el discurso terminó.
Como pensado para anular su impacto mediático, Trump, mago de ratings, había convocado hoy su primera conferencia de prensa en seis meses, por lo que las palabras de Obama vivirán poco en el efímero ciclo informativo.