Carolina nunca sabe con quién bailar

maría cedrón LA VOZ EN EE.UU.

INTERNACIONAL

Carolina del Norte
La Voz

Clinton y Trump apuran la conquista de un estado cuyos 15 votos podrían decidir el ganador

06 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Un mendigo blanco pide limosna junto a la iglesia católica de Saint Peter, en el uptown de Charlotte (Carolina del Norte). Es un veterano de guerra que no deja de hacer la señal de la cruz. Otro hombre trajeado se le acerca y le da un billete de cinco dólares al tiempo que le dice, mirándole a los ojos: «Gracias por su servicio». En una farola, un cartel anuncia a bombo y platillo que el sábado era el Día del Veterano, un tipo de votante al que ha querido conquistar Donald Trump. Hay muchos más anuncios por todo el centro.

No son más de las diez y media de la mañana. En el templo no han comenzado todavía los servicios religiosos, pero la puerta ya está abierta. Los libros de misa y las chequeras para hacer donaciones están colocadas en el respaldo de los bancos. Otro hombre blanco sostiene un rosario entre las manos mientras ora en la última fila. No hay nadie más.

En Carolina del Norte, igual que prácticamente en todo el sur, la religión importa. Y mucho. Incluso a la hora de votar. Porque son los blancos de las zonas rurales o ciudades más pequeñas los que respaldan a Trump en este estado en el que hay 15 votos en liza que son llave en la carrera hacia la Casa Blanca.

Lo muestran con carteles que clavan junto a la carretera. Como uno que hay en East Bend, donde pone: «No nacidos, por favor, decid 'Vota Trump' ». Y lo observa también Paula, una gallega que lleva desde el 2014 dando clase en Boone. «Aínda que onde vivo hai moito anti-Trump, porque é un pobo universitario e moi hippy, non acontece o mesmo nas zonas de montaña como Yadkinville». Y ella, que va mucho al vecino estado de Georgia, habla del apoyo a Trump que hay en los estados sureños, donde aún hoy ondea la bandera confederada. «Asústame ver os coches que pasan coa pegatina de apoio a Trump. Aínda que o apoiara, daríame vergonza», dice.

Pero la pugna entre republicanos y demócratas parece estar al 50 % en ese estado donde la movilización de los afroamericanos es fundamental. De hecho, en la primera campaña de Obama, Carolina del Norte escoró al lado del que sería el primer presidente afroamericano. En la segunda, en cambio, ganaron los republicanos, aunque por un estrecho margen. De ahí que tanto Hillary Clinton como Trump incluyeran en su esprint final este estado.

Gran diferencia

Del mismo modo que en las áreas rurales no hay más que carteles a favor de Trump, en los barrios de Charlotte -la ciudad más poblada del estado, aunque la capital es Raleigh- ganan los apoyos a Clinton. «Hay mucha diferencia entre lo que pensamos los que vivimos aquí, en la ciudad, y lo que opinan en zonas pobladas por gente que no quiere cambios y son muy conservadores», explica Jade, una joven afroamericana que nació en el Bronx neoyorquino pero que lleva varios años aquí. Basta con cruzar la puerta y abandonar el templo de Saint Peter para observar el fenómeno del que habla.

El veterano continúa pidiendo limosna en la calle, mientras un grupo de turistas avanza hacia el museo de historia, donde tratan de explicar cómo es el «nuevo sur». Por las pocas manzanas que componen el centro, la ciudad se mueve al ritmo de lo que es: una zona de negocios repleta de oficinas, restaurantes, hoteles o cafés como el francés Amelie, que dan servicio a las empresas del uptown. No hace ni dos meses que el gobernador del estado, Pat McCrori, declaró en esa parte de la ciudad el estado de emergencia, debido a los disturbios derivados de la muerte de un padre de familia por disparos de la policía. Pero nadie lo diría. A primera vista no hay ni rastro de aquellos disturbios. «Fue un caso puntual, nunca había pasado nada parecido. Charlotte es una ciudad calmada y las autoridades tratan de limar ahora las asperezas generadas. Pero la ciudad está creciendo», dice la joven afroamericana criada en el Bronx. Los activistas que luchan en favor de los derechos de los afroamericanos no están de acuerdo. En Charlotte hay barrios negros y barrios blancos.

Un poco más adelante, un grupo de policías se prepara para patrullar en bicicleta, mientras un truck food reparte bocadillos a la larga cola de ejecutivos que han salido de las oficinas para el lunch.

La vida cotidiana de las familias no está en el centro. Hay que coger un bus hacia el midtown para encontrarla. En la estación donde paran los autobuses que conectan los diferentes barrios de la ciudad una mujer inmensa aguarda en la parada. El exceso de peso es algo evidente en algunos barrios, sobre todo entre los afroamericanos. Tiene que ver con la alimentación. La comida rápida es barata. El salmón o la carne cuestan más.

Por una de las calles avanza un hombre blanco armado hasta los dientes. Lleva varios cuchillos colgados. Parece salido de una película de Rambo o un aventurero preparado para sobrevivir en el bosque. Nadie parece inmutarse. El hombre se para a charlar con otro tipo de color que espera en la parada del bus antes de continuar su patrullaje por la calle. Un cazador en medio de un barrio de clase media salpicado de casas unifamiliares donde, al parecer, por los carteles clavados frente a cada vivienda, son partidarios de Hillary Clinton. Habrá que esperar para ver qué ocurre.