El director Michael Moore, los que apostaron por el «sí» al «Brexit» y el profesor Lichtman, que en 32 años nunca ha fallado en sus pronósticos, ya sabían que hoy Clinton no tendría un buen día
10 nov 2016 . Actualizado a las 08:44 h.Allan J. Lichtman lleva 32 años pronosticando correctamente el resultado de las elecciones presidenciales americanas. A sus acertadas conclusiones llega el historiador, licenciado en Harvard y profesor en la American University de Washington, a través de un particular método basado en trece preguntas sobre el actual gobierno. Si la respuesta a seis (o más) de esas cuestiones es «no», su sistema resuelve que el partido en el poder perderá la Casa Blanca. El test de este año fue claro: los demócratas no serían capaces de mantenerse en el gobierno, Trump sería el próximo inquilino del despacho oval. Dicho y hecho.
Los resultados electorales de esta madrugada respaldan la eficacia de un método que confirma que un candidato no llega o se mantiene en el poder tanto por sus propuestas, sino por la gestión y -especialmente- por los achaques de aquel que llevó las riendas hasta el momento de cambiar o revalidar. La decisión no está en el futuro, sino en el pasado. Y es a él a donde se remontan las claves del «profeta electoral» estadounidense para calibrar la fortaleza y la actuación del anterior presidente. Si más de la mitad cojean, la ideología hasta entonces reinante no tendrá nada que hacer.
¿El partido actual ha ganado escaños en el Congreso en las elecciones de mitad de legislatura?, ¿el actual presidente es también el candidato de su partido?, ¿hay un tercer partido o un candidato independiente que tenga una presencia significativa?, ¿se encuentra la economía en recesión?, ¿el crecimiento económico en la última legislatura ha sido igual o superior al registrado en las dos anteriores?, ¿ha habido escándalos graves?", ¿ha habido derrotas militares o fracasos en la política exterior?, ¿se han llevado a cabo durante la legislatura reformas importantes?, ¿hay ha habido inestabilidad social sostenida durante todo el mandato?, ¿es carismático el candidato del partido en el poder? Son algunos de los puntos que vertebran el método Lichtman. Dio igual que después del primer pronóstico del profesor a Trump le asediasen todo tipo de escándalos. Dio igual que los sondeos vaticinasen un ajustado triunfo de Clinton. Ninguno de estos factores variaba las respuestas a las preguntas del test del experto en Historia Moderna estadounidense, que localizan la clave en la gestión demócrata.
Pero Lichtman no fue el único en predecir que el republicano iba a hacer historia este martes. El periodista gallego Pablo Vázquez Sande, experto en comunicación política, avanzaba el pasado agosto, tras recoger en Washington el galardón Victory Award por su tesis doctoral sobre los storytelling de los candidatos gallegos en las municipales del 2011, que Trump era el candidato que mejor estaba conectando con los votantes. Aunque el lucense no se atrevió a dar un resultado tajante, sí anticipó que el resultado iba a estar muy justo. «(Trump) Tiene un mensaje nítido, sin matices -consideró tres meses antes de las elecciones-. Dice lo que quiere decir y lo que mucha gente quiere oír, aunque haya muchos que no se atrevan a decirlo públicamente. Se presenta con la etiqueta de antisistema y son muchos los que le dan la razón. Digamos que Trump es el Podemos de las elecciones en Estados Unidos».
Hubo algunos más que se olían que el republicano no saldría derrotado de esta batalla. Y, puestos a hacerle mucho caso al instinto y poco a los sondeos, se dejaron todos sus cuartos en las casas de apuestas. Fueron los mismos que apostaron por el Brexit el pasado junio cuando medio mundo tachaba de descabellada la salida del Reino Unido de la UE. Dos de cada tres personas que se decantaron en la casa británica Betfair por el sí a la emancipación de los ingleses apoyaron ahora a Trump. Se la jugaron esta vez por el multimillonario y, una vez más, acertaron.
Más precoces en su profecía fueron Los Simpson. La irreverente familia amarilla puso las cartas sobre la mesa hace ya 16 años, durante un capítulo en el que Bart tiene una reveladora visión del futuro. En ella, Lisa se alza como presidenta de EE.UU., heredando un país en quiebra por los estragos de un supuesto gobierno de Donald Trump.
También lo tenía claro desde hace tiempo el director Michael Moore. El pasado julio explicó al detalle en su web por qué Trump -a quién tildó de «ignorante, peligroso y miserable payaso a tiempo parcial y sociópata a tiempo completo»- iba a ganar las elecciones. Dio cinco razones, deseando estar equivocado. Pero acertó. Adelantaba, antes ya de que empezasen a volar los cuchillos, que el republicano apelaría en los estados más deprimidos al resurgimiento de la economía local, que se repetiría el esquema Brexit, que el magnate convencería a los trabajadores enfadados de que había llegado la hora de acabar con todos los que hicieron añicos el Sueño Americano. Que se metería en el bolsillo a todos los hombres blancos enfadados con la escalada de una mujer hasta las mismísimas puertas de la Casa Blanca; que cargaría con rabia contra Hillary convirtiéndola en un problema y arrojando luz sobre las decisiones más controvertidas de su carrera política; y que se beneficiaría del voto deprimido a Bernie Sanders, una papeleta joven que sí, apoyaría a los demócratas, pero lo haría sin ganas, sin energía, sin arrastrar con ella otros apoyos. Sin entusiasmo.
El último de los argumentos que Moore exponía el pasado junio es una interesante obviedad que el director de cine introdujo como «El efecto Jesse Ventura». Se refería a «la capacidad del electorado para hacer el mal», a los anarquistas encubiertos que tras echar la cortina han votado a Trump con el único objetivo de protestar por un «sistema político inservible». No porque estén de acuerdo con él ni porque les guste la intolerancia. Simplemente para «enfadar a papá y a mamá». «Para ver el mundo arder».