Nicaragua se asoma a una dinastía familiar con Daniel Ortega

HÉCTOR ESTEPA BOGOTÁ / E. LA VOZ

INTERNACIONAL

OSWALDO RIVAS | reuters

El exguerrillero cambió la Constitución para optar a la reelección y logró descabezar a la oposición judicialmente

05 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Elecciones fantasma en Nicaragua. El pequeño país centroamericano, de poco más de seis millones de habitantes, elige presidente mañana en unos comicios calificados como una farsa por la oposición. No se han dado grandes mítines. Tampoco han recorrido las calles las abarrotadas caravanas propagandísticas de otras ocasiones. El ambiente electoral brilla por su ausencia.

Y es que el resultado parece estar escrito en piedra: Daniel Ortega, el septuagenario guerrillero sandinista, líder del Gobierno revolucionario de los 80, opta a la reelección por tercera vez, tras su vuelta al poder hace una década. Algunas encuestas le otorgan más del 65 % de intención de voto. Cinco partidos minoritarios le acompañarán en las urnas sin posibilidad alguna de victoria.

Ortega juega con las cartas marcadas, según se quejan sus detractores. El principal grupo de la oposición no participará en los comicios tras su expulsión de la Asamblea Nacional el pasado julio. Posteriores decisiones judiciales imposibilitaron a sus líderes participar bajo otras siglas.

«Desde que Ortega asumió el poder en enero de 2007, se dio a la tarea de desmontar el régimen democrático en Nicaragua, tratando de establecer de facto un sistema de partido único», comenta a La Voz Hugo Torres, excomandante guerrillero y compañero de armas del presidente nicaragüense. Desde hace años se encuentra en la oposición por su rechazo a las políticas de Ortega.

Torres es del principal grupo opositor. Varias tendencias políticas se aglutinaron bajo las siglas del Partido Liberal Independiente (PLI) en el 2011 y llegaron a ocupar 26 de los 92 escaños del hemiciclo nicaragüense. Una decisión judicial arrebató la personalidad jurídica del partido a uno de sus líderes, Eduardo Montealegre, y se la otorgó a Pedro Reyes, que expulsó unas semanas después a todos los diputados de la bancada del PLI.

Los opositores apuestan por la abstención. Creen que la Justicia está controlada por el oficialismo y califican a Reyes como un colaborador del presidente: «Ortega ha convertido al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en un partido hegemónico. Tiene subordinados, como nunca antes en la historia de Nicaragua, a todos los poderes e instituciones del Estado, y ha logrado conformar un régimen de carácter corporativista en una estrecha alianza con el sector empresarial», critica Torres.

Para los opositores, el exguerrillero es un presidente inconstitucional. Una decisión judicial invalidó en 2011 el artículo de la Carta Magna que prohibía la reelección continua presidencial. La gran mayoría lograda por Ortega en el 2011 le permitió cambiar la Constitución en 2014 y ahora su reelección es legal.

Siete hijos en altos cargos

El presidente no está solo en los asuntos de Estado. Su esposa, Rosario Murillo, es su mano derecha y su marido la ha nombrado candidata a la vicepresidencia. «Ortega ha convertido el sandinismo en un proyecto familiar. Sin nombrar a ninguno de sus hijos o a su esposa en los cargos formales dentro del partido, la familia Ortega maneja los hilos», cree Fabián Medina, jefe de Información del diario La Prensa.

Los siete hijos de la pareja han alcanzado altos cargos. Coordinan proyectos multimillonarios, controlan casi un tercio de los canales de televisión del país y tienen intereses energéticos.

Los disidentes sandinistas destacan cómo ha cambiado el FSLN en los últimos años. Ortega se ha aliado con quienes antaño eran instituciones antagónicas, como la patronal o la Iglesia Católica. El lema del partido es ahora «Nicaragua cristiana, socialista y solidaria». «Hoy está más al descubierto el talante autoritario y dictatorial de Ortega. El FSLN dejó de existir», comenta Torres.

La pareja presidencial goza de gran popularidad en Nicaragua, a pesar de las críticas de la oposición. Quienes les apoyan destacan la gran seguridad del país, comparada con la violencia que se vive en los países de su entorno, el crecimiento económico sostenido -el PIB se ha doblado desde 2006- y la rápida actuación gubernamental en desastres ecológicos.

El apoyo se demuestra periódicamente en las calles, en grandes reuniones por fechas señaladas, como el aniversario revolucionario, donde se concentran decenas de miles de personas. Sus detractores denuncian, en cambio, políticas clientelares para sostener su popularidad y el uso indebido de la cooperación venezolana para mantener sus programas sociales. La oposición es plenamente consciente de su derrota y apostará por la resistencia civil para contrarrestar a un presidente que goza de gran simpatía en muchos sectores de la población.