La punta del iceberg de la desafección ciudadana con la UE

Cristina Porteiro
cristina porteiro BRUSELAS / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

JUSTIN TALLIS | AFP

Euroescepticismo y populismo avanzan alimentándose de la espiral de las crisis que se abren y que no se cierran

26 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La luz del Reino Unido en la UE se extinguirá tarde o temprano. El faro atlántico de Europa dejará de iluminar el Viejo Continente en cuanto Londres y Bruselas cierren las negociaciones de salida. Europa se adentra en la penumbra. Siempre ha lidiado con las tensiones internas y la falta de confianza en el proyecto europeo, pero nunca había imaginado que el camino era reversible.

¿Significa este divorcio el inicio de la desintegración de la UE? «No», zanjó Juncker. Las opiniones entre los expertos oscilan. «La reputación de la UE sufrirá a lo largo de todo el globo. El simbolismo de que un país importante abandone el club tendrá un coste muy caro», asegura Jan Techau, director del think tank Carnegie Europe. Su compañero Sinan Ülgen cree que toda crisis supone una oportunidad de mejorar la Unión: «Es el momento de crear una ventana de oportunidad para la relación de la UE con su vecindad más cercana». 

El resultado del referendo no ha sorprendido al líder de los liberales en la Eurocámara, Guy Verhofstadt, para quien la clave para evitar más salidas es atajar las causas de la desafección ciudadana: «Lo que ha votado la gente es que no tiene confianza en esta UE tal y como funciona hoy», aseguró. Y no le falta razón. La UE ha cosechado sonoros fracasos en otros referendos en Holanda, en Dinamarca, en Francia e Irlanda en la última década. No es un fenómeno exclusivo del Reino Unido. «El referendo probablemente ha estado siempre en el alma del pueblo británico, pero solo se puede materializar cuando Europa deja de ser vista como un instrumento para la prosperidad».

El análisis pertenece al ex presidente de la Comisión, Romano Prodi. Con todas las peculiaridades del caso británico, el diagnóstico se puede extrapolar a otros socios de la UE, donde el euroescepticismo que condujo al brexit se ha contagiado en medio de una espiral de crisis interminables. En Italia el 48% de los ciudadanos optarían por irse hoy de la UE si se celebrase en su país un referendo similar al británico, según un reciente sondeo de Ipsos. En Francia lo harían el 41%, en Alemania el 36% y en España el 26%. Quienes soñaban con volver a la Europa de las fronteras, los nacionalismos y la misantropía han ganado una importante batalla con el brexit. Se alimentan de la mala gestión migratoria, de la falta de transparencia y legitimidad de las instituciones comunitarias, de la imposición de políticas económicas perjudiciales para la cohesión social y de la falta de visión para reformar la arquitectura de una Unión tan diversa como compleja en la que pesa más un nein alemán que un oxi griego. 

El brexit ha sido el «punto de inflexión», en palabras de Angela Merkel. «El próximo martes y miércoles tendremos una discusión honesta y abierta en el Consejo Europeo sobre cómo podemos abordar las preocupaciones de la gente de forma más efectiva y reunir fuerzas para reaccionar frente a los populistas», aseguró Juncker al Bild. La UE no puede seguir soportando un euro sin Gobierno económico, un espacio de libre circulación como Schengen sin una guardia de fronteras común ni una unión política sin cerrar las brechas entre el norte y el sur, el este y el oeste.

Calais, dispuesta a abrir la frontera a los inmigrantes que quieran ir a Inglaterra

¿Ayudará el brexit a los inmigrantes a cruzar el canal de la Mancha? La frontera entre Francia y el Reino Unido depende de un tratado bilateral, que algunos políticos galos quieren denunciar aprovechando que los británicos se van de la UE. Tan solo horas después de conocerse el triunfo del out, varios se alzaron contra el tratado de Touquet, firmado por Londres y París en el 2013.

«El pueblo británico ha hablado, pido al Gobierno francés que renegocie los acuerdos de Touquet», tuiteó Xavier Bertrand, exministro y líder conservador de la región de Hauts-de-France, que incluye a Calais. Para la alcaldesa de esa localidad, Natacha Bouchart, las autoridades británicas tendrían que recibir a los miles de refugiados que se hacinan allí con la esperanza de cruzar a Inglaterra. François Hollande «debe enviar los acuerdos de Touquet al olvido», pidió la eurodiputada ecologista Karima Delli.

Ya en marzo, el ministro de Economía, Emmanuel Macron, había advertido que el día en el que la relación de Londres con la UE «se rompa los migrantes dejarán de estar en Calais». El titular del Interior, Bernard Cazeneuve, lo desaprobó entonces.

El tratado de Touquet estipula que los primeros controles migratorios se realicen en el país de salida, con lo cual en la práctica desplaza la frontera británica a logalos. «Ahora que el Reino Unido ya no está en la UE, no hay motivo para que la frontera siga en Calais», afirma a la AFP François Gemenne, profesor del Instituto de Estudios Políticos de París. Por el momento, el Gobierno francés no parece determinado a modificar el tratado.

El ocaso de Juncker

«La Comisión de la última oportunidad». Así bautizó Jean Claude Juncker a su Ejecutivo cuando fue puesto al frente en el 2014. A su cargo, el futuro de más de 500 millones de personas. Prometió «ilusionar» de nuevo a los europeos revitalizando un proyecto ya entonces pobre y marchito. Casi 20 meses después, el Reino Unido se apea y crecen los críticas hacia su gestión y las peticiones de dimisión. «Nunca», les responde Juncker. El balance de su mandato es mediocre. Nada más aterrizar en Bruselas estalló el escándalo Luxleaks. ¿Cómo justificar que mientras fue primer ministro de Luxemburgo no sabía que su país se beneficiaba de los agujeros fiscales que provocaban las multinacionales en las cuentas de sus socios de la Unión? El golpe a su credibilidad fue brutal. Su voz ha ido perdiendo peso en cada una de las crisis consecutivas que encadenó la UE. A su estrellada trayectoria se le suma la presión creciente de los Gobiernos nacionales. El alemán asfixia a Juncker para que no afloje las políticas de austeridad, el húngaro ignora sus advertencias para que abra las puertas a los refugiados y el británico lo utilizó como saco de boxeo. «Siempre es más fácil culpar a otro. El reflejo automático es apuntar con el dedo a Bruselas», lamenta el luxemburgués, a quien le cuesta hacer autocrítica cuando le preguntan por las lecciones que extrae del voto británico. «Tenemos que aprender de esta situación como lo hicimos en la crisis de deuda y de refugiados», asegura.

Pero las dos crisis siguen abiertas y lejos de cerrarse.