El ocaso de Juncker
«La Comisión de la última oportunidad». Así bautizó Jean Claude Juncker a su Ejecutivo cuando fue puesto al frente en el 2014. A su cargo, el futuro de más de 500 millones de personas. Prometió «ilusionar» de nuevo a los europeos revitalizando un proyecto ya entonces pobre y marchito. Casi 20 meses después, el Reino Unido se apea y crecen los críticas hacia su gestión y las peticiones de dimisión. «Nunca», les responde Juncker. El balance de su mandato es mediocre. Nada más aterrizar en Bruselas estalló el escándalo Luxleaks. ¿Cómo justificar que mientras fue primer ministro de Luxemburgo no sabía que su país se beneficiaba de los agujeros fiscales que provocaban las multinacionales en las cuentas de sus socios de la Unión? El golpe a su credibilidad fue brutal. Su voz ha ido perdiendo peso en cada una de las crisis consecutivas que encadenó la UE. A su estrellada trayectoria se le suma la presión creciente de los Gobiernos nacionales. El alemán asfixia a Juncker para que no afloje las políticas de austeridad, el húngaro ignora sus advertencias para que abra las puertas a los refugiados y el británico lo utilizó como saco de boxeo. «Siempre es más fácil culpar a otro. El reflejo automático es apuntar con el dedo a Bruselas», lamenta el luxemburgués, a quien le cuesta hacer autocrítica cuando le preguntan por las lecciones que extrae del voto británico. «Tenemos que aprender de esta situación como lo hicimos en la crisis de deuda y de refugiados», asegura.
Pero las dos crisis siguen abiertas y lejos de cerrarse.