Donald Trump, el personaje siempre bajo los focos

Jorge Casanova
JORGE CASANOVA REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

El futuro presidente no tiene miedo al ridículo, pero suele sacar provecho económico de su tirón mediático

11 nov 2016 . Actualizado a las 12:59 h.

Donald Trump va camino de que su personaje lo devore. Probablemente ya lo ha hecho. Quizás es que el hombre ya no existe y solo está presente el personaje. Pocos han dado tanto que hablar durante tantos años. Desde el día que decidió compartir sus puntos de vista con el mundo, el nuevo presidente norteamericano ha estado en el objetivo de los medios. Y casi siempre con el propósito de mejorar su cuenta de resultados.

Casi todas sus aventuras, por descabelladas que pudieran parecer, han tenido un interés crematístico. Evitar el ridículo o caminar por la corrección política nunca han figurado en su agenda. Desde luego, no cuando se ha fotografiado hasta la saciedad con las reinas de la belleza que participaban en los concursos cuyas franquicias fue reconquistando hasta ser el dueño de Miss Universo. Del título. Dadas las circunstancias, conviene aclarar el matiz.

Casandra Searless, una miss Washington, le contó a Rolling Stone que Trump le había agarrado el trasero e invitado a subir a una habitación de hotel con él. Y que ponía a las aspirantes en fila «para poder mirarlas de cerca». Así de campechano ha sido siempre Donald Trump que, pese a sentirse como pez en el agua en medio de las reinas de la belleza, el año pasado completó la operación de compra de todos los derechos para revenderlos pocos días después. ¿Por cuánto? Ahí es donde Trump desaparece del foco y se vuelve opaco.

Durante años, fue el atractivo especial de The Apprentice, un reality show para jóvenes emprendedores en el que el minuto de oro era cuando el futuro presidente despachaba a uno de los concursantes con una mezcla de sarcasmo, mala leche y crueldad que llevó al programa a una audiencia millonaria. El reality lo hizo mucho más popular, pero también le supuso un reembolso de 250.000 dólares por temporada y una fabulosa plataforma de proyección para su marca: las cinco letras del apellido Trump.

De algún modo, el presidente electo ha hecho bandera del célebre aforismo: lo que importa es que hablen de ti, aunque sea bien. Por cierto, el magnate no les tiene miedo a las demandas. Cuenta con un ejército de abogados y, en cuestiones de querellas judiciales, tiene el gatillo fácil. Ha llevado a los tribunales a bancos y a cocineros. No siempre gana. Pero a menudo sí lo hace. Cada centavo cuenta. El magnate es presbiteriano y asegura que no fuma, ni bebe ni, por supuesto, consume otras drogas.

Su cara en los billetes

Puede que uno de sus grandes fracasos fuera el lanzamiento de una versión del Monopoly donde su rostro estaba en todas partes: de los billetes a las fichas. Pese a las expectativas, solo fue fabricado durante un año. No todo van a ser éxitos. Ni siquiera sus libros. Ha escrito 18. Todos con consejos para llegar a ser Trump. También ha intervenido en espectáculos de lucha libre, el popular wrestling. Siempre buscando el calor que proporciona la luz de los focos.

Trump es el tipo que ve en televisión el vídeo de un conductor de autobús salvando de la muerte a una suicida y decide premiarlo con 10.000 dólares. Y es también el tipo que lo cuenta. O el que, frente a la tenaz oposición de un pescador escocés a venderle su propiedad para construir un campo de golf, decide construir una valla alrededor de la propiedad rebelde dentro del campo de golf. Y es también el hombre que le manda la factura de la valla al pescador. Pero, sobre todo, es el tipo que lo cuenta. Porque hoy todo el planeta sabe quién es Donald Trump, pero hace un mes era igual de conocido. Y hace un año, seguramente también. El futuro presidente de los Estados Unidos ha buscado siempre la popularidad. Quizás intuyendo que algún día le llevaría a sentarse en el despacho oval.

Tres matrimonios y uno de los divorcios más sonados de su tiempo

Donald Trump se ha casado tres veces. Las tres con mujeres muy atractivas. La primera fue Ivana Zelnickova, una checoslovaca que empezó a salir de su país al ser seleccionada como suplente en el equipo de esquí. Después de dar algunas vueltas por la vida, se casó con Donald Trump en 1977.

Catorce años y tres hijos después, en 1991, Trump se lio con la actriz Marla Marples e Ivana, tras un famoso encuentro con la amante de su marido, contrató un abogado para poner en marcha uno de los divorcios más sonados de aquella década.

El siguiente paso fue casarse con Marla, un matrimonio que duró seis años y le proporcionó otra hija al futuro presidente. A Melania, su actual esposa, la conoció estando casado con Marla. Y en el año 2000, la futura primera dama posó desnuda para la revista GQ en uno de los aviones privados de Trump. Tiene un hijo con el magnate y sobre su relación opina esto: «Los dos somos muy independientes. Yo le dejo ser quien es y él me deja ser quien soy. No intento cambiarlo, es un adulto. Él conoce las consecuencias de lo que hace».