Molenbeek, 2005: «Hay jóvenes dispuestos a llevar a cabo un ataque»

mariluz ferreiro REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

AURORE BELOT | Afp

Una periodista belga se infiltró hace 11 años entre los radicales de Bruselas. Escribió sobre el peligro yihadista. Fue acusada de racismo

28 mar 2016 . Actualizado a las 18:14 h.

«¿Sembrar el pánico en Bélgica?», pregunta ella. «¿Quién sabe?», responde él. Ella, Hind Fraihi, siente escalofríos. Él, el jeque sirio Ayachi Bassam, acaba de asegurar que hay «muchachos con gran frustración que están dispuestos a llevar a cabo un ataque», jóvenes que son «bombas que pueden explotar en cualquier momento». La conversación se desarrolla en Molenbeek, pero en el 2005. Fue entonces cuando Hind Fraihi, periodista belga de origen marroquí, fingió ser una estudiante de sociología que necesitaba sumergirse en el mundo de los radicales islámicos de Bruselas para realizar un proyecto de fin de carrera. Publicó sus reportajes en el diario Nieuwsblad. Y escribió el libro En immersion à Molenbeek para denunciar el peligro yihadista. Fraihi, musulmana, fue acusada de islamofobia. Decían que exageraba. Ningún responsable de seguridad ni ningún político se puso en contacto con ella. «Las autoridades no creían lo que estaba ocurriendo en Molenbeek», cuenta en el diario Le Monde.

Nada más llegar, mientras busca un piso de alquiler, Fraihi observa señales preocupantes. Un comerciante le comenta que «hay grupos que se unen al salafismo, se reúnen en mezquitas y forman un núcleo duro que defiende la yihad» en la capital belga, y que «hay salafistas que quieren la instauración de un califato en Bruselas. En Bolenbeek, en Schaerbeek, en Anderlecht... Pequeñas repúblicas musulmanas». El vendedor llega a justificar el asesinato del holandés Theo van Gogh «porque el islam ordena matar al enemigo de esta religión». Van Gogh, un cineasta y escritor muy polémico, había realizado el documental Submission, en el que abordaba el papel de la mujer en el islam.

«Luchar contra el opresor no es terrorismo islámico, los franceses lo llaman resistencia», le cuenta a la infiltrada el jeque Bassam. Él fundó en 1997 el Centro Islámico Belga, institución que ha apoyado abiertamente las tesis yihadistas y el reclutamiento de combatientes durante años. La justicia belga no toma cartas en el asunto hasta el 2012. En el 2005 incluso se bromea sobre los «aspirantes a suicidas» que «juegan a entrenarse» en campamentos de la región de las Árdenas. Precisamente Bassad casó en Bruselas a Abdessatar Dahmane, uno de los hombres que, por orden de Al Qaida, asesinó a Ahmed Shah Masud, líder de la Alianza del Norte que luchaba contra los talibanes. Entonces el campo de batalla todavía no era Siria. Eran Afganistán, Chechenia... Mohamed Ibrahim, discípulo del predicador sirio, justifica su causa y carga contra el viejo continente. Defiende que «la libertad europea es destructiva». ¿Un ejemplo? «El adulterio queda impune».

Fraihi relata que una mujer recién llegada de Marruecos habla en público a otras en una de las mezquitas y anuncia que vendrá a dar «lecciones cada viernes sobre el islam». Y la periodista lamenta esa colonización alentada y pagada desde el exterior: «¿Es que no tenemos profesores aquí?». Suena también la voz del imán por altavoces: «En caso de dolor es mejor no tomar medicamentos. Las plantas naturales son el camino a la curación». Así comprueba Fraihi cómo el fanatismo se filtra en los aspectos más cotidianos de la vida de los vecinos. Lo llama «totalitarismo con firma religiosa».

En el prólogo de su libro, la autora sostiene que Bélgica ha digerido la inmigración musulmana bajo dos puntos de vista extremos. Desde un multiculturalismo que ha relativizado cualquier tipo de problema relacionado con esta comunidad y desde una perspectiva xenófoba. A un lado, lo que considera «el muro de lo políticamente correcto». Al otro, el racismo. Y, en medio, Molenbeek.