Maduro fía su suerte al sector más sectario y radical del chavismo

Pedro García Otero CARACAS / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

AFP

La oposición observa en la designación de Tareck El Aissami una vuelta que persigue una mayor confrontación

06 ene 2017 . Actualizado a las 01:04 h.

Como un giro hacia la sectarización y hacia los nombres más cuestionados del chavismo. Así se observa, desde dentro de Venezuela, la designación de Tareck El Aissami, hasta el miércoles gobernador del estado central de Aragua, a 100 kilómetros de Caracas, como vicepresidente de Nicolás Maduro y potencial sucesor suyo en el caso de que el mandato del presidente fuese revocado. El nombramiento se produjo en el marco de una remodelación que cambió a nueve ministros y enrocó a otros dos, entre ellos Aristóbulo Istúriz, personaje generalmente considerado como conciliador, quien pasó del cargo que ahora ocupa El Aissami al ministerio de Comunas, un puesto menor en la jerarquía del poder.

«Frente a la agudización de la crisis, en vez de expandirse, en vez de abrirse, hacer alianza, lo que hace (Maduro) es reducirse, sectarizarse», señaló el secretario general de la Mesa de la Unidad Democrática, Jesús Torrealba, minutos después de la designación de El Aissami. «Aquí lo que hay es un juego de piezas», señaló; un juego en el que no parece importar la experiencia. Adán Chávez, hermano del fallecido presidente Hugo Chávez y gobernador de Barinas, pasa a ser ministro de Cultura. Elías Jaua, otro dirigente muy cercano al actual mandatario y actualmente diputado, se encargará ahora de la cartera de Educación, luego de haber sido canciller y ministro de Agricultura (además de vicepresidente) durante los 18 años que dura ya la denominada revolución bolivariana.

Las primeras actuaciones de El Aissami parecen confirmar un movimiento del Gobierno venezolano hacia una mayor confrontación con la oposición. El flamante vicepresidente, que se describe a sí mismo como «radicalmente chavista», rechazó ayer la instalación de la Asamblea Nacional, dominada por la oposición, y un acto en teoría rutinario, alegando que el Parlamento venezolano está «en desacato» ante el Tribunal Supremo de Justicia, por decisiones de este que han sido calificadas tanto nacional como internacionalmente como sesgadas en favor del Ejecutivo.

El Aissami, de origen sirio-libanés, y oriundo del estado andino de Mérida, donde fue dirigente universitario antes de graduarse como abogado y criminólogo, ha sido supuestamente acusado por el narcotraficante venezolano Walid Makled, apresado en Colombia y hoy purgando condena en Venezuela, de proteger sus envíos de droga mientras fue ministro del Interior, hace una década. Igualmente se le acusa de tener nexos con organizaciones terroristas del Medio Oriente, principalmente Hezbolá. Sin embargo, ninguna de estas acusaciones, frecuentemente aireadas por los rivales y por los medios de comunicación, han derivado en solicitudes de captura por parte de Estados Unidos o de otros gobiernos.

Maduro, quien suele equiparar a la oposición democrática con el terrorismo, le encomendó, en tanto, «mano dura a los terroristas de la ultraderecha». Una orden que se ha visto con preocupación pues El Aissami se ocupará de dirigir personalmente el tenebroso Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), columna vertebral de la represión y responsable del apresamiento de 126 detenidos políticos, de los cuales al menos 27 tienen orden de excarcelación que esta policía política se rehúsa a cumplir.

En tanto, el Parlamento se instaló ayer pese a las amenazas de Maduro y El Aissami. El nuevo presidente, Julio Borges, de Primero Justicia, lanzó un órdago a la Fuerza Armada en su primer mensaje al frente del Legislativo: «¿Quieren ser ustedes los herederos dignos de Libertador, o ser recordados como los guardianes de Nicolás Maduro?» La oposición venezolana, debilitada por sus pugnas internas, intenta coger oxígeno con una nueva ofensiva contra el presidente, a quien dijo que declarará en «abandono del cargo» e insistirá en sacar del poder por la vía electoral.